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Brigitte Vasallo - Mentes insanas: Ungüentos feministas para males cotidianos

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Brigitte Vasallo Mentes insanas: Ungüentos feministas para males cotidianos
  • Libro:
    Mentes insanas: Ungüentos feministas para males cotidianos
  • Autor:
  • Editor:
    RBA Libros
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  • Año:
    2020
  • Ciudad:
    Barcelona
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Mentes insanas: Ungüentos feministas para males cotidianos: resumen, descripción y anotación

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¿Qué puede salir mal cuando estás deprimida y la revista Mente Sana te encarga un blog sobre cosas del bienestar? Pues solo podía salir Mentes Insanas: Porque lo raro es estar bien. Brigitte Vasallo, escritora a trompicones y feminista entre comillas, retrata con humor ácido y mirada de género todo tipo de vicisitudes cotidianas. Situaciones del día con las que cualquier persona se puede sentir identificada y que producen desde incomodidades apenas perceptibles hasta agresiones en todo regla. Si en ocasiones te sientes mal, apunta Vasallo, no eres tú: es el sistema.

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Luz

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UNGÜENTOS PARA PROTEGER LA PIEL
LA CASA DE LA DIFERENCIA

Me gusta mucho Audre Lorde y vuelvo a ella siempre, desde hace un montón de años. Y, a cada nueva lectura, aparecen capas de significado a las que no había prestado atención y que de pronto están, inevitablemente allá, relucientes, inesquivables.

En su biomitografía, una autobiografía novelada, narra las dificultades para encontrar un entorno seguro, certero, en cuanto que mujer, Negra (ella lo escribe con mayúscula), lesbiana y pobre, y de cómo todo encuentro articulado a través de la similitud es una ficción temporal. Cuenta de qué manera participó en grupos que giraban en torno a la experiencia lesbiana donde el racismo no era tomado en consideración, o en grupos donde el eje aglutinador era la racialización, pero donde su experiencia lesbiana era mirada de medio lado, o en grupos donde el común denominador era el género, y en los que no se tenía en cuenta ni lo uno ni lo otro. Y así, Lorde inicia un recorrido en busca de sus iguales, donde cada espacio se proyecta en un juego de espejos infinito que remite a una nueva diferencia interna, que a su vez genera un subgrupo que remitirá a una nueva diferencia interna que generará un subgrupo.

«Tardé mucho en darme cuenta —dice— de que nuestro lugar era el hogar mismo de la diferencia más que la seguridad de cualquier diferencia particular. (Y con frecuencia éramos cobardes en nuestro aprendizaje)».

Lorde, como la realidad, ni es simple, ni es simplista. Ella, sus textos, no sirven para negarles la diferencia a las y a los demás mientras reivindicamos la propia, no sirven para hacer ejercicios de abuso de poder. Eso que ella llama «la casa de la diferencia» es precisamente un espacio donde atender al hecho irrefutable de que somos distintas y de que, en el mundo en que vivimos, somos desiguales de manera multidimensional.

Y solo atendiendo a esa realidad podremos estar juntas.

CUMPLEAÑOS

Queridas Mentes Insanas:

Inicio este blog en las fechas que rodean mi cuarenta y cuatro cumpleaños, abrumada por la infinidad de mensajes que, desde hace más de una década, me informan puntualmente de que algo anda mal. No directamente, claro: cuando digo mi edad se hace un instante de silencio tras el cual todo el mundo se lanza a quitarle hierro a la cosa.

Y «la cosa» no es otra que el hecho de que soy una mujer y cumplo cuarenta y cuatro años.

Oye, pues no se te nota nada.

Parece que tengas treinta.

¿Cuántos cumples… dieciocho? (seguido de risa-risa, codazo-codazo).

Vamos a poner las cosas claras.

Haciendo un cálculo digno de la nefasta matemática que soy, cuarenta y cuatro años han sido unos 16.071 días sobre la faz de la tierra. En ese porrón de días, he aprendido a distinguir entre lo que me gusta y lo que me hace bien, he aprendido a escoger mis batallas, a no enfadarme más de la cuenta pero a enfadarme cuando es necesario, a no darle mayor importancia a algunas cosas pero a no dejar pasar ni una en otras cuestiones, a aguantarme a mí misma en general y a tratarme bien en particular.

Nada de esto venía de serie y nada lo he hecho yo sola: me ha acompañado una constelación de gente que me ha hecho bien, y otra que no tanto, y unas cuantas personas que me han hecho mal, así, directamente.

Me he llevado una cantidad de palos que prefiero no calcular, me he deprimido unas cuantas veces y lo he superado otras tantas, he ido a terapia una vez y he salido bastante renovada, a lo fénix.

