Este libro debe tanto a tal número de primates, humanos y no humanos, que es imposible darles las gracias a todos. La idea central nació de una discusión con Doug Abrams. En aquellos momentos, yo estaba considerando aplicar mi experiencia de toda una vida con primates al comportamiento humano, y Doug opinaba que los bonobos merecían mucha más atención de la que habían recibido hasta entonces. Las dos ideas combinadas se tradujeron en un libro que compara directamente los comportamientos de seres humanos, chimpancés y bonobos. Mucho más que mis libros anteriores, El mono que llevamos dentro trata del lugar que ocupa nuestra especie en la naturaleza.
Aprecio y agradezco los comentarios de Jake Morrissey, editor de Riverhead, Doug Abrams, Wendy Carlton y mi esposa, Catherine Marin. También doy las gracias a mi agente, Michelle Tessler, por dejar el libro en tan buenas manos.
Al principio de mi carrera, en Holanda, conté con el apoyo de Jan van Hooff, mi director de tesis, y su hermano, Anton van Hooff, director del zoo de Arnhem. Doy las gracias a Robert Goy por empujarme hasta este otro lado del Atlántico. En Estados Unidos han sido tantos los colaboradores, técnicos y discípulos que han trabajado conmigo que no puedo citar todos sus nombres, aunque estoy en deuda con ellos por su ayuda y por haber abierto nuevas líneas de investigación. Finalmente, quiero dar las gracias a Alexandre Arribas, Marietta Dindo, Michael Hammond, Milton Harris, Ernst Mayr, Toshisada Nishida y Amy Parish por haberme ayudado de diversas maneras, y a Catherine, por su amor y apoyo.
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Nuestra familia antropoide
Se puede sacar al mono de la jungla, pero no a la jungla del mono.
Esto también se aplica a nosotros, grandes monos bípedos. Desde que nuestros ancestros se columpiaban de árbol en árbol, la vida en grupo ha sido una obsesión de nuestro linaje. La televisión nos muestra hasta la saciedad a políticos que se golpean el pecho, estrellas de segunda que van de cita en cita, y programas de testimonios reales sobre quién triunfa y quién no. Sería fácil mofarse de todo este comportamiento primate si no fuera porque nuestros colegas simios se toman las luchas por el poder y el sexo tan en serio como nosotros.
Pero, aparte del poder y el sexo, compartimos más cosas con ellos. El compañerismo y la empatía son igualmente importantes, pero rara vez se los considera parte de nuestro legado biológico. Tendemos mucho más a maldecir a la naturaleza por lo que nos disgusta de nosotros mismos que a ensalzarla por lo que nos gusta. Como dijo Katharine Hepburn en La reina de África, «La naturaleza, señor Allnut, es lo que hemos venido a este mundo a vencer».
Esta opinión todavía persiste en gran medida. De los millones de páginas escritas a lo largo de los siglos sobre la naturaleza humana, nada es tan desolador —ni tan erróneo— como lo publicado en las últimas tres décadas. Se nos dice que nuestros genes son egoístas, que la bondad humana es una impostura, y que hacemos gala de moralidad sólo para impresionar a los demás. Pero si todo lo que le importa a la gente es su propio interés, ¿por qué un bebé de tan solo un día llora cuando oye llorar a otro bebé? Así nace la empatía. Quizá no sea un comportamiento muy sofisticado, pero podemos estar seguros de que un recién nacido no pretende impresionar. Venimos a este mundo con impulsos hacia los otros que, más tarde en la vida, nos mueven a preocuparnos por los demás.
La antigüedad de estos impulsos se evidencia en el comportamiento de nuestros parientes primates. Realmente notable es el bonobo, un antropoide poco conocido, pero tan cercano genéticamente a nosotros como el chimpancé. En una ocasión, una hembra llamada Kuni vio cómo un estornino chocaba contra el vidrio de su recinto en el zoo británico de Twycross. Kuni tomó al aturdido pájaro y lo colocó con cuidado sobre sus pies. Al comprobar que no se movía, lo sacudió un poco, a lo que el ave respondió con un aleteo espasmódico. Con el estornino en la mano, Kuni se encaramó al árbol más alto, abrazando el tronco con las piernas y sosteniendo al pájaro con ambas manos. Desplegó sus alas con cuidado, manteniendo una punta entre los dedos de cada mano, antes de lanzar al pájaro al aire como un pequeño avión de juguete. Pero, tras un aleteo descoordinado, el estornino aterrizó en la orilla del foso. Kuni descendió del árbol y se quedó un buen rato montando guardia junto al pájaro para protegerlo de la curiosidad infantil. Hacia el final de la jornada, el pájaro, ya recuperado, había emprendido de nuevo el vuelo.
