Junto al Uslar Pietri ( 1906-2001 ) narrador, figura estelar de la novela y el cuento, hay el ensayista de casi medio centenar de libros en los que se medita constantemente sobre el modo de ser de los hispanoamericanos con su peculiaridad racial y ética de criollos, pero asimismo, acerca de cómo la aparición de estas tierras americanas en el mapa de la Europa renacentista, todavía un poco medieval, cambió para siempre la conciencia que el mundo occidental tiene de sí mismo desde entonces.
Su conciencia diferente nos alcanza a los nacidos en esta parte del mundo. De ahí que el ensayista Uslar Pietri recorra momentos claves de nuestra historia, de nuestra psicología y civilización para profundizar en lo que es y ha pretendido el ser latinoamericano. En este libro se dan cita trabajos como «Lo criollo en la literatura», «Las carabelas del mundo muerto», «Un juego de espejos deformantes» o «Realismo mágico» entre otros treinta y siete ensayos. La cronología y bibliografía del autor ha sido actualizada por Horacio Becco especialmente para esta edición.
Arturo Uslar Pietri
Nuevo mundo, mundo nuevo
Selección y prólogo: José Ramón Medina; cronología y bibliografía ensayística: Horacio Jorge Becco
Saga: Colección Clásica - 220
ePub r1.1
SebastiánArena 23.05.14
Título original: Nuevo mundo, mundo nuevo
Arturo Uslar Pietri, 1998
Diseño de cubierta: SebastiánArena
Editor digital: SebastiánArena
ePub base r1.1
I
Lo criollo en la literatura
América fue, en casi todos los aspectos, un hecho nuevo para los europeos que la descubrieron. No se parecía a nada de lo que conocían. Todo estaba fuera de la proporción en que se había desarrollado históricamente la vida del hombre occidental. El monte era más que un monte, el río era más que un río, la llanura era más que una llanura. La fauna y la flora eran distintas. Los ruiseñores que oía Colón no eran ruiseñores. No hallaban nombre apropiado para los árboles. Lo que más espontáneamente les recordaba era el paisaje fabuloso de los libros de caballerías. Era en realidad otro orbe, un nuevo mundo.
También hubo de formarse pronto una sociedad nueva. El español, el indio y el negro la van a componer en tentativa y tono mestizo. Una sociedad que desde el primer momento comienza a ser distinta de la europea que le da las formas culturales superiores y los ideales, y que tampoco es continuación de las viejas sociedades indígenas. Los españoles que abiertamente reconocieron siempre la diferencia del hecho físico americano, fueron más cautelosos en reconocer la diferencia del hecho social. Hubiera sido como reconocer la diferencia de destino. Sin embargo, la diferencia existía y se manifestaba. Criollos y españoles se distinguieron entre sí de inmediato. No eran lo mismo. Había una diferencia de tono, de actitud, de concepción del mundo. Para el peninsular el criollo parecía un español degenerado. Muchas patrañas tuvieron curso. Se decía que les amanecía más pronto el entendimiento, pero que también se les apagaba más pronto. Que era raro el criollo de más de cuarenta años que no chochease. Que eran débiles e incapaces de razón. Por su parte, el criollo veía al peninsular como torpe y sin refinamiento. Todo esto lo dicen los documentos de la época y está latente en palabras tan llenas de historia viva como gachupín, indiano, chapetón, perulero. La misma voz criollo es un compendio de desdenes, afirmaciones y resentimientos.
Esa sociedad en formación, nueva en gran medida, colocada en un medio geográfico extraordinariamente activo y original, pronto comenzó a expresarse o a querer expresarse. Hubo desde temprano manifestaciones literarias de indianos y de criollos. No se confundían exactamente con los modelos de la literatura española de la época. Los peninsulares parecían pensar que todo aquello que era diferente en la expresión literaria americana era simplemente impotencia para la imitación, balbuceo o retraso colonial. Algún día superarían esas desventajas y sus obras podrían confundirse enteramente con las de los castellanos.
Esas diferencias literarias existieron desde el primer momento. Empezaron a aparecer aun antes de que hubiera criollos. Surgen ya en la expresión literaria de los primeros españoles que llegan a América y la describen. La sola presencia del medio nuevo los había tocado y provocado en ellos modificaciones perceptibles. Esos españoles que venían de una literatura en la que la naturaleza apenas comparece, van de inmediato y por necesidad a escribir las más prolijas y amorosas descripciones del mundo natural que hubiera conocido Europa hasta entonces. Ya es la aparición de un tema nuevo y de una actitud nueva. Hay también una como ruptura de la continuidad literaria. Cuando van a narrar los hechos históricos de que son testigos, lo hacen resucitando antiguas formas ya en desuso. Van a escribir crónicas.
Se manifiesta también una como resistencia del nuevo medio cultural al trasplante de las formas europeas. A algunas las admite, a las más las modifica, pero a otras las rechaza. Los dos géneros literarios en que florece el genio español en la hora de la colonización: la comedia y la novela realista, no logran pasar a América. Cuando viene un gran novelista como Mateo Alemán, calla o escribe una Gramática. No hay en Indias quien imite a Lope de Vega, a pesar de que hubo tiempo en que todo el que podía sostener pluma de poeta lo imitaba en España. En cambio se cultiva con intensidad y extensión extraordinaria el poema histórico narrativo, que en España no llega a arraigar y tiene una vida efímera y postiza.
Esos rasgos y caracteres diferenciales no hicieron sino acentuarse con el tiempo, dándole cada vez más ser a la realidad de una literatura hispanoamericana que, fuera de la lengua, no tenía mucho en común con la literatura española.
Tardos fueron los españoles en admitir este hecho. Todavía a fines del siglo XIX Menéndez y Pelayo habla de la literatura hispanoamericana como parte de la literatura española y se propone, en la antología que la Academia le encomienda, darle «entrada oficial en el tesoro de la literatura española» a la «poesía castellana del otro lado de los mares». Con todo, Menéndez y Pelayo no puede menos que atisbar algunas de esas diferencias tan visibles. Para él la contemplación de las maravillas naturales, la modificación de la raza por el medio ambiente y la vida enérgica de las conquistas y revueltas sirven de fundamento a la originalidad de la literatura de la América hispana. Originalidad que para él se manifiesta en la poesía descriptiva y en la poesía política.
También hubo de notar las diferencias Juan Valera. Para él provenían del menor arraigo de los criollos, de la menor savia española. Esto les parecía inclinarlos al cosmopolitismo. No eran éstos rasgos que podían merecer su alabanza. Y tampoco se cuidaba de rastrearlos en el medio colonial para ver si tenían algo de consustancial con el espíritu del criollo.
Esta parca y un poco desdeñosa admisión de la diferencia llega sin modificarse casi hasta nuestros días. Reaccionan contra ella algunos pocos: Miguel de Unamuno, en parte, y Federico de Onís, de un modo tenaz y penetrante. Pero todavía cuando Enrique Díez Canedo se recibe en la Academia Española, Díez Canedo, que amaba y quería entender a América, habla de la «unidad profunda» de las letras hispánicas, y, concediendo una mínima parte a la diferencia, afirma que Garcilaso «el Inca», Alarcón, sor Juana y la Avellaneda, «españoles son y muy españoles han de seguir siendo».