En Cela, piel adentro, el hijo del Premio Nobel logra realizar el retrato más literario y personal de Camilo José Cela, sin duda una de las figuras cruciales de la literatura española que dio el siglo XX. En el que es el mejor homenaje y relato de quien soñaba desde su juventud con el premio Nobel de Literatura, Cela Conde hace un repaso por la vida de su padre, el hombre que fue para él, sobre todo, un vagabundo genial.
La síntesis o, mejor dicho, el contraste entre el libro anterior, Cela mi padre, y las cartas que se cruzaron Camilo José Cela y su mujer Rosario Conde, nos lleva a descubrir una figura insólita y sorprendente del reconocido escritor, del todo apartada de la imagen pública que se difundió en especial tras obtener Cela el Premio Nobel.
Este libro viene a hacer más entrañable y cercano al autor de La colmena y La familia de Pascual Duarte. Nadie mejor que su único hijo para relatarnos cómo era en la intimidad, cómo actuaba, se divertía o pensaba. Con un gran sentido del humor, tan sano como crítico, nos cuenta la trepidante vida de la familia en Madrid, los veraneos en Cebreros, las constantes mudanzas en Mallorca, episodios y anécdotas sorprendentes. Un viaje, en suma, a la verdadera forma de ser del magnífico escritor.
Camilo José Cela Conde
Cela, piel adentro
ePub r1.0
Titivillus 27.04.2020
Camilo José Cela Conde, 2016
Diseño de cubierta: Karl Wlassak
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
APUNTE ACLARATORIO: ¿POR QUÉ?
La idea de escribir un libro con los recuerdos de mi infancia y mi adolescencia en el seno de una familia que, ni siquiera recurriendo al beneficio de la duda, cabría definir como normal, no se me ocurrió a mí. Fue Ymelda Navajo quien me convenció de que se trataba de un deber pendiente. Estaba yo en deuda con un mundo del que no había recibido sino prebendas, en el que había ido creciendo rodeado de privilegios; hora era de devolver algunos de esos regalos aunque fuese en forma de recuerdos. Cela, mi padre fue el resultado. Se terminó en la primavera del año 1989 y los criterios editoriales dejaron su salida para las navidades. Pero en el mes de octubre de ese mismo año el comité del Premio Nobel hizo pública la noticia de que el galardonado era Camilo José Cela, a quien en adelante llamaré a veces CJC porque así firmaba él a menudo. La editorial sacó la primera edición al día siguiente de que las radios, las televisiones y los diarios lo difundiesen y se agotó a las pocas horas de llegar a las librerías. Toda la vida estudiando a Darwin y de pronto me veía compartiendo con él la honra de haber vendido por completo la primera tirada del libro en un solo día, igual que sucedió con el Origen de las especies.
La historia de cómo me enteré de la noticia esperada desde tanto tiempo atrás, y casi en el olvido ya, del Premio Nobel para CJC se dejará para más adelante. Todo tiene su tiempo en esta vida, aunque a veces parezca lo contrario.
Una segunda edición de ese libro apareció trece años más tarde, con motivo de la muerte de mi padre, y fue Juan Cruz en esa ocasión, al frente de Alfaguara, quien me animó a publicarla. Un sentido quizá morboso de la lealtad me llevó a decirle que no, que se lo ofrecería a la casa que lo sacó por primera vez, Temas de Hoy, por si le interesaba. Añadí dos capítulos más: el de la concesión del Nobel y el de la muerte de mi padre. A cambio, desaparecieron de esa segunda edición todas las fotografías que ilustraban, yo creo que de manera harto conveniente, la primera gavilla de mi memoria.
En 2015, cuando se acercaba el centenario del nacimiento de mi padre, fue de nuevo un editor, Emili Rosales en esta ocasión —el director de Destino, la casa que fue sacando una a una casi todas las obras de mi padre—, el demiurgo que me sugirió al oído el proyecto de que el libro aquel se actualizase y cambiara, ya que nada puede ponerse al día sin ganar y también perder una parte de su historia anterior.