El trato dispensado por Kuni a este pájaro fue diferente del que habría utilizado para auxiliar a un congénere. En vez de seguir una pauta de conducta prefijada, ajustó su auxilio a la situación específica de un animal por completo diferente a ella misma. Los pájaros que sobrevolaban su recinto seguramente le habían proporcionado una idea de la ayuda requerida. Esta clase de empatía es inusitada en el mundo animal, porque se basa en la capacidad de imaginar las circunstancias de otro. Adam Smith, pionero de la teoría económica, debía de tener en mente acciones como la de Kuni (aunque no ejecutadas por un mono) cuando, hace más de dos siglos, nos ofreció la definición más imperecedera que se conoce de la empatía: la capacidad de «ponerse en el lugar del que sufre».
La posibilidad de que la empatía forme parte de nuestro legado primate debería congratularnos, pero no tenemos por costumbre celebrar nuestra naturaleza. A quienes cometen un genocidio, los llamamos «animales». Pero cuando donan algo a los pobres, los aplaudimos por su «humanidad». Nos gusta reclamar este último comportamiento para nosotros. La posibilidad de una humanidad no humana sólo fue advertida por el público cuando un antropoide salvó a un miembro de nuestra propia especie. Esto ocurrió el 16 de agosto de 1996, cuando una gorila de ocho años llamada Binti Jua socorrió a un niño de tres años que había caído desde una altura de más de cinco metros al interior del recinto de primates del zoo Brookfield de Chicago. La gorila reaccionó de inmediato y tomó al niño en brazos. Luego se sentó en un tronco sobre una corriente de agua, acunó al niño en su regazo y le dio unos golpecitos suaves para ver si reaccionaba antes de entregarlo al personal del zoo. Este simple acto de compasión, captado en vídeo y difundido por todo el mundo, conmovió a muchos, y Binti fue aclamada como una heroína. Fue la primera vez en la historia norteamericana que un antropoide figuró en los discursos de algunos líderes políticos, que la ponían como modelo de piedad.
La cabeza de Jano
Que el comportamiento de Binti causara tal sorpresa entre el público dice mucho sobre la manera en que los medios de comunicación retratan a los animales. En realidad, no hizo nada inusual, o al menos nada que una hembra de gorila no hiciera por cualquier individuo joven de su misma especie. Por mucho que los documentales de naturaleza se centren en bestias feroces —o en hombres viriles capaces de tumbarlas y reducirlas—, pienso que es vital comunicar la verdadera amplitud y profundidad de nuestra conexión con la naturaleza. Este libro explora los fascinantes e inquietantes paralelismos entre el comportamiento primate y el nuestro, con igual consideración para lo bueno, lo malo y lo desagradable.
Tenemos la gran suerte de disponer de dos parientes primates cercanos para estudiarlos, y son tan diferentes como la noche y el día. Uno tiene modales bruscos y un carácter ambicioso y manipulador; el otro propone un modo de vida igualitario y libre. Todo el mundo ha oído hablar del chimpancé, conocido por la ciencia desde el siglo XVII . Su comportamiento jerárquico y violento ha inspirado la visión corriente de los seres humanos como «monos asesinos». Nuestro sino biológico, dicen algunos científicos, es ganar poder a base de sojuzgar a otros y librar una contienda perpetua. He sido testigo de suficiente derramamiento de sangre entre los chimpancés como para convenir en que tienen una vena violenta. Pero no deberíamos dejar de lado a nuestro otro pariente cercano, el bonobo, no descubierto hasta el siglo XX . Los bonobos son unos animales tranquilos con buen apetito sexual. Pacíficos por naturaleza, contradicen la idea de que el nuestro es un linaje sanguinario.