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Juan Zavala - El cine contado con sencillez

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Juan Zavala El cine contado con sencillez

El cine contado con sencillez: resumen, descripción y anotación

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El equipo del programa de radio Lo que yo te diga ha logrado que todos podamos disfrutar y aprender del cine, incluso fuera de las pantallas. ¿Cómo nació el premio de los óscar? ¿Es cierto que la India es uno de los países del mundo que más películas produce al año? ¿Qué convirtió Lo que el viento se llevó en una película mítica? ¿Qué fue la nouvelle vague en el cine? ¿Por qué las películas de catástrofes fueron tan populares en los años setenta? ¿Cómo nació el fenómeno Tarantino? ¿Dónde radicaba la originalidad de Pedro Almodóvar? Este libro responde a estas y muchas otras preguntas, incluso a algunos que nunca se nos hubiera ocurrido formular, y logra así contarnos muchos detalles de la historia del cine español e internacional, en una obra sumamente completa y original. Sabremos que los hermanos Lumière fueron los inventores del cine, que Hitchcock nunca ganó un Óscar, que los fans de James Dean se niegan a creer que hubiese muerto, tras sufrir un terrible accidente de tráfico, y también qué películas lanzaron a la fama a emblemáticos directores de cine tales como Bernardo Bertolucci, Luis García Berlanga, David Lynch o Wim Wenders.

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A María

Juan Zavala & Elio Castro-Villacañas & Antonio C. Martínez

El cine contado con sencillez

Título original: El cine contado con sencillez

Juan Zavala & Elio Castro-Villacañas & Antonio C. Martínez, 2000

Diseño de cubierta: SoporAeternus

I. El cine mudo
¿Quién inventó el cine?

En el número 14 del bulevar de los Capuchinos de París hay una placa de mármol en la fachada que dice: «El 28 de diciembre de 1895 tuvieron lugar aquí las primeras proyecciones públicas de fotografía animada con ayuda del cinematógrafo, aparato inventado por los hermanos Lumière.» En este lugar estaba el Gran Café, en cuyo Salón Indio los hermanos Lumière, Louis y Auguste, hicieron la primera demostración pública de su invento. El aparato era el resultado de avances sobre otros inventos anteriores, como la llamada «linterna mágica», que mediante diversos trucajes ópticos permitía la proyección de imágenes fijas que daban la sensación de movimiento. El cinematógrafo iba más allá. El mismo aparato permitía la toma de vistas y a la vez podía ser utilizado para proyectarlas en una pantalla de visión colectiva, hecho que constituye ya la esencia de lo que hoy entendemos por cine.

El programa de aquella primera sesión del Día de los Inocentes de 1895 estaba constituido por diez pequeñas cintas de poco más de un minuto de duración cada una, entre las que destacaba La salida de los obreros de la fábrica Lumière —que fue la primera película rodada por los hermanos— o La llegada de un tren, la más comentada de todas, ya que aterrorizaba a los espectadores con la impresión de que el tren se abalanzaba sobre ellos. El precio de la entrada era de un franco y solo treinta y cinco privilegiados se animaron aquella tarde a ver el nuevo prodigio. Pocos días después el programa se enriqueció con nuevas cintas, como El regador regado, primer film cómico de la historia, en el que un jardinero miraba por la boca de su manguera y acababa recibiendo un remojón. Pronto el boca a boca corrió y cuando los diarios parisinos se hicieron eco del invento la recaudación ascendió a dos mil francos diarios. A pesar del éxito, los hermanos Lumière nunca pensaron que su invento fuera a ir más allá de una atracción de feria pasajera. Más bien lo entendían como un «perfeccionamiento de la fotografía». De ahí que la mayoría de sus películas fueran estampas de la vida cotidiana.

Si los hermanos Lumière eran franceses, entonces, ¿por qué los americanos se atribuyen la invención del cine?

Muchos historiadores sostienen que en 1893, dos años antes de que lo hicieran los Lumière, se rodó en Estados Unidos la primera película de la historia del cine. Duraba diecinueve segundos y mostraba algo tan simple y tan humano como un estornudo. Su autor era el famoso inventor Thomas Alva Edison, que pocos años antes había diseñado una caja llamada kinetoscopio, en la que el espectador, aplicando su ojo a un ocular, veía una sucesión de fotografías que, al pasar rápidamente, parecían moverse. El invento fue presentado en la Exposición Universal de Chicago de 1893 y pronto se hizo muy popular. Edison construyó un estudio en New Jersey y comenzó a rodar películas. La mayoría de ellas consistían en pequeños números físicos protagonizados por acróbatas, forzudos o bailarinas. Un día, en 1896, contrató a dos actores de teatro y filmó algo que, a partir de entonces, iba a repetirse en miles y miles de películas: el primer beso de la historia del cine.

