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Carlos Cañeque - ¡Bienvenido Mr. Berlanga!

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Carlos Cañeque ¡Bienvenido Mr. Berlanga!

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Bienvenido Mr Berlanga es una aproximación al universo de Luis García - photo 1

¡Bienvenido, Mr Berlanga! es una aproximación al universo de Luis García Berlanga director de algunas de las mejores comedias que ha dado la historia del cine universal a partir de su propia voz y de las impresiones de otros personajes que lo conocen en profundidad. Berlanga recuerda su vida y su filmografía en una distendida conversación en la que tienen cabida su peculiar forma de entender el cine como expresión irónica de lo social; el humor negro; Buñuel, Fellini y Chaplin; el erotismo y los problemas con la censura.

El libro también recoge entrevistas con Pedro Almodóvar, Rafael Azcona, Juan Antonio Bardem, Pedro Beltrán, Jean-Claude Carriére, Román Gubern, Alfredo Matas, José Enrique Monterde, Ricardo Muñoz Suay y Fernando Trueba.

Con contagioso entusiasmo, Carlos Cañeque y Maite Grau conducen al lector amante del buen cine a un apasionante diálogo sobre la sarcástica y mordaz mirada del autor de El verdugo.

Carlos Cañeque Maite Grau Bienvenido Mr Berlanga ePub r10 Titivilus - photo 2

Carlos Cañeque & Maite Grau

¡Bienvenido Mr. Berlanga!

ePub r1.0

Titivilus 02.11.15

Título original: ¡Bienvenido Mr. Berlanga!

Carlos Cañeque & Maite Grau, 1994

Editor digital: Titivilus

ePub base r1.2

Álvarez Has visto al verdugo Le estaban pagando Oye y cuánto cobrará por - photo 3

Álvarez: —¿Has visto al verdugo? Le estaban pagando… ¿Oye, y cuánto cobrará por esto?

José Luis: —¡Y yo qué sé! La verdad es que parece una persona normal, si yo me lo encontrara en el café o en el cine no diría que es un verdugo.

Álvarez: —Y a mí que me cae simpático.

Introducción

Es ampliamente compartido el reconocimiento de Luis García Berlanga como uno de los ejes clave del cine español. Tres o cuatro de sus películas suelen aparecer en las listas que —tal vez con demasiada frecuencia— se realizan seleccionando las diez mejores películas de la historia de nuestro cine. Muchos consideramos injusto, además, que obras como Plácido o El verdugo sean desconocidas por gran parte de los críticos, historiadores y estudiosos del cine extranjeros y que, por ejemplo, entre las programaciones de los cineclubs universitarios norteamericanos o europeos, el nombre de Berlanga brille a menudo por su ausencia frente a otros directores de mucho menor fuste.

Berlanga, con la excepción de Novio a la vista y Calabuch, ha sido el creador de las ideas —a la vez que el coguionista— de todas sus películas. Esto ayuda a entender el hecho de que su obra sea enormemente personal y que el término «berlanguiano» resulte aplicable a un tipo de situación definida que flota entre las aguas de la picaresca, el esperpento y hasta lo kafkiano que podemos hallar, sin demasiado esfuerzo, en la idiosincrasia de este país que Valle Inclán llamaba «el rabo grotesco de Europa». Berlanguiano es aquella situación, resultado de una chapuza característicamente ibérica, que pone en funcionamiento un determinado mecanismo formado por agobiantes tentáculos institucionales, sociales o políticos. Por los pasillos de esta chapuza pululan agrupados una serie de vociferantes personajes que empujan, debilitan física y psíquicamente a un pobre individuo cuya creciente neurosis le situará en la categoría estética de lo grotesco, reduciendo su libertad hasta la enajenación o la angustia existencial. Este leit motiv argumental, que se reproduce en la mayoría de su películas, permite a Berlanga crear una verdadera tipología sociológica de personajes españoles muy reconocibles por su elaborada caracterización realista cuyo eventual alejamiento de lo cotidiano sólo dependerá de ese punto de inflexión que conduce a lo insólito. Desde una perspectiva puramente formal, esta concepción compacta del coro de actores que reduce ostensiblemente el papel de los protagonistas, posibilita un uso peculiar del plano secuencia, cuya maestría alcanza, en Plácido, sus cotas más importantes. Esa forma de acercarse a un realismo sin cortes, hacía decir a Berlanga ya hace muchos años: «Entre un plano y un contraplano siempre hay algo que se pierde, algo que no está, que ha desaparecido». Frente a la clásica concepción de Hollywood que alterna primeros planos para remarcar las emociones de los actores mirando a los ojos del espectador, Berlanga consigue hacerles hablar en grupo sin que nadie escuche a nadie, subrayando la incomunicación, la insolidaridad y el egoísmo colectivo, nunca tan evidente como cuando en ese mosaico de proximidades físicas no se aleja a los personajes de su soledad. Ello comporta una forma singular de entender la dirección: como resultante de un trabajo policéntrico, en el que cobran importancia los espacios y los actores secundarios. Paralelamente, los diálogos se entrecruzan y superponen en un aparente caos que, sin embargo, está siempre controlado desde la dirección.

