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Albert Boadella - Joven, no me cabree

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Albert Boadella Joven, no me cabree

Joven, no me cabree: resumen, descripción y anotación

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Albert Boadella vuelve a la polémica con un libro contra la corrección política. Un joven universitario visita a Albert Boadella en su masía con la intención de recabar información sobre los aspectos transgresores de sus obras. A través de un diálogo mordaz, y no menos polémico e iracundo, el ahora maestro trata de remover los cimientos que la sociedad del bienestar ha implantado a su nuevo pupilo. Como si se tratara de un diálogo socrático, primero tendrán que dudar de todo para después construir juntos lo que constituye este libro: un verdadero manifiesto artístico en el que Albert Boadella nos relata su visión sobre la política, la belleza y la modernidad. Y reflexiona, a través de su fascinante biografía, sobre cómo el progresismo ha puesto en jaque a una generación a la que le ha venido dada la comodidad frente al esfuerzo, la cancelación frente la crítica y la posmodernidad frente a la ilustración.

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PRÓLOGO C ONTRA PAPI Y MAMI Este libro es el testamento de Albert Boadella No - photo 1

PRÓLOGO
C ONTRA PAPI Y MAMI

Este libro es el testamento de Albert Boadella. No se inquieten. Nuestro maestro sigue fuerte y erguido como un ciprés de Fiesole. Y si la juventud fuera sinónimo de vigor subversivo, de una actitud ante la vida, que lo es, habría que adjudicarle bastantes menos años que a cualquiera de los párvulos que pululan por los escenarios públicos. El Jagger español. Este es el testamento intelectual, artístico y moral de Boadella. Una obra de amor. Porque solo desde un afecto desbordante por el género humano, solo desde una confianza blindada en el poder de la pedagogía y la razón, se puede escribir un libro como este, que es muchas cosas. Un tratado de ética y de estética. Un manual de las buenas maneras. Un curso intensivo de teatro (y el guion para una obra de teatro). Unas memorias encubiertas: «No se equivoque. Tampoco son mis teorías, sino mi vida». Una indagación sobre el adanismo. Un vademécum de la buena política, la que se encara con la estupidez y la derrota. Y, por encima de todo, un alegato contra la mediocridad: un homenaje a la belleza, la excelencia y la verdad.

La frase la dejó caer una tarde Juan Luis Cebrián con resignación socialdemócrata: «Vamos a tener que ir acostumbrándonos a vivir en un mundo sin maestros». El antiguo editor de lo que una vez fue el hegemon mediático español se refería al fenómeno más notable de la última década: la destrucción de la figura del experto; derribado de su pedestal, como las estatuas de Colón, Washington o Hume. El periodista degradado a tuitero, el tiktoker convertido en preceptor, el parlamentario reducido a palmero, el influencer encumbrado como oráculo, el científico homologado al curandero y cualquiera elegido presidente del Gobierno. Flotamos en la era del coaching, las matemáticas socioemocionales y la política Pantene. El conocimiento, la experiencia y el mérito; los hechos, la ley y el esfuerzo: los pilares del progreso han sido arrumbados como si conformaran un canon caduco, el fascista mundo de ayer. Lo que importa ahora son MIS opiniones y, sobre todo, MIS sentimientos; el incandescente, fluido, autodeterminado y determinante YO . Una erupción, por no decir un eructo.

El penúltimo capítulo de este proceso de aniquilación de toda jerarquía ética, estética e intelectual es la mutación del viejo Estado del Bienestar en un posmoderno Estado de los Cuidados. Ya no basta con ofrecer a los ciudadanos unos parámetros objetivamente insostenibles de protección social. Lo que merece y exige el votante-Rey, mi bebé, es una atención permanente y obsesiva. Mimos. El resultado es una sociedad de párvulos a perpetuidad, seres sintientes, apenas humanos en cuanto carecen de espíritu crítico o capacidad para razonar. Es la regresión del individuo no ya al fondo oscuro de tal o cual tribu identitaria —una refutación de la Ilustración—, sino al útero materno —una refutación de la biología—. Como si fuera posible. Sobre todo, como si fuera deseable. Solo hay una cosa más paralizante para el pleno desarrollo de una persona que el Papá Estado: el Estado Mami. De ahí el enorme valor, en su doble acepción, de este libro vertical y masculino. Un Renacimiento.

