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Victorino Zecchetto - La danza de los signos: nociones de semiótica general

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Victorino Zecchetto La danza de los signos: nociones de semiótica general
  • Libro:
    La danza de los signos: nociones de semiótica general
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2003
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La danza de los signos: nociones de semiótica general: resumen, descripción y anotación

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¿QUÉ ES LA SEMIÓTICA?

En la semiótica hallamos diversas finalidades, todas ellas tienen que ver con el lenguaje y los signos.

J. Lambert, 1763

La semiótica es una ciencia que depende de la «realidad de la comunicación».

Primero vivimos y practicamos la comunicación, y en un segundo momento reflexionamos sobre su sentido, su estructura y funcionamiento. Eso es la semiótica.

En ciertos estudiantes, el lenguaje de la semiótica y su lógica hacen surgir el temor de hallarse ante un fantasma inasible. Pero no debiera ser así, solo se trata de comprender sus pretensiones y su enfoque. Esto es lo que queremos explicar en este breve capítulo. Y comenzamos precisando la terminología.

1. Discusión sobre los términos

El estudio de los signos tiene un largo historial, prácticamente desde el origen mismo de la filosofía, pero este tema relacionado con la historia lo abordaremos en un capítulo posterior. En cambio, el asunto de la terminología usada para designar el estudio y la teoría de los signos, ha tenido sus vaivenes y discusiones solo en época relativamente reciente.

La teoría de los signos fue bautizada con el nombre de «semiología» por Saussure, y después de él, por varios estudiosos del lenguaje. Pero pronto el término entró en colisión con la palabra «semiótica», utilizada con anterioridad. Ya en el siglo XVII John Locke habló de una doctrina de los signos con el nombre de semiotiké, y Johann Lambert (1764) escribió un tratado que incluía una parte llamada Semiótica. Sin embargo, ambos pensadores no se apartaron del enfoque gramatical y lingüístico propio de su tiempo. El estatuto científico de una disciplina de los signos, y también el proceso diacrónico de la etimología, solo se planteó en el siglo XX, cuando se publicaron los estudios sistemáticos de Saussure y de Peirce.

Ferdinand de Saussure, desde la vertiente lingüística, reivindicó el derecho a una ciencia «que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social… la denominaríamos semiología (del griego semeion, "signo"). Ella nos enseñaría en qué consisten los signos, qué leyes los regulan» Según Saussure la semiología no era aún reconocida como ciencia autónoma, porque se creía que la lengua es más apta para comprender los problemas semiológicos. Sin embargo, la lengua es un sistema más entre otros sistemas de signos. Por consiguiente sostiene Saussurela lingüística es solo una parte de la ciencia general de los signos, o sea, de la semiología.

De manera paralela a Saussure, el filósofo norteamericano Charles Peirce (18 391 914), agudo investigador de los signos, había introducido el término semiotics para indicar el estudio de los signos. Este autor, a pesar de la riqueza de su pensamiento, fue siempre poco leído por lo difícil que resulta entender su lenguaje. Peirce concibió la semiótica como un campo científico articulado en torno a reflexiones de carácter lógicofilosófico que tuviera como objeto específico de su investigación la «semiosis», es decir, el proceso de significación donde participan «un signo, su objeto y su interpretante».

Históricamente, se instalaron dos tradiciones etimológicas, cuyas dos palabras representaban una mirada de doble foco: la de F. Saussure que usó el término semiologia, y la del filósofo Ch. Peirce que optó por la palabra semiótica. La corriente saussuriana ha tenido su base sobre todo en Europa, se difundió hasta Rusia y, en parte, también en América Latina. Hablan de semiologia Roland Barthes (1964), Louis Hjelmslev (1957), Luis Prieto (1966), Pierre Guiraud (1971), aunque cada uno la entiende desde posturas teóricas diferentes. Barthes, por ejemplo, invirtió la posición de F. De Saussure y, según él, la semiología forma parte de la lingüística, porque «parece cada vez más difícil concebir un sistema de imágenes u objetos cuyos "significados" pudieran existir fuera del lenguaje». Por consiguiente, concluye: «la lingüística no es una parte, aunque privilegiada de la ciencia general de los signos; es la semiología la que es parte de la lingüística». También el lingüista Hjelmslev sostuvo que la semiótica debería ser considerada más bien como el estudio teórico de las relaciones que se dan en los procesos universales de significación y calcada sobre el modelo lingüístico. Eso mismo afirmará más tarde Greimas, pero añade que la semiología de los signos lingüísticos entró en crisis, y es preciso ensanchar las fronteras para llegar a la «semiótica de los procesos semánticos».

