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SINOPSIS
«Si me hubieran dicho en 1990 que en 2020 iba a publicar una colección de crónicas titulada ¡Viva el socialismo! habría pensado que se trataba de un mal chiste. Pertenezco a una generación que no tuvo tiempo de dejarse seducir por el comunismo y que se hizo adulta constatando el fracaso absoluto del sovietismo», cuenta Thomas Piketty en el prefacio inédito de esta colección de sus columnas mensuales publicadas en Le Monde desde septiembre de 2016 hasta julio de 2020.
En los años noventa fue más liberal que socialista, pero treinta años después cree que el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos y que debemos pensar en la superación del capitalismo, en una nueva forma de socialismo, participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico y feminista.
Estas columnas, completadas con gráficos, tablas y textos adicionales del autor, y que conforman una síntesis del pensamiento de uno de los economistas más importantes de nuestro tiempo, reflexionan sobre cómo el verdadero cambio, el «socialismo participativo», sólo se producirá cuando los ciudadanos recuperen las herramientas que les permitan organizar su propia vida colectiva. Además, suponen un exhaustivo repaso a todas las grandes cuestiones de índole económica, política y social de los últimos tiempos, desde el funcionamiento de la UE, el Brexit, el incremento de la desigualdad, la pujanza de China y los nuevos ejes de poder mundial o la más reciente crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia del coronavirus.
¡Viva el socialismo!
Crónicas 2016-2020
THOMAS PIKETTY
Los artículos que componen esta obra fueron publicados por el autor en Le Monde entre 2016 y 2020.
Introducción
¡Viva el socialismo!
(Septiembre de 2020)
Si me hubieran dicho en 1990 que en 2020 iba a publicar una colección de crónicas titulada ¡Viva el socialismo! habría pensado que se trataba de un mal chiste. A mis dieciocho años, acababa de pasarme el otoño de 1989 siguiendo por la radio el colapso de las dictaduras comunistas y del «socialismo real» en la Europa del Este. En febrero de 1990 participé en un viaje de estudiantes franceses en apoyo de la juventud rumana, que acababa de deshacerse del régimen de Ceaus¸escu. Llegamos en plena noche al aeropuerto de Bucarest y luego fuimos en autobús a la tristona y nevada ciudad de Bras¸ov, enclavada en el arco de los Cárpatos. Jóvenes rumanos nos mostraron con orgullo agujeros de bala en las paredes, testimonios de su revolución. En marzo de 1992 haría mi primer viaje a Moscú, en donde vi las mismas tiendas vacías y las mismas avenidas grises. Había logrado infiltrarme en el bagaje de un coloquio franco-ruso titulado «Psicoanálisis y ciencias sociales», y con un grupo de académicos franceses algo perdidos pude visitar el mausoleo de Lenin y la plaza Roja, donde la bandera rusa acababa de sustituir a la soviética.
Nacido en 1971, pertenezco a una generación que no tuvo tiempo de dejarse seducir por el comunismo y que se hizo adulta constatando el fracaso absoluto del sovietismo. Como muchos, en la década de 1990 fui más liberal que socialista, orgulloso como un pavo real de mis observaciones juiciosas, desconfiaba de mis mayores y de los nostálgicos, y no soportaba a los que se negaban decididamente a ver que la economía de mercado y la propiedad privada eran parte de la solución.
Hete aquí que, treinta años después, en 2020, el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos. Ahora estoy convencido de que hay que pensar en la superación del capitalismo, en una nueva forma de socialismo, participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico, mestizo y feminista.
La historia decidirá si la palabra «socialismo» está definitivamente muerta y debe ser reemplazada. En mi opinión, puede salvarse, y de hecho sigue siendo el término más apropiado para designar la idea de un sistema económico alternativo al capitalismo. En cualquier caso, uno no puede contentarse con estar «en contra» del capitalismo o del neoliberalismo: hay que estar también y sobre todo «a favor de» otra cosa, lo que exige ser capaz de definir con precisión el sistema económico ideal que uno desearía poner en práctica, la sociedad justa que uno tiene en mente, sea cual sea el nombre que finalmente decida darle. Se ha convertido en un lugar común decir que el sistema capitalista actual no tiene futuro, ya que profundiza en las desigualdades y agota el planeta. Esto no es falso, pero, a falta de una alternativa concreta, el actual sistema tiene todavía muchos días por delante.
Como profesor e investigador en ciencias sociales, me he especializado en el estudio de la historia de las desigualdades y de la relación entre el desarrollo económico, la distribución de la riqueza y el conflicto político, lo que me ha llevado a publicar varias obras voluminosas.
Sobre la base de lo aprendido en estas investigaciones históricas, así como de mi experiencia como ciudadano-observador del período 1990-2020, he intentado proponer en mi último libro algunos «elementos para un socialismo participativo», cuyas principales conclusiones resumiré aquí. Debo aclarar que estos «elementos» constituyen únicamente un punto de partida entre otros posibles, una diminuta contribución a un enorme proceso de elaboración colectiva, discusión contradictoria y experimentación social y política, un proceso de largo plazo que deberá hacerse con toda humildad y tenacidad, habida cuenta de la magnitud de los fracasos pasados y de los desafíos futuros.