Tengo un sentido del humor afinado y una perspectiva sobre el mundo que me alegra la vida y me la amarga simultáneamente, estoy de vuelta de un montón de cosas, mientras que a otras tantas ni siquiera he empezado a ir. Y cada vez me faltan más cosas por hacer, pues cada cosa que hago me remite a decenas que aún no he hecho pero que quiero hacer.

Todo esto, queridas Mentes, necesita tiempo. No lo pude hacer con treinta, ni mucho menos con dieciocho.

Por lo demás, cada una de estas cosas ha dejado una huella clara en mí, en mi cabeza, en mi espíritu y en mi cuerpo. Tengo magulladuras, cicatrices, arrugas, incluso una específica y vertical entre ceja y ceja de tanto fruncir el ceño y romperme la crisma buscando soluciones a los problemas que he ido encontrando.

Y si estoy aquí es porque, de alguna manera, he encontrado esas soluciones.

Mis 16.071 días se notan en todo lo que hago: se notan en los orgasmos que doy y que recibo, en las fiestas que monto, en los artículos que escribo, en las cosas de las que me río y en las que no me hacen gracia, en los límites que pongo y en las cuestiones que dejo pasar y que hace unos años se me hacían chicle en la boca del estómago.

Haber llegado hasta aquí me parece una especie de milagro, visto cómo anda el mundo. Y hacerlo orgullosa entre todos esos mensajes compasivos por algo que me parece un milagro, hace que el milagro sea aún mayor.

El problema con mi edad lo tiene el mundo, no yo. Un mundo que quiere que las mujeres seamos eternamente infantiles, inexpertas, maleables, dubitativas, controlables y muy poco peligrosas.

Pero yo, queridas, como muchas de vosotras, tengo peligro. Y, la verdad: estoy encantada de ser peligrosa.

VIEJA, ¡POR FIN!

Queridas Mentes Insanas:

Las actrices se quejan de que no hay papeles para ellas pasados los cuarenta. Como consecuencia, no tenemos representaciones audiovisuales de mujeres de más de cuarenta años, a menos que aparenten tener la mitad o que su rol sea puramente residual y estereotipado; las compañeras heterosexuales se quejan de que a partir de esa edad devienen invisibles… Me encantaría deciros que son invisibles a los ojos de los hombres, pero, desgraciadamente, en las redes de ligue lesbiano y bisexual hay un filtro de edad que ejerce una función invisibilizadora. Añado que en las apps de ligue para mujeres con mujeres hay muy pocos filtros. No los hay, por ejemplo, para cosas tan trascendentes como la ideología política, pero sí hay un filtro de edad para que ni siquiera veas los perfiles de mujeres que no entran en tu franja escogida. Cada cual sus gustos, me diréis, pero curiosamente el gusto de todo el mundo se parece mucho, y eso siempre es sospechoso.

¿Qué pasa con las mujeres a partir de una edad, y qué edad es esa?

La respuesta es bastante triste. Dejamos de ser posibles reproductoras y, por lo tanto, ya no tenemos espacio social asignado. Por mucho que las cosas hayan cambiado, por mucho que eso ya no se estile, por mucho que ahora el feminismo nosequé o nosecuántos. Que las mujeres ya no estamos reducidas únicamente a nuestra función reproductiva es relativamente cierto, sí. Aunque es como si hubiésemos derribado un muro, pero hubiéramos olvidado retirar los escombros, así que el espacio sigue ocupado por el muro en ruinas que ahí continúa al fin y al cabo.

Los escombros de aquella idea de las mujeres únicamente como madres es nuestra fecha de caducidad como mujeres, que sigue estando vigente en mil detalles. Desde el clásico «no aparentas tu edad» como piropo, aunque sea un insulto infantilizador, hasta la abuelización de las mujeres mayores, a las que llaman abuelas tengan o no descendencia.

En el mundo laboral, la cuestión es escandalosa: desde los entornos donde la apariencia física tiene tanto peso como la calidad del trabajo, hasta entornos que pretenden huir de esas dinámicas, pero confunden cuerpo joven con ideas novedosas, y acaban construyendo entornos solo de mujeres jóvenes con ideas decimonónicas sin darse siquiera cuenta.

El espacio postfértil, en lugar de ser un espacio liberado de ese mandato de la mujer-madre, es un espacio aleccionado de autoodio plasmado en el imaginario de la bruja, que tiene todos los defectos «imperdonables»: vieja, fea, mala, despeinada, con una nariz grande y una especie de falo (¡esa escoba!) entre las piernas.

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