AGRADECIMIENTOS
Mi interés en la cognición como producto de la evolución me ha marcado como etólogo. Estoy agradecido a todos los etólogos neerlandeses que me influyeron al principio de mi carrera. Comencé mis estudios de graduación en la Universidad de Groninga, en los Países Bajos, bajo la tutela de Gerard Baerends, que fue el primer discípulo de Niko Tinbergen. Luego escribí mi tesis doctoral sobre el comportamiento de los primates en la Universidad de Utrecht con Jan van Hooff como director. Mi exposición a la psicología comparativa, el otro enfoque del comportamiento animal, se produjo principalmente después de cruzar el Atlántico. Pero las influencias de ambas escuelas han sido cruciales para construir el nuevo campo de la evolución cognitiva. Este libro relata mi propia trayectoria e implicación en este campo mientras se desplazó gradualmente hasta la vanguardia del estudio del comportamiento animal.
Estoy agradecido a las muchas personas que me han acompañado en este viaje, desde colegas y colaboradores hasta estudiantes y becarios. Sólo mencionaré a los de los últimos años: Sarah Brosnan, Kimberly Burke, Sarah Calcutt, Matthew Campbell, Devyn Carter, Zanna Clay, Marietta Danforth, Tim Eppley, Pier Francesco Ferrari, Katie Hall, Yuko Hattori, Victoria Horner, Joshua Plotnik, Stephanie Preston, Darby Proctor, Teresa Romero, Malini Suchak, Julia Watzek, Christine Webb y Andrew Whiten. Estoy agradecido al Yerkes National Primate Research Center y a la Universidad de Emory por la oportunidad de llevar a cabo nuestros estudios, y a los muchos primates que han participado y se han convertido en parte de mi vida.
Inicialmente, este libro quería ser una revisión relativamente corta de los últimos hallazgos acerca de la cognición primate, pero pronto creció en alcance y volumen hasta convertirse en lo que es ahora. La revisión es incompleta, pero mi principal objetivo es transmitir el entusiasmo por la evolución cognitiva e ilustrar cómo se ha convertido en una ciencia respetable basada en observaciones y experimentos rigurosos. Dado que el libro cubre tantos aspectos y especies diferentes, he pedido a diversos colegas que lean partes del mismo. Por su inestimable interacción mutua doy las gracias a: Michael Beran, Gregory Berns, Redouan Bshary, Zanna Clay, Harold Gouzoules, Russell Gray, Roger Hanlon, Robert Hampton, Vincent Janik, Karline Janmaat, Gema Martin-Ordas, Gerald Massey, Jennifer Mather, Tetsuro Matsuzawa, Caitlin O’Connell, Irene Pepperberg, Susan Perry, Joshua Plotnik y Malini Suchak.
También doy las gracias a mi agente Michelle Tessler por su apoyo continuado, y a mi editor en Norton, John Glusman, por su lectura crítica del manuscrito. Como siempre, mi mujer y fan número uno, Catherine, ha leído mi producción diaria con entusiasmo y me ha ayudado estilísticamente. Le doy las gracias por todo el amor que me ha dado en mi vida.
Prólogo
La diferencia mental entre el hombre y los animales superiores, aun siendo grande, ciertamente es de escala y no de tipo.
Charles Darwin
Una mañana de principios de noviembre, cuando los días se iban haciendo más fríos, observé que Franje, una hembra de chimpancé, estaba recogiendo toda la paja de su dormitorio. Luego se la llevó bajo el brazo, fuera de la amplia isla del zoo de Arnhem, en los Países Bajos. Su comportamiento me sorprendió. En primer lugar, Franje nunca había hecho eso antes, ni habíamos observado a otros chimpancés llevándose la paja. En segundo lugar, si el objetivo de Franje era abrigarse durante el día, tal como sospechábamos, hay que señalar que recogía la paja dentro de un recinto con calefacción a una temperatura ambiente agradable. La conducta de Franje no era una respuesta al frío, sino que estaba preparándose para una temperatura que de hecho no podía experimentar. La explicación más razonable sería que había extrapolado el frío del día anterior a la temperatura esperable el día siguiente. Luego se quedó con el pequeño Fons, su hijo, en el acogedor nido de paja que había confeccionado.
