Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández
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Me jubilé el 1 de enero de 2017. Sin embargo, en los últimos años de mi vida como profesor de secundaria dediqué cursos completos a explicar a mis alumnos de primero de bachillerato lo que fue la Guerra Fría. Al principio, esos muchachos nacidos entre los años 1991 y 2000 no sabían de lo que les estaba hablando. Para ellos, Stalin, Kruschev, Kennedy, Nixon, Reagan o Gorbachov podían ser perfectamente contemporáneos de Nerón, Felipe II, Voltaire, Robespierre o Charles Darwin. Si tomamos como ejemplo el curso 2008-2009, los alumnos correspondientes, nacidos hacia 1992, nada sabían de lo que era el comunismo y no habían vivido la caída del muro de Berlín, por lo que no entendían lo que este hecho podía haber significado en la evolución de la historia contemporánea. He debido tener en cuenta todo ello a la hora de redactar este libro, porque la Guerra Fría es, hoy en día, un hecho remoto, a pesar de que a menudo se utilice como forma de definir las actuales relaciones entre Estados Unidos y Rusia, la heredera de la Unión Soviética: la nueva Guerra Fría, en la que dos líderes, Donald Trump y Vladimir Putin, pugnan por mantener su influencia en el mundo.
En definitiva, casi nadie recuerda hoy los acontecimientos que voy a describir. Algunos españoles de mayor edad quizá relacionen el tema con la película Bienvenido, Míster Marshall (1953), de Luis García Berlanga. Incluso puede que alguno conserve en su memoria una canción de la movida madrileña, interpretada en los comienzos de los años ochenta del siglo pasado por el grupo punk Polansky y el Ardor. Su título: Ataque preventivo de la URSS . En el estribillo de su surrealista letra se nos preguntaba reiteradamente: «¿Qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS?». Lógicamente, hoy no sabríamos qué responder a esa pregunta, porque la URSS, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, no existe, y no se temen ataques preventivos de nadie, al menos en la Europa occidental. Pero hace cincuenta años las cosas eran bien diferentes.
Al final de cada curso, y después de visualizar diversos documentales sobre el tema, entre ellos el magnífico trabajo producido por la cadena estadounidense CNN en 1998, compuesto de veinticuatro episodios, los alumnos, en general, acababan sabiendo que hace escasamente sesenta años el mundo a punto estuvo de ser destruido por una guerra nuclear. Una guerra impulsada por Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética, las dos potencias dominantes del momento. Por suerte, no sucedió así, y ahora muchos vivimos para contarlo, bien en una clase de enseñanza secundaria, bien en un libro como este.
Un libro destinado sobre todo a la nueva generación de lectores para quienes la Guerra Fría no constituye lo que denominamos un acontecimiento reciente, que aporta como ingredientes la amenidad, el rigor y la claridad a la hora de narrar los complejos momentos de tensión, muchos de ellos incomprensibles para dicha generación. Pocos, hoy día, podrían llegar a imaginar que en octubre de 1962, durante la crisis de los misiles, el mundo estuvo al borde del colapso. En la actualidad preocupan más las cuestiones económicas, los bajos salarios, la precariedad en el empleo, la ecología, que no la simple destrucción masiva derivada de una acelerada carrera de armamentos.
Durante el período transcurrido entre 1815 (derrota napoleónica) y 1991 (desintegración de la Unión Soviética) se han producido primero en Europa, y posteriormente en todo el mundo, tres sistemas de equilibrio de poder más o menos sólidos, en realidad más bien precarios, que por regla general han derivado en cruentísimos conflictos denominados guerras mundiales. El tercero de estos períodos, el que se caracterizó por un mundo bipolarizado entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (en adelante, URSS), con sus respectivos aliados, va a ser el objeto principal de este libro.
El primer sistema, que podemos definir como vienés (por el Congreso de Viena de 1815), tuvo una larga duración. De hecho, constituye la parte más conspicua del considerado «larguísimo siglo XIX », iniciado para algunos en 1776 (comienzo de la guerra de independencia de los Estados Unidos) y para otros en 1789 (Revolución francesa), y concluido en 1914 (con el estallido de la Primera Guerra Mundial). Se trata de un sistema derivado de las negociaciones políticas entre las potencias conservadoras y legitimistas de la Europa continental centro-oriental (Austria, Rusia, Prusia) por un lado, y del espacio insular más occidental (Reino Unido) por otro. Fue elaborado con gran pragmatismo en el ámbito del Congreso de Viena, configurándose y confirmándose como una respuesta reaccionaria (en el sentido etimológico de la palabra), políticamente rígida e ideológicamente autoritaria del Antiguo Régimen. No obstante, se demostró con el paso del tiempo como un sistema extremadamente flexible e inopinadamente resistente. Pudo además soportar, aunque no sin ciertas dificultades, notables giros y transformaciones potencialmente destructivas. Comenzó siguiendo el contrarrevolucionario espíritu vienés, con una restauración de lo anterior a la Revolución francesa más bien imperfecta, y un Reino Unido en nada asimilable a las potencias reaccionarias de la Santa Alianza (1815-1830). Se pasó sucesivamente, a través de una restauración legitimista en un estado de cada vez mayor descomposición (1830-1848), a una nueva etapa revolucionaria que incluyó una restauración provisional y una rápida transición hacia el completo e inevitable cambio. En este proceso se asistió a un primer momento en que la iniciativa la tuvo la insurrección popular, que luego cedió el terreno a la actividad diplomática de los gobiernos (1848-1856). Luego vino el subsistema llamado de Crimea, que se extendió entre 1856 y 1871 y donde se observó el eclipse ruso, el aislamiento austriaco, el paso del este austrorruso al oeste anglofrancés en lo que se refiere a la hegemonía sistémica europea y, por fin, las unificaciones italiana y alemana. Finalmente se llegó a un largo e internamente variado período denominado de la Realpolitik (1871-1914), introducido, con una creciente exhibición de la fuerza, en el centro de los espacios germánicos (entonces un centro autónomo dentro de la política europea). Se trataba de una suerte de sustituto, con el tiempo generalizado, del cada vez más erosionado aunque todavía increíblemente vital equilibrio surgido en Viena en 1815.