Bernard N. Schumacher
Muerte y mortalidad
en la filosofía
contemporánea
Traducción de
V ICENTE M ERLO L ILLO
Herder
Este libro ha sido galardonado con el Premio Príncipe Francisco-José II de Liechtenstein.
Título original: Death and Mortality in Contemporary Philosophy
Traducción: Vicente Merlo Lillo
Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
© 2017, Bernard N. Schumacher
© 2018, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3997-1
1.ª edición digital, 2018
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Herder
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Índice
I
LA MUERTE HUMANA PERSONAL
II
LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO ACERCA DE LA MUERTE
III
¿ACASO LA MUERTE NO SIGNIFICA NADA PARA NOSOTROS?
Para Michele Marie
Prefacio
Con el fin de proteger su felicidad, el hombre occidental contemporáneo se las ha ingeniado para dejar de pensar sobre la muerte y, más particularmente, sobre su propia muerte, en cierto modo para negarla, manteniendo un pesado silencio sobre ella. Algunos filósofos terminan formando parte de esta farsa, considerando el tema tabú o declarando que no es filosófico. Mientras que el acto de filosofar se entendía en la tradición filosófica como una preparación para la muerte, como una meditación sobre la vida y la muerte, muchos filósofos contemporáneos dejan de lado la pregunta misma de la relación del hombre con «su propia muerte». ¿Se origina este hábito de apartar la mirada en un miedo a la muerte? ¿Se debe a un apartar la atención de las preguntas radicales respecto al significado y el fundamento último de la vida humana, tanto en su dimensión personal como social, para centrarse en problemas particulares y locales? Sea cual sea la razón, parece que la filosofía tendría mucho que ganar si vuelve a centrar sus reflexiones teóricas y prácticas en tales temas fundamentales, ya que se hallan en el corazón de la existencia humana.
Cuando supieron que estaba escribiendo un libro sobre la muerte, la mayoría de mis colegas sonrieron irónicamente; simplemente no podían entender cómo un filósofo joven podía «desperdiciar» varios años de su vida meditando sobre la muerte, dado que el tema elude toda investigación filosófica y no hay ninguna esperanza de llegar a respuestas definitivas. Pero ¿no es la filosofía, en cierto sentido, una pérdida de tiempo? Como el verdadero ocio y el amor, la filosofía no puede evaluarse en términos de rendimiento, y estoy contento de haber dedicado tiempo a contemplar un tema filosófico que, desde luego, sigue eludiéndome, pero que sin embargo resulta evidente bajo los aspectos de lo incomprensible y la frontera.
Los años que he pasado meditando sobre la muerte me han capacitado, ciertamente, para —de algún modo— domarla, para comprenderla un poco mejor clarificando ciertos puntos y disipando varias nociones falsas respecto a ella. Si bien esquiva una comprensión total, sin embargo sigue siendo uno de los misterios más inquietantes para la reflexión filosófica. Escribir este volumen no puso a descansar mis reflexiones filosóficas y existenciales. Todavía sigo buscando una mejor comprensión de la muerte, y más especialmente, de mi muerte y la muerte de aquellos a quienes amo.
Estoy extremadamente agradecido a mi esposa, Michele Marie, sin la cual este libro no podría haberse escrito. Durante su paciente y meticulosa lectura de los varios borradores del manuscrito, logró con gran perspicacia identificar un cierto número de problemas en mis argumentaciones, sugiriendo excelentes comentarios y correcciones y ofreciendo muchos argumentos y críticas pertinentes. Le estoy muy agradecido por esos largos y estimulantes diálogos que configuraron esta obra, así como por su apoyo constante a lo largo de todos estos años. Le dedico este libro como señal de mi profunda gratitud. Agradezco igualmente a mi hija mayor, Myriam, por su paciencia durante los meses finales de la composición, con un padre que estaba absorto en sus reflexiones, y también por sus frecuentes visitas con su madre a la biblioteca para buscar referencias. También estoy muy agradecido a mis otros tres hijos, Sophia, Teresa y Nicolas, que me ayudaron, junto con Myriam, a comprender mejor lo que significa vivir.
