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Arturo Uslar Pietri - Tres Cuentos

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Arturo Uslar Pietri Tres Cuentos

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Arturo Uslar Pietri Tres cuentos Ala delta - 22 ePub r10 Titivillus 220716 - photo 2

Arturo Uslar Pietri

Tres cuentos

Ala delta - 22

ePub r1.0

Titivillus 22.07.16

Título original: Tres cuentos

Arturo Uslar Pietri, 1987

Ilustración: Asun Balzola

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

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ARTURO USLAR PIETRI 1906-2001 Escritor considerado renovador del cuento - photo 3

ARTURO USLAR PIETRI 1906-2001 Escritor considerado renovador del cuento - photo 4

ARTURO USLAR PIETRI (1906-2001). Escritor, considerado renovador del cuento venezolano, intelectual y político. Hijo de Arturo Uslar Santamaría, descendiente de Johann von Uslar expedicionario de la Legión Británica que participa en la Guerra de Independencia y sobrino nieto del general Carlos Soublette, y de Helena Pietri Paúl, hija del doctor y general Juan Pietri Pietri, de destacada actuación política entre 1883 y 1911. Los diez primeros años de Uslar Pietri transcurren en Caracas donde cursa estudios en una escuela de primeras letras y luego en el colegio de los Padres Franceses. En agosto de 1916, la familia Uslar Pietri instala en Cagua por pocos meses, su padre había sido nombrado jefe civil, y luego se traslada a Maracay, ciudad de residencia del general Juan Vicente Gómez desde 1913 lo cual la hacía centro del poder político-militar de entonces. En esa ciudad culmina sus estudios primarios en el colegio federal Felipe Guevara Rojas (1919) y cursa la mayor parte de la secundaria en el colegio federal de varones, salvo una interrupción en 1921 cuando es inscrito en el colegio de los salesianos en Valencia y en 1923 cuando cursa su último año de secundaria en el liceo San José de Los Teques. En 1920, publica sus primeros artículos en un diario de Maracay, probablemente El Comercio. Los años transcurridos en los valles de Aragua, forjan sus imágenes de una Venezuela rural que sirven de sustrato a su cuentística a su como su vivencia en Maracay forjan las del general Gómez, que, años mucho más tarde, el novelista plasmará en Oficio de Difuntos (1976), en la cual recurre a esa figura para tratar la del dictador latinoamericano.

En 1969, es nombrado director del diario El Nacional, función que ejerce hasta 1974. En 1971, le es otorgado el Premio Nacional de Periodismo y el Premio Hispanoamericano de Prensa Miguel de Cervantes por su artículo «Los expulsados de la civilización» en defensa del aporte de España a la cultura universal y en respuesta al crítico de arte inglés, Kenneth Clark. En 1972, publica Manoa, su primer libro de poesía. En mayo de 1975 es nombrado embajador delegado permanente de Venezuela ante la Unesco, cargo que ejerce activamente hasta junio de 1979. Durante ese lapso, es electo Vicepresidente de la Reunión Mundial sobre Medios de Información (1976) y Vicepresidente del Consejo Directivo de la Unesco (1978); y promueve la creación del premio «Simón Bolívar». Su segunda estancia prolongada en París es también tiempo de creación literaria: escribe y publica Oficio de Difuntos, publica varias recopilaciones de cuentos y ensayos y prepara la redacción de La isla de Robinson, novela que publica en 1981 y por la cual recibe, por segunda vez, el Premio Nacional de Literatura en 1982.

Ante la crisis económico-social del país, declarada en 1983 y que posteriormente se transforma en una de crisis política, su posición político-intelectual de crítica a la conducción económica y los disfuncionamientos del sistema político, expresada durante años, hace que a partir de esa década sea percibido como una referencia moral del país. En 1984 es designado Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y Sociales y en 1985, preside la comisión presidencial para el proyecto educativo nacional. En 1986 y 1996, es objeto de un homenaje nacional con motivo de su 80 y 90 aniversario, respectivamente.

En octubre de 1990, le es otorgado el premio Príncipe de Asturias de las Letras y al año siguiente el premio internacional de novela Rómulo Gallegos, por su novela La visita en el tiempo. En agosto de1991, conjuntamente con otras personalidades, forma un grupo de opinión, conocido como «Los Notables», que tendrá durante dos años una importante actividad de opinión para exigir reformas políticas y económicas inmediatas al gobierno. El 4 de enero de 1998, publica su último artículo de su sección semanal «Pizarrón», donde anuncia su retiro como escritor. Considerado uno de los máximos exponentes del pensamiento y de la literatura de la Venezuela contemporánea, a lo largo de su prolongada existencia recibió como merecido reconocimiento, numerosos premios, condecoraciones, doctorados Honoris Causa nacionales e internacionales, así como fue designado miembro correspondiente de diversas academias hispanoamericanas y europeas.

La mula

ERA UNA VIEJA mula rucia, pelicana, de cabeza muy grande y con una oreja un poco gacha. Caminaba a paso lento y se balanceaba de cerviz a cola, como barco. Y tan pronto como se detenía, bajaba la cabeza y se ponía a triscar yerbajos. Más que rucia, la piel parecía manchada. Como si hubiera sido tejida con distintos hilos y en diferentes tiempos. Con rotos y remiendos.

Y hasta algún costurón en la pata y en el anca.

Los arreos de montar eran casi del color de su pelo. Sucios, viejos, cuarteados, como hechos de la piel de viejas manos trabajadoras y fatigadas. Al paso, crujía algo la silla. La grupera colgaba lacia bajo la cola. La retranca y el pretal eran demasiado grandes y como de bestia de carga. La silla era un viejo galápago inglés desvencijado. Debajo, como sudadero, asomaba una bayeta amarilla, llena de olores recios y tiernos.

Sola, casi sin guía del jinete, había tomado el camino de la loma, que era como una cicatriz de tierra roja entre el verde de la yerba y de las arboledas de café. Sola se había detenido en el claro de lo alto. El jinete le había abandonado la brida sobre el cuello y antes de echar pie a tierra, y mientras ella comenzaba a mordisquear los terrosos yerbajos, se puso a observar con detención todo el rededor.

Era seguro que no había nadie. No se oía sino el resuello grueso de la mula y el tenue rumor de la arboleda. A veces, pero muy a veces, un canto de pájaro o un graznido de gavilán. No había nadie. No se oía ningún ruido de mano o de pie, ninguna voz, ninguna figura humana se alcanzaba a divisar en la distancia. Era todo una inmensa soledad de árboles y yerbas, y algunas aves, y la mula y él: don Lope Leporino.

Cerciorado de aquella soledad que se sentía y se palpaba, en la que estaba metido como en agua profunda, cercado, guardado, defendido por árboles solitarios, por hojas erizadas, por leguas de ausencia de hombre, don Lope lanzó su grito. Era un grito gutural, entre bramido y canto. Un grito que resonó limpio y ancho por toda la vastedad sin gente. Si hubiera habido alguien, no hubiera podido resonar así. Resonaba redondo, completo, hasta lo lejano, sin romperse, hasta que se apagaba lentamente al unísono. Ciertamente, podía estar seguro de que no había nadie. Don Lope Leporino sonrió satisfecho y bajó de la mula.

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