Vale, de acuerdo; una y una suman dos. Pero… ¿tres? ¿A santo de qué una tercera edición? Y, sobre todo, ¿era eso posible?
Resultó que no, que no lo era. Por medio se había metido un hallazgo sorprendente capaz de convertir en inútil mucho de lo que mis recuerdos habían plasmado en Cela, mi padre y buena parte de lo que sus biógrafos, aficionados o profesionales, habían escrito.
¿Qué dicen los biógrafos de CJC? Copio uno de los diagnósticos que, viniendo de un médico, Santiago Prieto, y publicado en una revista de humanidades, Dendra Médica, debe sin duda ajustarse a la exigencia de objetividad. El doctor Prieto califica así a Camilo José Cela:
Ególatra, soberbio, procaz, mujeriego, bárbaro, provocador, rijoso, glotón, pedante, transgresor, reiterativo, escandalizador, ansioso de lujos y honores y, a la vez, trabajador, independiente, osado, impredecible, inclasificable, brillante, vital, sensible, inquieto, andarín, iconoclasta, observador, creador de un estilo, crítico lúcido, comprensivo con las debilidades, escritor con todo el diccionario, quizá sentimental, autor de una obra inmensa… y genial.
Todas las biografías de mi padre se escribieron después de que alcanzase la gloria literaria y en ellas destaca el brillo de un personaje que, a fuerza de disfraces, encomios, aplausos y delirios, se volvió para muchos odioso; en particular tras ser pasto interesado de la prensa del corazón. La última frase del párrafo de Santiago Prieto que he copiado quedaba más y más en el olvido a medida que todas las anteriores iban ganando fuerza. Cela el escritor quedó devorado por Cela el personaje.
Pero ¿en qué medida se trataba de un ser real? Describiéndolo como lo hicieron las biografías al uso se entraba muy pronto en paradojas que es difícil lograr que cuadren. ¿Cómo era, piel adentro, Camilo José Cela?
Quizá él mismo nos lo haya dicho; al fin y al cabo nos legó dos libros de memorias, La rosa, de 1959, y Memorias, entendimientos y voluntades, de 1993. Pero, ¡ay!, los escritores se sirven de su imaginación como herramienta principal de trabajo. En el epílogo de este libro se volverá sobre algunos ejemplos magníficos de los episodios que CJC imaginó haber vivido. Que los biógrafos poco cuidadosos no lo acierten a entender entra en la lógica de la literatura. Pero en ocasiones muy raras, cuando lo que se escribe no está destinado a ser leído o, mejor dicho, siempre que se concede a una sola persona el privilegio de la lectura, la prosa afloja algo —sólo un poco, tal vez, pero algo— la historia imaginada. Me refiero a las cartas personales, al corazón doblado en tres y puesto en un sobre con sello arriba, a la derecha, encima del destinatario.
«Camilo José —mi madre me llamaba siempre Camilo José—, quiero que me guardes una cosa.» La cosa era una caja pequeña de madera, de algo menos de un palmo de ancho por poco más de medio de largo y cerca de cuatro dedos de alto. Una caja un tanto desvencijada ya y con cerradura, aunque sin llave en ella, a la que el barniz oscuro no terminaba de darle empaque, quizá porque en la tapa una marquetería de flores coloreadas —dos rosas, un lirio— añadía un toque excesivo y un tanto cursi de frivolidad. Una caja como para guardar en ella las cartas de un amor ya diluido (¿o no?) en el mucho tiempo.
En ese instante no me acordé de haberla visto antes pero era la misma caja que había quedado abandonada, cuando mi familia se mudó, en uno de los armarios del que primero fue mi cuarto y luego despacho de mi padre, en el primer piso de una de las casas en que vivimos. José Luis Juan, amigo íntimo mío desde hace más tiempo que el que se puede a estas alturas recordar, la descubrió escondida mientras nos ayudaba a vaciar la casa. En ese mismo armario guardaba mi padre tesoros antiguos: una bayoneta que decía que utilizaba cuando la guerra civil para abrir el correo; una colección de gallos portugueses y otra de sellos en desorden, metidos de cualquier forma en donde cupiesen; una caja tirando a cursi y desvencijada…
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