Edison era ambicioso. Basándose en la patente de su invento y en la de otro sistema de proyección llamado vitascope, que también diseñó él, quiso desembarazarse del cinematógrafo y asegurarse el monopolio de las películas en el territorio de los Estados Unidos. Gracias a su influencia consiguió el apoyo del Gobierno y del fabricante de celuloide George Eastman e impuso a los distribuidores de filmes la obligación de contar con un certificado entregado por su empresa. Si la película no tenía ese sello era confiscada. Muchas veces a punta de pistola.

Esta «guerra de patentes» duró hasta 1908 y tuvo dos importantes consecuencias: fue el germen de nuevas empresas que lucharon tenazmente contra Edison para continuar con su actividad y, a la vez, algunas de aquellas pequeñas empresas huyeron del Este y se marcharon a trabajar a California, una tierra soleada y alejada de la influencia de los pistoleros de Edison.

¿Cuándo empezamos a hacer películas en España?

El 13 de mayo de 1896, exactamente veinte semanas después de la presentación oficial en París del cinematógrafo, este llegó a nuestro país de la mano de Alexandre Promio, uno de los operadores de mayor confianza de los Lumière, y al que se le atribuye el invento del travelling por azar, al rodar unas tomas de los canales venecianos mientras paseaba en góndola.

A esas primeras proyecciones ofrecidas en Madrid por Promio asistieron Eduardo Jimeno y su hijo, dos feriantes que en seguida vieron un buen negocio en aquel invento. Tras hacerse con un aparato Lumière, no sin muchas dificultades, montaron una barraca de proyección en las fiestas del Pilar de Zaragoza de 1896. Pero les había salido un competidor. Otro feriante, Estanislao Bravo, se dedicaba también a exhibir las películas de los Lumière y había colgado un cartel en su barracón que decía: «En la caseta de enfrente, trece películas; aquí, catorce.» Estimulados por la competencia, los Jimeno decidieron ofrecer un producto propio y rodar la que sería la primera película del cine español. Si los Lumière habían filmado la salida de los obreros de su fábrica, ellos, católicos y españoles, rodarían La salida de misa de doce del Pilar.

Hay que decir que no todos los historiadores se ponen de acuerdo en este hecho. Algunos defienden que lo relatado no sucedió en octubre de 1896, sino un año después, y presentan como prueba la factura de compra de la cámara de los Jimeno, fechada en 1897. De ser cierto, el honor de haber rodado la primera película española le correspondería a José Sellier, un francés residente en Galicia que en junio de 1897 filmó El entierro del general Sánchez Bregua.

Otro nombre que merece ser destacado entre los pioneros del cine español es el del catalán Fructuoso Gelabert, que, con una cámara construida por él mismo, rodó la primera película española con argumento: Riña en un café (1897), en la que dos contertulios se enzarzaban en una pelea por causa de una mujer.

¿Y el público no se cansaba de ver obreros saliendo de las fábricas o parroquianos de misa de doce?

Probablemente habría sido así de no ser por algunos pioneros que entendieron en seguida las posibilidades creativas del cine. El primero de todos fue un actor y prestidigitador francés llamado Georges Méliès, que estaba entre aquellos treinta y cinco privilegiados que asistieron a la primera sesión del cinematógrafo en el Gran Café de París. Maravillado por el prodigioso aparato intentó adquirirlo en seguida para incorporarlo a su teatro de magia, pero los Lumière rechazaron su oferta: «Nuestro invento no está en venta —le dijeron—. Puede ser explotado durante algún tiempo como curiosidad científica, pero no tiene ningún porvenir comercial. Le llevaría a la ruina.» Méliès, sin embargo, no se dio por vencido. Compró un aparato parecido en Inglaterra y lo perfeccionó él mismo. En el jardín de su casa construyó un gran invernadero y lo equipó con todas las innovaciones escenográficas del teatro, creando así el primer plató de cine del mundo.

Al principio filmaba películas similares a las de los Lumière, pero un día, mientras visionaba unas escenas callejeras que acababa de rodar, se quedó atónito al ver cómo un ómnibus se transformaba por arte de magia en una carroza fúnebre. La explicación era sencilla. El tomavistas se había atascado durante el rodaje unos pocos segundos, tiempo suficiente para que la circulación cambiara y diera lugar así a un asombroso efecto de sustitución. Aquel episodio fue su manzana de Newton y a partir de entonces Méliès empezó a experimentar.

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