LA PELOTA
NO SE MANCHA
Una historia del fútbol argentino
Xabier Rodríguez
A mis padres y a mi hermano.
A toda la familia Esnaola Aizpeolea de Argentina,
a la tía María y, muy especialmente,
a Bali, Pepe, Lucas, Ana y Facu
por hacerme de Buenos Aires un hogar.
Publicado por
T&B Editores
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www.tbeditores.es
© 2017, Xabier Rodríguez
© 2017, de la presente edición: T&B Editores
Diseño de la portada: Hugo Bosch
Ilustraciones: Archivo T&B Editores
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702 19 70 / 93 272 04 47)»
ISBN: 978-84-945652-9-8
Depósito legal: M-38600-2016
Impreso en España – Printed in Spain
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
1 GOBERNAR ES POBLAR
2 GENTLEMEN'S FOOTBALL
3 LA NUESTRA
4 LA CABEZA DE GOLIAT
5 EL ORIGEN DE LAS ESPECIES
6 DEL MARRÓN AL BLANCO
7 AL OTRO LADO DEL RIO
8 NO TAN INFAME
9 DÍAS DE VINO, ROSAS Y MILONGA
10 DOMINGOS PERONISTAS
11 ÉXODO
12 MAQUINITAS Y REVOLUCIONES
13 MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA
14 EL DESENCANTO
15 FÚTBOL REVUELTO
16 LA TRAVESÍA DEL DESIERTO
17 EL RETORNO DE LA NUESTRA
18 ESPLENDOR DEL ENGANCHE
19 LA ALEGRÍA Y EL TERROR
20 ARRIBA Y ABAJO
21 LA GLORIA
22 LA CASA ESTÁ EN ORDEN
23 EL DRAMA
24 LOS DUEÑOS DE LA PELOTA
25 UN TRIBUNAL DE LUXEMBURGO
26 DESPUÉS DEL DIEGO
27 ¡QUE SE VAYAN TODOS!
28 EL VACÍO
29 RETORNOS Y PATOTAS
30 ESPERANDO AL MESIAS
PRÓRROGA Y PENALES
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
La primera vez que fui a ver un partido a una cancha de fútbol tenía seis años y la Real Sociedad cumplía su 75 aniversario. Para celebrarlo se iba a enfrentar a un equipo del que no había oído hablar. Se llamaba Boca Juniors y todo lo que me contaron era que había sido el equipo de Maradona. Con esa poca información fui al partido de la mano de mi primo mayor, seguro de que la Real se iba a enfrentar a uno de los equipos más importantes del mundo.
Volví a tener contacto con el fútbol argentino a través de los álbumes de cromos del Mundial y quedé impresionado por unos jugadores barbudos y de pelos largos que parecían más miembros de los Ángeles del Infierno que futbolistas. En realidad en todo el equipo no había más de dos o tres barbudos, pero, en mi impresionable mente de niño, todos los argentinos se convirtieron a partir de entonces en el cromo de Sergio Daniel Batista. ¡Qué nombres tenían aquellos jugadores! Había que tomar aire para poder pronunciarlos. Ricardo Omar Giusti, Daniel Alfredo Passarella, Nestor Rolando Clausen…
Con una enorme curiosidad infantil seguí de cerca el camino de aquellos jugadores hasta que lograron ser campeones del mundo en México y, cuatro años más tarde, su lucha contra los elementos en Italia. Para entonces sabía ya bien quienes eran Boca Juniors y River Plate y había oído la historia de mis familiares que se fueron a Argentina en tiempos de la guerra civil y se hicieron hinchas de San Lorenzo porque allí jugaban dos vascos.
Más tarde empezaron a emitir por televisión en España partidos de la liga argentina y quedé impresionado por un fútbol que no tenía nada que ver con lo que había visto hasta entonces. Entre los jugadores había locos, burros, monos, muñecos… Los equipos tenían nombres que sonaban casi poéticos: Chacarita Juniors, Gimnasia y Esgrima, Ferrocarril Oeste… Otros hacían pensar en equipos invencibles, ¿quién podía ganar a un Tigre o a un Huracán? Los jugadores se entregaban como gladiadores a los que la vida les iba en cada partido y las gradas mostraban un colorido y un fervor que impactaba incluso visto por televisión.
