Jeffrey Eugenides - La trama nupcial
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La trama nupcial: resumen, descripción y anotación
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La trama nupcial — leer online gratis el libro completo
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Para los compañeros de apartamento,
Stevie y Moo Moo
Estamos a principios de los años ochenta del siglo pasado. Madeleine Hanna, una romántica incurable que está escribiendo su tesis sobre el amor en Jane Austen y George Eliot. También ella se convertirá en protagonista de una historia de amor apasionada, dolorosa e intensa. Porque en su vida aparecerán dos hombres muy diferentes. Leonard Bankhead, solitario, carismático y brillante estudiante de ciencias, y Mitchell Grammaticus, estudiante de teología atormentado por las dudas. Una vez finalizada la universidad, el triángulo se mantendrá, obligándoles a enfrentarse con el final de la juventud y a reflexionar sobre el sentido último de la vida y la verdadera naturaleza del amor.
Jeffrey Eugenides
ePub r1.3
xelenio18.03.14
Título original: The Marriage Plot
Jeffrey Eugenides, 2011
Traducción: Jesús Zulaika Goicoechea
Ilustraciones: Roberta Maddalena
Editor digital: xelenio
Corrección de erratas: Castroponce
ePub base r1.0
JEFFREY EUGENIDES .(Detroit, Míchigan; 8 de marzo de 1960) novelista estadounidense de ascendencia griega. Se licenció en la Universidad de Brown en 1983 y realizó un máster de escritura creativa en la Universidad de Stanford. Vivió con su familia en Berlín entre 1997 y 2004 y está casado con la artista Karen Yamauchi. Actualmente viven en Princeton, New Jersey. Es muy reacio a las apariciones públicas o a divulgar detalles de su vida privada.
La gente no se enamoraría nunca si no
hubiera oído hablar del amor.
FRANÇOIS DE LA ROCHEFOUCAULD
Y puede que te preguntes:
Bien, ¿y cómo he llegado aquí…?
y puede que te digas:
Ésta no es mi bonita casa.
Y puede que te digas:
Ésta no es mi preciosa mujer.
TALKlNG HEADS
*
Madeleine emprendió el largo camino de vuelta a su apartamento.
Estaba furiosa con todos y con todo: en primer lugar con su madre, por haberle hecho invitar a Mitchell: con Leonard, por no haberla llamado; con el tiempo, por el frío; con la universidad, por haberse terminado.
Era imposible ser amiga de los chicos. Todos aquellos con los que había tenido amistad habían acabado queriendo algo más, o habían querido algo más desde el principio, y habían sido amigos con falsos pretextos.
Mitchell quería vengarse. Eso era lo que pasaba. Quería herirla y conocía sus puntos débiles. Era absurdo que dijera que ella no le atraía mentalmente. ¿No llevaba detrás de ella todos aquellos años? ¿No le había dicho que «amaba su mente»? Madeleine sabía que no era tan inteligente como Mitchell. Pero ¿era Mitchell tan inteligente como Leonard? Mira por dónde. Era lo que tenía que haberle dicho a Mitchell. En lugar de echarse a llorar y salir corriendo, tendría que haberle hecho saber que Leonard era absolutamente feliz con el nivel de inteligencia de Madeleine Hanna.
Este pensamiento, rutilante y triunfal, se vio ofuscado de inmediato por la reflexión subsiguiente de que Leonard y ella ya no estaban juntos.
Contemplando Canal Street a través de la distorsión de las lágrimas —que al refractar una señal de Stop le conferían un ángulo cubista—, Madeleine se permitió una vez más el deseo prohibido de volver con Leonard. Le parecía que si podía tener eso, todos los demás problemas serían soportables.
El reloj del Citizens Bank marcaba las 8.47. Disponía de una hora para vestirse y subir a la colina.
Más allá, el río estaba verde e inmóvil. Unos años atrás, se había incendiado. Durante semanas, el cuerpo de bomberos había intentado apagarlo sin éxito. Lo cual suscitaba la pregunta de cómo se sofocaba exactamente un río ardiendo. ¿Qué hacer cuando el retardador del fuego era al mismo tiempo su acelerador?
