Esto te va a doler
Adam Kay
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Título original: This is Going to Hurt
© de la fotografía de la portada, Aaron Tilley Photography
© Adam Kay, 2017
Publicado por Picador en 2017, sello del grupo Pan Macmillan, división del grupo Macmillan Publishers International Ltd.
© de la fotografía del autor, Idil Sukan
© de la traducción, Gemma Deza Guil, 2018
© Editorial Planeta, S. A., 2018
Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com
Primera edición en libro electrónico (epub): junio de 2018
ISBN: 978-84-08-19267-1 (epub)
Conversión a libro electrónico: J. A. Diseño Editorial, S. L.
ÍNDICE
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SINOPSIS
Bienvenido al estimulante trabajo de médico: 97 horas a la semana y disponibilidad los 365 días del año. Bienvenido a un sunami de fluidos corporales compensados por unos ingresos económicos inferiores a los de un parquímetro. Di adiós a tus relaciones familiares, amorosas y a tus amistades. Bienvenido a tu vida como médico en prácticas.
Tras cinco años sin ejercer la medicina y dedicado a escribir series de comedia para televisión, Kay recibe un aviso del colegio de médicos comunicándole que le van a quitar la licencia. Aprovecha entonces para rescatar sus diarios de médico en prácticas y hacer un repaso a sus años en la sanidad pública.
El resultado es un tronchante diario no exento del mejor humor negro, lleno de anécdotas e historias protagonizadas por médicos, pacientes y administrativos asqueados y hartos. Una mirada irónica y desmitificadora de la vida en los hospitales que ha sido un fenómeno en Reino Unido y que pronto se convertirá en serie.
EL LIBRO DEL AÑO EN REINO UNIDO
«Hilarante y desgarrador a partes iguales», The Times
«Tan divertido como políticamente incorrecto», The Independent
Adam Kay
Esto te va a doler
Historias disparatadas de un médico residente
Traducción de Gemma Deza Guil
A James,
por su apoyo vacilante.
Y a mí mismo,
sin quien este libro no habría sido posible.
Para respetar la privacidad de los amigos y colegas que no desean ser identificados, he modificado algunos datos personales. Y para mantener la confidencialidad de los pacientes, he alterado la información clínica que podía ayudar a identificarlos personalmente y he cambiado las fechas Aunque, de hecho, no sé por qué, porque ya no pueden amenazarme con retirarme el permiso para ejercer.
ADJUNTO – SEGUNDO DESTINO
Siempre me sentiré sumamente orgulloso de haber trabajado para el Sistema Nacional de Salud de Reino Unido. Al fin y al cabo, ¿quién no ama el sistema público? (Bueno, aparte del ministro de Sanidad.) Es un activo nacional distinto de todos los demás; nadie habla con cariño del Banco de Inglaterra, por ejemplo. El porqué es fácil de entender: el sistema público de salud cumple la labor más asombrosa de todas las que existen y todos nos beneficiamos de ella. Te trajimos al mundo cuando naciste y un día cerraremos la cremallera de una bolsa contigo dentro, pero no antes de haber intentado primero todo lo que la ciencia médica permita para mantenerte entre nosotros. De la cuna a la tumba, tal como Bevan prometió en 1948.
Te escayolaron el brazo que te rompiste haciendo deporte en el colegio, dieron quimioterapia a tu abuela, te trataron la clamidia que trajiste de tus vacaciones, te recetaron el inhalador y todo ello de manera gratuita, como por arte de magia. No hace falta que compruebes la cuenta bancaria después de reservar cita: el sistema público está siempre ahí para ayudarte.
A los que estábamos al otro lado, saber que trabajábamos para el sistema público quitaba hierro a muchos aspectos laborales: los horarios infernales, la burocracia, la falta de personal o el hecho de que bloquearan inexplicablemente Gmail en todos los ordenadores de un hospital en el que trabajé (¡gracias, tíos!). Sabía que formaba parte de algo bueno, importante, insustituible, y quería aportar mi granito de arena. No tengo una ética laboral digna de elogio, no se aplica a todo lo que he hecho desde entonces (como mi editor puede atestiguar), pero el sistema público es especial, y la alternativa da pánico.
Deberíamos considerar las facturas hospitalarias desorbitadas de los Estados Unidos el fantasma de las Navidades futuras si se privatiza el sistema sanitario. Los políticos pueden fingir ser bobos, pero no lo son, y van a intentar atraernos a su casita de chocolate. Nos prometerán que solo van a modificarse algunos puntos muy concretos del sistema público, pero no habrá rastro de migas que nos ayude a encontrar el camino de vuelta a través del bosque. Un día parpadearemos y la sanidad pública se habrá evaporado, y si ese parpadeo acaba en un derrame cerebral, tendremos un problema muy muy serio.
Mi opinión sobre la sanidad privada en Reino Unido cambió un poco durante mi etapa como médico adjunto. Antes no me parecía mal, pues la concebía en gran medida como las escuelas privadas: un puñado de gente rica que les ahorra a los contribuyentes unas cuantas libras desmarcándose y ocupándose de lo suyo. No veía dónde estaba el daño. Además, me veía atendiendo alguna que otra consulta privada como especialista, trabajando una tarde a la semana en una clínica privada, por ejemplo, o cubriendo esporádicamente una lista de histeroscopias si pensaba que me merecía un Mercedes, y quizá haciendo una cesárea al mes si creía que el Mercedes se merecía un chófer. Conocía a especialistas que llevaban esa vida y fantasear con tenerla yo también me ayudaba a mantenerme motivado.
Entonces, en mi segundo año como médico adjunto, empecé a trabajar de interino de manera habitual. Nos habíamos metido en una hipoteca un poco por encima de nuestras posibilidades y me pareció un modo sensato de conseguir que mis ausencias tuvieran al menos un efecto positivo en mis ingresos. Puesto que el tiempo libre escaseaba (y el poco que tenía no podía regalarlo porque no era solo mío), normalmente cubría turnos nocturnos entre dos jornadas normales en el hospital y, para garantizarme al menos una o dos horas de sueño, los hacía en hospitales privados o en alas privadas de los hospitales de la Seguridad Social, donde hay mucha menos faena.
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