Con el tiempo muchos de esos futbolistas fueron viniendo a la liga española y descubrí que aquí jugaban con la misma garra que había visto por televisión. Nunca daban un balón por perdido y, si el árbitro no miraba, no dejaban pasar la oportunidad de sacar una pequeña ventaja.
Un día un entrenador argentino se indignó porque el masajista de su equipo atendía a un rival con la nariz rota en vez de ocuparse de Maradona. «¡Los de colorado son nuestros!...Qué carajo me importa el otro.¡Pisalo, pisalo!» decía aquel técnico. Otro de aquellos jugadores le clavó la bota al rival para evitar que llegara a un balón, dejándole marcado el taco en el muslo como si fuera un agujero de bala. El fútbol argentino no era ninguna broma y para enfrentarse a ellos había que salir con el cuchillo entre los dientes.
A lo largo de esos mismos años mis padres me fueron hablando de un país que, como el nuestro, había sufrido una dictadura y trataba de adaptarse a la democracia. Me hablaban de unas madres y abuelas que daban vueltas alrededor de una plaza, reclamando la verdad sobre sus hijos, hijas, nietos o nietas. Oí hablar de un presidente que, también como el nuestro, tenía patillas canosas y que parecía poner mucho empeño en salir en televisión mostrando su sonrisa y haciendo la v de la victoria.
Con los años el país se fue a la quiebra y, entonces, deseé más que nunca que su selección ganara el Mundial de fútbol. De nada sirvieron mis ánimos porque al final no pasaron de la primera fase. Pero, igual que el país, la selección también se recuperó. Apareció un jugador bajito, muy callado, que había necesitado ayuda de la medicina para poder crecer y con él disfruté del fútbol como no lo había hecho antes.
Decididamente mi visión acerca de Argentina está totalmente condicionada por su fútbol y sospecho que el mío no es un caso de excepción; hace tiempo que la pelota es su mejor carta de presentación ante el mundo. Durante años en cualquier rincón del mundo se hacía la misma identificación: “¿Argentina? Maradona. Cuando en 2014 estuve en un pueblo pequeño perdido en el interior de Senegal, nadie sabía quiénes eran Gardel, Evita o el Ché, pero la camiseta de Messi se vendía en el mercado de los domingos junto a los cachuetes, la fruta o la verdura.
Entender por qué el fútbol argentino es tan importante no es tarea fácil, pero se puede empezar por conocer la magnitud del fenómeno. En su historia reciente han sido dos los momentos que han marcado a la Argentina. En ambos casos, en medio del caos, el fútbol fue el único elemento que mantuvo la normalidad.
Cuando los militares tomaron el poder en 1976, los argentinos escucharon en una serie de comunicados las nuevas normas que regularían el país. Entre toda la lista de prohibiciones y medidas restrictivas, la única autorización hacía referencia al partido que debía disputarse ese mismo día entre la selección albiceleste y la de Polonia.
25 años más tarde el país entró en quiebra y el gobierno decretó lo que se conoció como “corralito”. En medio de un clima apocalíptico y con el país paralizado, los dirigentes de la AFA y del gobierno se reunieron para buscar la forma de que pudiera disputarse la última jornada del campeonato de liga.
Más allá de los clichés que presentan al fútbol argentino como un campo de batalla en el que la violencia campa a sus anchas cada fin de semana y en el que ver un partido en directo sería lo más parecido a estar en las trincheras de un frente de guerra, este libro pretende ofrecer una visión mucho más rica e interesante. Porque seguramente ningún elemento puede servir mejor para entender la sociedad argentina que el fútbol. En pocos países el día a día de su gente se ve más condicionado por este deporte como en Argentina. En ningún otro el gobierno lo ha elevado a la categoría de derecho, al nivel de la educación, la sanidad o la vivienda.
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