Todas las películas de Berlanga concluyen con el fracaso de los protagonistas, con el contraste entre sus sueños y la realidad, con el salto frustrante de lo pretendido a lo conseguido. Se trata de una temática muy reconocible para los españoles si recordamos nuestra mejor literatura del Siglo de Oro (Cervantes, Quevedo, la picaresca): la transformación de grandes ilusiones y proyectos en estrepitosas decepciones, irónicamente ejemplificadas en el gran fracaso histórico del Imperio español.

En general, el concepto de lo irónico parece reproducir un contraste de diferentes realidades o sistemas de valores. Es irónico, por ejemplo, que Don Quijote agreda a viajeros pacíficos de La Mancha cuando su verdadera intención es liberarles del sometimiento o la violencia de otros. Es irónico que Lázaro de Tormes aprenda los mayores vicios imaginables desde su relación con cinco clérigos —responsables también de su inversión de valores— a cuya custodia fue confiado el pobre muchacho. De forma análoga, es también irónico que toda la historia de un pueblo consista en el recibimiento de unos americanos que pasan de largo; que una campaña en favor de la caridad refleje la hipocresía y la insolidaridad —incluyendo el fallecimiento de un mendigo— o que un hombre, seducido por una mujer, acabe matando en contra de su voluntad para obtener un piso con vistas a la Sierra…

En este viaje dialogado con Berlanga, hemos dejado con frecuencia de hablar de sus películas para hacerlo de cine en general o incluso de otros temas que poco tienen que ver con el cine. Pretendíamos así romper con el planteamiento de pregunta-respuesta típico de las entrevistas, para entablar una conversación que avanzase sin apuntes o estructuras predeterminadas que pudieran impulsar a Berlanga a contestar con respuestas encorsetadas y aprendidas con el tiempo. Esta estrategia de proponer más caos dentro del ya fluido caos berlanguiano supone que la entrevista no siga un orden cronológico preciso y que las proporciones y espacios dedicados a los distintos temas puedan resultar algo caprichosos e injustificables: algunas películas como ¡Bienvenido, Mr. Marshall!, Plácido y El verdugo se comentan hasta la saciedad, mientras que algunas otras apenas aparecen. En este sentido, también nos hemos dejado llevar por los impulsos del entrevistado según la comodidad o el interés que en él mismo despertaban las películas o los temas.

En la segunda parte, aquella en la que los entrevistados hablan sobre el cine de Berlanga —eventualmente, también sobre otros temas que no dejan de tener interés—, hemos seleccionado a sus colaboradores principales así como a algunos directores y guionistas que tuvieran una visión clara de su obra y de su estilo personal. Como es lógico, un criterio selectivo obliga a justificar algunas inclusiones y a lamentar la ausencia de otras colaboraciones que deberían estar aquí. Entre las últimas, tal vez haya que pedir disculpas por no haber incluido a ningún actor ni miembro del equipo técnico. La única razón que podría justificar estas ausencias es que creímos que el ángulo cinematográfico de guionistas (Rafael Azcona, Pedro Beltrán, Jean Claude Carrière), de productores (Alfredo Matas y Ricardo Muñoz Suay), de guionistas-directores (Juan Antonio Bardem, Fernando Trueba, Pedro Almodóvar) y de historiadores del cine (José Enrique Monterde, Román Gubern) proporcionaba una visión más global que la del, por otra parte, excelente equipo de actores y técnicos que de forma reincidente han trabajado en la filmografía berlanguiana. Como nos dice Fernando Trueba: «El secreto de la dirección de actores en Berlanga reside en la buena y apropiada elección del actor para un papel determinado, cosa que está prácticamente asegurada cuando se escribe el personaje pensando en él». Puede sorprender la inclusión de Pedro Almodóvar y de Fernando Trueba en un libro sobre Berlanga. Lo hicímos porque el propio Berlanga se refería a ellos con cierta frecuencia y, también, porque ellos mismos mostraron un cariño y un interés enorme por hablar del autor de

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