El término semiótica se impuso más en los países anglosajones, aunque pronto desbordó ese ámbito. Más recientemente se han inclinado por esa palabra Julia Kristeva (1971), Umberto Eco (1975), A. J. Greimas y J. Courtés (1979), Paolo Fabbris (1980). En América Latina hallamos a Steimberg O. (Argentina), Marques de Melo J. (Brasil), Javier Esteinou (México), D. Blanco y O. Quezada (Perú), entre numerosos otros.

Es legítimo preguntarse: ¿a la diferencia terminológica corresponden también contenidos diferentes?

Ciertamente hubo concepciones distintas en el origen histórico de ambas palabras. Saussure consideró la semiología relacionada con la psicología social y asociada a los procesos que de ella se derivan, pero siempre dentro de los límites de la lingüística. Es comprensible, pues, que los seguidores de Saussure asumieran los principios de la semiología con una visión lingüística, para trasladarla analógicamente a otros campos de la cultura.

En cambio la perspectiva de Peirce desde la lógica filosófica, fue más general. Para él todo está integrado en el campo de las relaciones comunicativas, donde la realidad entera se articula como un sistema total de semiosis, amplio e ilimitado, previo a cualquier descripción posterior. Esto explica que la tradición semiótica afirmara la importancia de abarcar el conjunto de los fenómenos de la semiosis como parte integrante de una teoría del conocimiento.

A pesar de ser contemporáneos, Saussure y Peirce no se conocieron en vida, y solo posteriormente, después de la muerte de ambos, los teóricos de la comunicación plantearon el problema de los términos.

En 1938, Charles Morris en un clásico trabajo sobre los signos, y preocupado por demarcar los límites de las ciencias, usó la palabra semiótica refiriéndose a ella de esta forma: «La semiótica tiene un doble vínculo con las ciencias: es una ciencia más y a la vez un instrumento de las ciencias. La significación de la semiótica como ciencia estriba en el hecho de suponer un nuevo paso en la unificación de la ciencia, puesto que aporta los fundamentos para cualquier ciencia especial de los signos, como la lingüística, la lógica, la matemática…». El propósito de Morris y del grupo de empiristas científicos, era lograr la formación de un lenguaje general para la unificación de las ciencias, y la semiótica debía ser un eslabón importante para ello.

Más tarde Thomas Sebeok vuelve sobre la palabra semiotica (en plural) para señalar su característica de ciencia.

Finalmente en 1969, al instituirse en La Haya, la Asociación Internacional de Estudios Semióticos, se convino en unificar las posiciones, y se adoptó el término semiótica. Sin embargo, hasta el presente, se hallan todavía estudiosos que gustan distinguir entre semiología y semiótica, para indicar diferentes espacios de estudio de los sistemas de signos, reservando para la semiología la descripción teórica y general del funcionamiento de todos los sistemas simbólicos, sin especificaciones ni particularidades; mientras que a la semiótica le estaría reservada la indagación más específicas de los sistemas particulares (semiótica del cine, de la publicidad, de la moda… etc.). A nosotros nos parece ya superflua tal distinción, además de ser incluso, contraria a los sentidos estrictamente originales de los términos. Es verdad que ambas tradiciones no son excluyentes, pero precisamente por ello, consideramos más clara y práctica la postura unificada asumida en La Haya, que le otorgó existencia oficial a la disciplina institucionalizando universalmente el nombre.

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