Julio Gil Pecharromán - La guerra fría
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- Libro:La guerra fría
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1985
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Título original: La guerra fría
Julio Gil Pecharromán, 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Entrega n.º 50 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la guerra fría.
Julio Gil Pecharromán
Cuadernos Historia 16 - 050
ePub r1.0
Titivillus 24.09.2021
Por Julio Gil Pecharromán
Profesor de Historia Contemporánea. Universidad Complutense de Madrid
El término guerra fría, que define a este período de la historia contemporánea, es de origen norteamericano. Lo inventó en 1947 el periodista Herbert B. Swope para su empleo en un discurso del senador Barnard M. Baruch. Lo recogió otro periodista, Walter Lippmann, que lo popularizó en una recopilación de sus artículos titulada La guerra fría. Estudio de la política exterior de los Estados Unidos. A finales de los años cuarenta, la expresión había ganado carta de naturaleza y se utilizaba para designar al complejo sistema de relaciones internacionales de la posguerra, la pugna entre las dos superpotencias por la hegemonía mundial y la aparición de un abismo de hostilidad y temor entre los dos grandes bloques geopolíticos que habían heredado el espíritu de Yalta y San Francisco.
Este enfrentamiento tomó estado oficial a partir de 1947, cuando entró en definitiva crisis la fase que los analistas denominaron de expectativas de cooperación, durante la cual los aliados buscaron, sin éxito, la profundización de los acuerdos alcanzados durante la guerra y la creación de un sistema mundial basado en los principios de la Carta de las Naciones Unidas.
Sus primeros teóricos —o propagandistas, conforme los llama Deutscher— fueron dos políticos, estadounidense el uno, soviético el otro, que se convencieron antes que la mayoría de sus compatriotas de que el tiempo de la cooperación había pasado y que se hacía precisa la adopción de una estrategia acorde al papel mundial de sus países y a las nuevas condiciones internacionales,
En marzo de 1946, al tiempo que Winston S. Churchill anunciaba al mundo la aparición en Europa de un telón de acero entre el este y el oeste, el embajador norteamericano en Moscú, George F. Kennan, remitió a sus superiores un informe de tonos apocalípticos. Kennan, un anticomunista visceral, trazaba un crudo análisis de la realidad internacional y de las expectativas de la política exterior soviética. Según él, la política norteamericana debía dedicarse a contener con paciencia, firmeza y vigilancia las tendencias a la expansión de la URSS. Recomendaba, por tanto, hacer frente firmemente a los rusos y oponerles una resistencia inmutable donde quiera que se apresten a perjudicar los intereses de un mundo pacífico y estable. Para el embajador, una política de firmeza por parte de Washington no sólo ejercería un efecto disuasorio sobre los rusos, sino que crearía las condiciones para la desaparición o, al menos, la suavización gradual del régimen soviético.
Semejante punto de vista encontró ardientes defensores en Estados Unidos y preparó el terreno para la formulación de la doctrina Truman, un año después, y para la adopción de la política de represalia masiva por la Administración republicana de Eisenhower, en 1954.
En el lado soviético, el análisis de la nueva situación corrió a cargo de otro duro, Andrëi Jdanov, quien lo dio estado oficial ante la conferencia fundacional de la Kominform —Oficina Internacional de Información—, organización creada en Szklarska Poreba, en septiembre de 1947, para coordinar la actuación de los partidos comunistas bajo el liderazgo de la URSS. Respondiendo a la doctrina Truman, Jdanov utilizó sus mismos argumentos, pero dándoles la vuelta. También para el Kremlim resultaba patente la división del mundo en dos bloques: el campo imperialista y antidemocrático por una parte y el campo anti-imperialista y democrático por otra. En el primero se alineaban los Estados Unidos, sus aliados europeos y americanos y los Gobiernos anticomunistas de aquellos países que, como Grecia y China, vivían situaciones de guerra civil.
El secretario de Estado norteamericano, general George Marshall, coordinó la ayuda norteamericana para la reconstrucción de Europa.
El presidente Truman se dirige a los participantes en la Conferencia de San Francisco.
El fin principal del campo imperialista consiste en el fortalecimiento del imperialismo, la preparación de una nueva guerra imperialista, la lucha contra el socialismo y la democracia y el apoyo a todos los regímenes y movimientos reaccionarios, antidemocráticos y profascistas.
Enfrente, bajo la dirección de la Unión Soviética, se situaban las nuevas democracias del Este europeo, los partidos comunistas de los países occidentales, los movimientos de liberación nacional de las colonias y el movimiento obrero y democrático de todos los países. Los fines de este campo eran la lucha contra el peligro de una nueva guerra imperialista, el afianzamiento de la democracia y el exterminio de todos los restos del fascismo.
Las iniciativas de Kennan y de Jdanov enmarcaban perfectamente el nuevo estilo de relaciones internacionales. Una guerra jamás declarada, cuyos argumentos más contundentes no se esgrimían en el campo de batalla, sino en los foros internacionales, en los despachos de los estrategas, en las páginas de los periódicos y en los laboratorios de los científicos nucleares.
Se pueden destacar cuatro grandes rasgos de la vida internacional durante el período de la guerra fría:
— La estructuración de un sistema bipolar rígido, en el que no cabían las posiciones intermedias, que alineaba a dos bloques de países agrupados en torno a dos potencias imperiales, Estados Unidos y la Unión Soviética. El mundo de la posguerra había sido preparado para contemplar la hegemonía de los tres grandes, pero el agotamiento del Reino Unido y los graves problemas que le acarreó su proceso descolonizador, le forzaron a descargar paulatinamente sus responsabilidades internacionales en los norteamericanos, que se convirtieron así en los gendarmes occidentales frente al bloque soviético.
— La tensión permanente entre los dos polos, motivada por la búsqueda del equilibrio estratégico en un mundo profundamente alterado por la Segunda Guerra Mundial y sometido a continuos cambios en la posguerra. La necesidad de una reafirmación permanente del liderazgo de las dos superpotencias, el forzado alineamiento de las demás naciones y el continuo rearme militar e ideológico son las consecuencias más importantes de la búsqueda del equilibrio, que halla en la carrera nuclear su máxima expresión.
— Una política de riesgos calculados destinada en un primer momento a la contención de los avances del adversario y luego a disuadirle de cualquier acto hostil, pero evitando provocar un conflicto de carácter mundial. Esta política condujo a la continua aparición de puntos calientes —Corea, Berlín, Cuba, etc.—, donde los bloques midieron sus fuerzas, dispuestos a reconstruir el statu quo
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