La licenciada en Lengua y Literatura Inglesas herida de desamor meditó sobre el simbolismo de aquel interrogante.
Madeleine se sentó en un banco de un parquecito angosto en el que jamás había reparado. Ahora la inundaban los opiáceos naturales del organismo, y al cabo de unos minutos empezó a sentirse un poco mejor. Se secó los ojos. A partir de entonces no tendría que volver a ver a Mitchell si no quería hacerlo. Ni tampoco a Leonard. Aunque en aquel momento se sentía maltratada, abandonada, avergonzada de sí misma, Madeleine sabía que aún era joven, que tenía toda la vida por delante —una vida en la que, si perseveraba, podía hacer algo valioso—, y que una parte de esa perseverancia consistía en dejar atrás instantes como aquél, en los que los demás nos hacen sentimos pequeños, incapaces de inspirar amor, y nos despojan de toda confianza en nosotros mismos.
Se fue del parque, y subió por una callejuela de adoquines en dirección a Benefit Street.
En el Narragansett, entró en el vestíbulo y subió en el ascensor hasta su planta. Se sentía cansada, deshidratada, y necesitaba una ducha.
Cuando estaba metiendo la llave en la cerradura, Abby abrió desde dentro. Llevaba el pelo embutido en el birrete de graduación.
—¡Hola! Pensábamos que nos íbamos a tener que ir sin ti.
—Lo siento —dijo Madeleine—. Mis padres se eternizan. ¿Podéis esperarme? No tardaré nada.
En la sala, Olivia estaba pintándose las uñas de los pies, apoyados sobre la mesita de centro. El teléfono empezó sonar, y Abby fue a cogerlo.
—Pookie dice que te fuiste con Thurston Meems —dijo Olivia, aplicándose el esmalte—. Pero yo le he dicho que eso no puede ser cierto.
—No quiero hablar de ello —dijo Madeleine.
—Muy bien. Me tiene sin cuidado —dijo Olivia—. Pero Pookie y yo sólo queremos saber una cosa.
—Voy a darme una ducha rápida.
—Es para ti —dijo Abby, tendiéndole el teléfono.
Madeleine no tenía ganas de hablar con nadie. Pero era mejor hacerlo que defenderse de otras posibles preguntas.
Cogió el auricular y dijo:
—¿Sí?
—¿Madeleine?
Era una voz masculina, pero no le resultó familiar.
—Sí.
—Soy Ken. Ken Auerbach. —Al ver que Madeleine no respondía, Auerbach dijo—: Un amigo de Leonard.
—Ah —dijo Madeleine—. Hola.
—Perdona que llame en un día como hoy. Pero estoy a punto de volver a casa y he pensado que tenía que llamarte antes de irme. —Se hizo un silencio durante el cual Madeleine trató de sintonizar con la realidad del momento, pero antes de que lo consiguiera Auerbach dijo—: Leonard está en el hospital.
Nada más comunicarle la noticia, añadió:
—No te preocupes. No está herido. Pero está en el hospital, y he pensado que deberías saberlo. Si no lo sabes ya. Puede que lo supieras…
—No, no lo sabía —respondió Madeleine en un tono que a ella le pareció calmo. Y añadió—: ¿Puedes esperar un minuto?
Apretándose el auricular contra el pecho, levantó la base del teléfono, salió con ella de la sala y fue hasta su cuarto (aunque el cable era inusualmente largo, llegó muy justo al interior). Cerró la puerta y se llevó el auricular al oído. Temía que la voz pudiera quebrársele al volver a hablar.
—¿Qué le ha pasado? ¿Está bien?
—Está bien —le aseguró Auerbach—. Físicamente está bien. Me preocupaba que pudiera afectarte mucho si te llamaba para decírtelo, pero…, no, no…, no está herido y nada parecido.
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