INTRODUCCIÓN
El malestar en la imitación
Si cada ser humano nace original, ¿por qué tantos de nosotros morimos como copias?
E DWARD Y OUNG
El futuro se presentaba mejor ayer. Estábamos convencidos de que el año 1989 dividía «el pasado y el futuro de manera tan clara como el muro de Berlín había dividido el bloque del Este del bloque Occidental». Hoy ya no pensamos así. A la mayoría nos cuesta imaginar un futuro, incluso en Occidente, que siga siendo democrático y liberal con firmeza.
Al terminar la Guerra Fría, una gran esperanza en la democracia capitalista de signo liberal se extendió por todo el orbe. El escenario geopolítico parecía dispuesto para que todo tuviera lugar de un modo no muy distinto a como ocurre en Pigmalión , de George Bernard Shaw, una obra de teatro optimista y didáctica en la que un profesor de fonética consigue, en un breve periodo de tiempo, enseñar a una florista humilde a expresarse como la misma reina y a sentirse como pez en el agua en compañía de gente culta.
y familiares de aquel, reduciendo su mundo a cenizas y dejando nada más que remordimiento y angustia como legado de un experimento desafortunado, con el que el ser humano trataba de duplicarse a sí mismo.
La historia que se va a tratar de contar en este libro es la de cómo el liberalismo ha terminado siendo víctima del éxito proclamado en la Guerra Fría. En la superficie, la falla se manifiesta
El ideal de la «sociedad abierta», también, ha perdido el una vez celebrado lustre. sobre un mundo sin fronteras, ubicado entre el dramático levantamiento del muro de Berlín y una tendencia internacional a levantar barreras de hormigón, coronadas de alambre de púas, que da forma a una serie de miedos existenciales, en ocasiones imaginarios.
Por otro lado, la mayor parte de los europeos y de los americanos de la actualidad creen que la vida de sus hijos será menos próspera
pasó?» de Hillary Clinton. La duda que más inquietaba a Obama era «¿Qué pasaría si estuviéramos equivocados?». Es decir, ¿y si los liberales habían malinterpretado la naturaleza del periodo posterior a la Guerra Fría? «¿Qué pasaría si estuviéramos equivocados?» es la pregunta correcta, y con este libro nos hemos propuesto darle respuesta.
Además, el interrogante tiene para ambos un cariz muy personal. El mayor de los dos, estadounidense, nació un año después de que se iniciara la Guerra Fría y había estudiado en el instituto que el entonces recién levantado muro era una encarnación de la intolerancia y de la tiranía. El más joven, búlgaro, nació al otro lado de la línea que separaba el Este de Occidente, unos cuatro años después de que se erigiera el Muro, y creció en el pensamiento de que derribar muros era una vía hacia la libertad política e individual.
Aunque tenemos unos bagajes distintos, ambos vivimos durante años a la sombra del Muro, y la espectacular retransmisión de su derribo constituiría un momento determinante de nuestra vida política e intelectual. Primero su existencia y después su ausencia marcaron de forma indeleble nuestro pensamiento político. La ilusión de que el final de la Guerra Fría sería el inicio de una era de liberalismo y democracia también fue nuestra.
Este libro materializa nuestro intento de comprender no solo por qué hubo un tiempo en que estábamos listos para abrazar esta ilusión, sino además de cómo pensar en un mundo en el que se ha desatado una marea de «anarquía» iliberal y antidemocrática.
E L SENTIDO DE UN FINAL
Hace tres décadas, en 1989, un funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos capturó de modo sucinto el espíritu de los tiempos. Unos pocos meses antes de que los alemanes bailasen llenos de felicidad sobre los restos machacados a maza del muro de Berlín, escribió unas líneas en las que proclamaba que, de una vez por todas, la Guerra Fría se había terminado. La victoria
¿Qué entrañaba en la práctica el reconocimiento
La negación de que existiera cualquier alternativa atractiva al modelo occidental explica que la tesis de Fukuyama no solo embelesara el amor propio de los estadounidenses, sino que además resultase palmaria para los disidentes democracia capitalista occidental que pudieran sostenerse.
Formulándolo en términos propios, 1989 anunciaba el comienzo de una Era de la Imitación que duraría treinta años. Así fue como el nuevo orden unipolar, dominado por Occidente, transfiguró el reino de las ideas morales. Sin embargo, después de que las altas expectativas puestas ante la perspectiva de imitar el estilo de vida capitalista
El populismo no supone tanto una rebelión contra un tipo específico de política, la liberal, como contra la sustitución de la ortodoxia comunista por la ortodoxia liberal. El mensaje de los movimientos insurgentes tanto de izquierda como de derecha, en efecto, es que la postura de «o lo tomas o lo dejas» constituye una falacia y que las cosas pueden ser de otro modo, más cercanas y más auténticas.
Obviamente, el surgimiento durante la segunda década del siglo XXI de un antiliberalismo autoritario, de manera simultánea en tantos países en puntos tan que un tenaz rechazo a aceptar «el completo agotamiento de las alternativas sistemáticas viables al liberalismo occidental» ha contribuido a que el poder blando del que se valió Occidente para inducir a la emulación se haya convertido en debilidad y vulnerabilidad en lugar de en fuerza y autoridad.
La negativa a arrodillarse ante el occidente liberal se ha convertido en la marca distintiva de la contrarrevolución iliberal que tiene lugar en todo el mundo poscomunista y más allá. Una reacción semejante no se puede despachar descuidadamente con la frívola observación de que «culpar a Occidente es una forma fácil para los líderes fuera de su órbita de evitar la asunción de responsabilidades en sus propias políticas fallidas». La historia es mucho más enrevesada y apremiante que eso. Se trata del relato, entre otras cosas, de cómo el liberalismo ha abandonado el pluralismo en favor de la hegemonía.
E L NOMBRAR Y LA NECESIDAD
Durante la Guerra Fría, el cisma político más relevante a nivel mundial ocurrido entre comunistas y demócratas, el mundo estuvo dividido entre el este totalitario y el mundo libre occidental, y las sociedades en la periferia del foco del conflicto conservaban, o así lo imaginaban, el derecho y la capacidad de escoger de qué parte estaban. Tras la caída del Muro, la constelación cambió. De ahí en adelante, la división más significativa en el firmamento geopolítico sería la que separaba a los imitadores de los imitados, a las democracias establecidas de los países que se esforzaban en consumar la transición a la democracia. Las relaciones entre el Este y Occidente mutaron de una guerra fría en punto muerto entre dos sistemas hostiles a una relación tirante entre modelos y mimos dentro de un mismo sistema unipolar.