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SINOPSIS
Luis García-Berlanga (Valencia, 1921-Pozuelo de Alarcón, 2010) dirigió a lo largo de su carrera diecisiete largometrajes, entre los cuales se cuentan obras maestras como Bienvenido, Mister Marshall, Plácido, El verdugo, o, en años posteriores, la hilarante serie iniciada con La escopeta nacional. Con una sensibilidad particular para retratar la picaresca valiéndose del esperpento y de una irónica ternura, Berlanga consiguió sortear los embates de la censura y abrir con su cine una personalísima vía de crítica social, y que ha dado lugar a la categoría de berlanguiano. Creador de historias y personajes inolvidables, el director valenciano llevó a las pantallas un mundo propio, en el que, junto a una penetrante mirada sobre las realidades colectivas, destaca una erotomanía y un imaginario femenino obsesivo y, sin duda, polémico.
Cuando se cumplen los cien años del nacimiento del genial director, la biografía que ha escrito Miguel Ángel Villena, brillante merecedora del XXXIII Premio Comillas, explora todas las facetas, vitales y artísticas de un creador indispensable para entender la segunda mitad del siglo XX en España.
MIGUEL ÁNGEL VILLENA
BERLANGA
Vida y cine de un creador irreverente
En enero de 2021, un jurado presidido por José Álvarez Junco e integrado por Miguel Ángel Aguilar, Anna Caballé, José María Ridao y, en representación de Tusquets Editores, Josep Maria Ventosa, acordó por mayoría conceder a esta obra de Miguel Ángel Villena el XXXIII Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias.
A Valencia, la ciudad natal de Luis García-Berlanga y la mía
A Utiel, el pueblo de sus abuelos paternos
y de mis abuelos maternos
Prólogo
El nieto de don Fidel
Supe de la existencia de Luis García-Berlanga mucho antes de ver sus películas y admirar su cine. Me explicaré: los abuelos paternos del cineasta y mis abuelos maternos procedían de Utiel, un pueblo agrícola del interior de Valencia ya casi en el límite con Cuenca. Desde que era un niño mi familia pasó los interminables veranos de mi infancia y adolescencia en aquella localidad, cuando sus calles estaban más transitadas por carros que por tractores, cuando todavía se compraban barras de hielo en las carnicerías para mantener frescas unas rudimentarias neveras, cuando los jóvenes despertábamos a la sexualidad en aquellos bailes de domingo en un frontón. La calle que conducía a nuestra casa desde el centro del pueblo estaba dedicada a un tal Fidel García Berlanga, don Fidel para todos los viejos del lugar, que recordaban a aquel prócer, mitad cacique y mitad benefactor, que fue alcalde de Utiel y presidente de la Diputación de Valencia e impulsó el cultivo y la industria del vino que hicieron prosperar a la comarca allá por los finales del siglo XIX y comienzos del XX . Muy curioso como yo era desde pequeño, no en vano acabé dedicándome al periodismo, preguntaba a mis abuelos, una y otra vez, por los méritos de aquel don Fidel al que Utiel había dedicado una de sus calles principales. Cuando respondían a mis insistentes preguntas, mis abuelos solían recordarme también que el nieto de don Fidel era un famoso director de cine de nombre Luis García-Berlanga. Corrían los años sesenta y el entonces joven Berlanga ya había firmado películas muy populares que, con el paso del tiempo, se convirtieron en obras maestras como Esa pareja feliz, Bienvenido, Mister Marshall, Plácido o El verdugo. Mi madre, que siempre fue muy cantarina y tuvo buen oído musical, tarareaba con frecuencia aquel estribillo tan popular de «Americanos, os recibimos con alegría».
Luis García-Berlanga Martí no había nacido en Utiel, sino en Valencia un 12 de junio de 1921, cuarto hijo del matrimonio formado por José García-Berlanga Pardo (que unió los dos apellidos para seguir la carrera política de su padre) y Amparo Martí Alegre, descendiente de un comerciante aragonés que se había instalado en la capital valenciana tiempo atrás y había fundado una de las mejores pastelerías de la ciudad: el Postre Martí. Situada en pleno centro, a escasos metros del Ayuntamiento, aquella pastelería fue uno de los escenarios de la infancia de Luis y, con toda seguridad, su perspicacia para captar los comportamientos humanos se formó en aquellos dulces escaparates y tras unos elegantes mostradores de madera mientras observaba a los clientes con unos avispados ojos azules y escuchaba las conversaciones con sus grandes orejas. Durante décadas y hasta los años cuarenta, aquel establecimiento alcanzó tal fama y prestigio que mis padres, devotos del cine de Berlanga, se referían al director como el hijo del Postre Martí. En una palabra, Berlanga entró en mi vida a través de mi familia, que mostraba su alegría cada vez que Televisión Española, la única en aquella época, pasaba algún filme de nuestro paisano. Como era su costumbre, mi padre intentaba inútilmente avivar los recuerdos de mi madre al tratar de identificar la sala de cine en la que vieron Bienvenido, Mister Marshall o Plácido. Como tajante respuesta mi madre solía contestar: ¿por qué no nos dejas ver la película, que no nos enteramos de los diálogos?
Heredé la afición cinematográfica de mis padres, a lo que contribuyó que en la planta baja de nuestro piso en Valencia hubiera una sala, el cine Price, de aquellas de sesión continua con tres películas que se proyectaban desde las cuatro de la tarde hasta la una de la madrugada. Mi padre alentó además mi afición con sus permisos para ver en la tele algunas películas marcadas con rombos, es decir, no recomendadas para menores. Alguna que otra pesadilla nocturna mía, tras ver algún filme de terror la noche anterior, provocó más de una discusión entre mi padre, más indulgente y liberal, y mi madre, más estricta y prudente. Durante los veranos utielanos, uno de mis placeres favoritos era acudir por las noches al cine al aire libre, donde descubrí las películas de piratas, los