Nunca dejo de maravillarme ante el nivel mental que exhiben los animales, aunque sé muy bien que un caso aislado no permite extraer conclusiones. Pero estos documentos inspiran observaciones y experimentos que nos permiten discernir lo que ocurre. A Isaac Asimov, el novelista de ciencia ficción, se le atribuye esta frase: «La expresión más emocionante que puede oírse en ciencia, la que anuncia nuevos descubrimientos, no es “¡Eureka!” sino “Qué curioso”». Conozco esta reflexión demasiado bien. Atravesamos un largo proceso que pasa por la observación de nuestros animales, cuyas acciones nos intrigan y sorprenden, la comprobación sistemática de nuestras ideas y la discusión con los colegas sobre el significado real de los datos. El resultado es que tardamos bastante en aceptar las conclusiones de los estudios, y los desacuerdos acechan en cada esquina. Aunque la observación inicial sea simple (un mono recoge una pila de paja), las repercusiones pueden ser enormes. La cuestión de si los animales hacen planes para el futuro, como parecía ser el caso de Franje, preocupa bastante a la ciencia ahora mismo. Hablamos de viaje mental en el tiempo, cronestesia y autonoesis, pero evitaré esta terminología arcana e intentaré traducirla al lenguaje ordinario. Relataré observaciones del uso cotidiano de la inteligencia animal, y ofreceré evidencias procedentes de experimentos controlados. Lo primero nos dice algo del propósito de las capacidades cognitivas, mientras que lo segundo nos ayuda a descartar explicaciones alternativas. Le concedo el mismo valor a ambas fuentes, aunque soy consciente de que las anécdotas son más fáciles de leer que los experimentos.
Consideremos la cuestión relacionada de si los animales dicen adiós además de hola. Esto último no es difícil de ver. El saludo es una respuesta a la aparición de un individuo familiar tras una ausencia, como cuando nuestro perro se pone a saltar ante nosotros en cuanto entramos por la puerta. Los vídeos de soldados saludados por sus mascotas al volver a casa sugieren una conexión entre la duración de la separación y la intensidad del saludo. Esta conexión también se aplica a nuestra especie, y su explicación no requiere grandes teorías cognitivas. Pero ¿cómo se entiende el decir adiós?
Nos aterra tener que despedirnos de alguien que amamos. Mi madre lloró cuando me trasladé al otro lado del Atlántico, aunque ambos sabíamos que mi ausencia no sería permanente. Decir adiós tiene que ver con la constatación de una separación futura, y por eso es una conducta rara en el mundo animal. Pero aquí también tengo algo que contar. Una vez adiestré a una chimpancé, llamada Kuif, para que diera el biberón a una cría adoptada. Kuif se comportaba como si fuera la madre de la criatura a todos los efectos, pero no producía suficiente leche propia para nutrirla, así que le dimos un biberón de leche tibia para enseñarle a alimentar al bebé. Kuif aprendió a hacerlo tan bien que incluso retiraba el biberón cuando el bebé necesitaba eructar. Este proyecto requería que Kuif y el bebé, que ella sostenía en sus brazos día y noche, se recluyeran con nosotros a la hora del biberón mientras el resto de la colonia permanecía fuera. Al cabo de un tiempo notamos que, en vez de acudir a nuestra llamada directamente, Kuif daba un largo rodeo. Antes de entrar en el recinto daba la vuelta a la isla para visitar al macho alfa, la hembra alfa y unos cuantos buenos amigos, a todos los cuales les daba un beso. Incluso los despertaba si estaban dormidos para despedirse. Una vez más, la conducta en sí era simple, pero las circunstancias precisas en las que se daba nos llevaron a interrogarnos sobre la cognición subyacente. Como