Mi agradecimiento también para Evandro Agazzi por su generoso apoyo y su disponibilidad, así como por sus valiosos comentarios y sugerencias; a Martine Nida-Rümelin, Daniel Schulthess y Jean-Claude Wolf por sus útiles observaciones; al difunto Jorge Arregui por las largas y estimulantes conversaciones que tuvimos sobre varios temas abordados en esta obra; a Jacinto Choza, Günther Figal, John Martin Fischer, Thomas Flynn, Ramón Rodríguez García, Paul Griffiths, Otfried Höffe, Daniel Innerarity, Thomas De Koninck, Thomas Nagel, Gregory Reichberg y Ronald Santoni por sus conversaciones y sus excelentes críticas; a los anónimos revisores del manuscrito por sus utilísimos comentarios y sus aportaciones esclarecedoras; a Vicente Merlo por sus excelente traducción; a Manuel Cruz por haber propuesto mi libro a la editorial Herder y a Raimund Herder por haberlo aceptado; y finalmente al equipo de la editorial Herder —especialmente a Laia Villegas y Claudia Berdeja por sus útiles comentarios y la finura de su trabajo, así como por su paciencia—. Esta monografía fue posible también gracias a la ayuda financiera de la Humboldt Foundation y de la National Swiss Foundation for Scientific Research. Finalmente, estoy muy agradecido a los estudiantes de la Universidad de Friburgo (Suiza) y de la Universidad de Chicago que asistieron a mis seminarios y mis conferencias sobre la muerte y sobre la noción de persona, por sus preguntas y comentarios, que estimularon mi reflexión personal.
Esta obra constituye una edición revisada de las ediciones originales francesa y alemana. La primera parte ha sido totalmente reescrita y el primer capítulo de la segunda parte (que se ocupa del conocimiento de la muerte y la mortalidad del animal, el ser humano «primitivo» y el niño) de las ediciones originales no aparece aquí.
Introducción
Aunque se habla mucho en el marco de la bioética y la ética médica, la sociología, la historia y la literatura, en el alba del tercer milenio la muerte es tema tabú, como se muestra en la expresión «la pornografía de la muerte».
De este modo, el ser humano es privado de su muerte. Nos mentimos constantemente, diciendo que siempre es otro el que muere, nunca yo mismo. Tal actitud no reconoce la muerte, sino que trata de neutralizarla negándola. La muerte de un ser querido, en particular, se considera —a través de una reacción de miedo— como una mera casualidad, un accidente, y no se ve desde una perspectiva positiva como un shock existencial que hace posible que el superviviente trascienda esta actitud cotidiana de actividad por la actividad misma y se abra a reflexionar sobre el significado de su existencia, personal y comunitariamente. La filosofía contemporánea sobre el tema de la muerte, o «tanatología» pretende despertar al ser humano de la somnolencia resultante de esta negación o este rechazo de la muerte; intenta llevar al ser humano a que haga frente a su propia mortalidad. Busca también domesticar la muerte, de algún modo, confrontándola directamente, buscando entender la actitud típicamente humana hacia ella y cuestionando la racionalidad de los miedos que despierta.
A pesar de la opinión de Schulz y Scherer, por mi parte mantengo que los filósofos contemporáneos, por el contrario, se han tomado en serio la importancia del tema de la muerte, que no obstante es el tema de muchas reflexiones pertinentes en los filósofos del pasado. La filosofía contemporánea ha tratado la muerte tanto a nivel teorético (en el que el presente análisis se sitúa) como a nivel ético. Podemos distinguir dos períodos principales: por una parte, el debate tanatológico en la primera mitad del siglo XX , fundamentalmente entre los partidarios de la filosofía de la vida («vitalismo»), la fenomenología, o el existencialismo; por otra parte, la reciente controversia en la filosofía analítica, que está marcada por la indiferencia hacia los argumentos expuestos durante el primer período. Ciertamente, no es infrecuente que los filósofos analíticos propongan, sin cita alguna, tesis y argumentos que se asemejan sospechosamente a los desarrollados por fenomenólogos y existencialistas; en otros casos, las citas remiten al lector a obras de literatura secundaria, que no siempre interpretan con precisión las fuentes primarias.