Boadella es un hombre y escribe como dicen las monteros que es un hombre: sin paños calientes ni contemplaciones. Es decir, tratando a su interlocutor, en la ficción y en la realidad, con respeto. Las páginas que siguen son una exhibición de sabiduría, sensatez y sentido del humor. En ellas queda perfectamente retratado el sistema cultural vigente: un líquido amniótico en el que proliferan el narcisismo, la chatarra retórica y la cancelación. Pero el maestro se impone y, con más paciencia que Sócrates, Virgilio, Jesús, Abelardo, Husserl y Steiner juntos, va abriéndole los ojos a su joven discípulo. Una tarea hercúlea. Es el discípulo más refractario a la razón jamás alumbrado por la literatura o la filosofía occidental. Un perfecto exponente de su época. Nunca se había politizado la ignorancia como ahora. Nunca la ideología dominante había hecho del «¡muera la inteligencia!» una consigna moral. Esta es la insólita pirueta que retrata y combate este libro: la de una izquierda que ha dejado de reclamarse dueña y hasta sinónimo de La Cultura —así, a la francesa, con mayúsculas— para reivindicar la estupidez como un derecho y el fracaso como un mérito. En la antaño página noble del diario El País, una liliputiense cita a Sandel, al que llama Sande, y sentencia: «El de la meritocracia no es más que otro mito moderno, utilizado para justificar la injusticia». Como alternativa propone estigmatizar el éxito y aumentar las subvenciones. No es una guerra cultural, sino una guerra contra la cultura. «¡Que cuanto más piensan menos nos votan!». Buscan un apocalipsis cognitivo. Y, además, que lo paguemos.

Pero la inteligencia y la razón sobreviven como las florecitas de color malva que en los años de grandes lluvias encienden el desierto de Atacama. Un paisaje para los delicados pinceles de Dolors Caminal.

En 2018, Boadella decidió añadir a su Adiós, Cataluña un breve epílogo esperanzado. El detonante fue la insólita actitud de un niño de nueve años, hijo de una pareja de nacionalistas malencarados, vecinos suyos en Jafre, territorio comanche. En pleno proceso separatista, cuando el odio apretaba fieramente las filas, el muchacho empezó a distinguirle —y a distinguirse— con gestos de simpatía cada vez más cálidos y espontáneos. Y el maestro, conmovido, dejó volar su imaginación. Quizá con el tiempo ese «chaval de carácter refractario a la doma y naturaleza insurrecta con el entorno» llegara a cuestionarse «la matraca dogmática que le rodea» e incluso recordara con afecto al viejo comediante de pelo blanco «que hacía payasadas y se reía de toda aquella demencia». Quizá. El optimismo es una obligación moral. Y también un mandato: habrá que hacerle llegar a aquel niño, hoy un adolescente, estas páginas. Y habrá que exhortarle a que las lea cuidadosamente, aunque sea a escondidas, como hacía Vargas Llosa de joven comunista con los formidables artículos de Aron contra el entonces dios Sartre.

Pla definió la juventud como una «edad siniestra». Y eso que aquellos eran tiempos de posguerra y pobreza. Es decir, de madurez a la fuerza. Qué diría de la generación millenial. O de la Z . Sobreprotegidos, hipersusceptibles, raudos en la invención de agravios y reacios a la asunción de riesgos, son candidatos fijos a un desengaño histórico. Este libro está escrito, sobre todo, para ellos. Para ahorrarles farfolla y frustraciones. Para enseñarles no qué pensar, sino simplemente a pensar. Para que huyan del victimismo, que es la moderna modalidad de la servidumbre. Para que comprendan que la conservación y la transgresión muchas veces coinciden, y que las formas sujetan el fondo. Para estimular su espíritu crítico y rearmarles frente a la realidad, ella sí una maestra implacable. La jerarquía existe, la verdad importa y la valentía es imprescindible.

Los admiradores de Boadella suelen vincular su figura a la palabra «libertad». Es justo pero insuficiente. La libertad nunca ha supuesto para él un objetivo en sí misma. Las subversivas La Torna, Teledeum y Ubú President; las sublimes Pla, Daaalí y Amadeu; la prácticamente proscrita ¿Y si nos enamoramos de Scarpia?... Sus obras maestras son mucho más que el reflejo de un carácter impermeable a cualquier dogma, llámese franquismo, clericalismo, nacionalismo, neofeminismo, posmodernismo o pseudoprogresismo. Son actos de responsabilidad. Lo mismo puede decirse de este libro. Ahora que la condición de adulto se confunde con la ausencia de ideas, ahora que la tecnocracia se presenta como alternativa a la devastación cultural provocada por la izquierda, Boadella vuelve a dar a los tácticos y timoratos una lección de compromiso cívico. Y ante el público más difícil. «Jóvenes, háganse dueños de su propio destino y contribuyan, también, a un mejor destino colectivo». Este es el encargo que usted, lector y discípulo, recibirá del mejor de los maestros. Procure cumplirlo. Como todo testamento digno de tal nombre, es un llamamiento a vivir la única vida que merece ser vivida.

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