Albert Boadella
Diarios de un
francotirador
Mis desayunos con ella
ESPASA
© Albert BoadeUa Oncins, 2012 © Espasa Libros, S, L. U., 2012
Diseño de cubierta: Rudesindo de la Fuente Fotografía de cubierta: Nines Mínguez
Depósito legal: B. 23.984-2012 ISBN: 978-84-670-0911-8
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PRÓLOGO
Llevo desayunando con ella 37 años y seguimos manteniendo nuestra dilatada tertulia matinal. La repetición del rito después de tanto tiempo puede parecer un automatismo monótono, un acto pavoroso para aquellos que buscan la variación incesante. Nada más lejos de nuestra realidad. Este afán matinal por el irreprimible coloquio ha permanecido como fuente de recarga para levantarnos de la mesa con alguna idea restaurada frente al ajetreo mental sufrido en la jornada anterior. Quizás el insólito entusiasmo por encontrarnos de nuevo en el desayuno como si fuera la primera vez viene inducido por la noche en común, entre la oscuridad y el silencio de una casa rural. El sueño es una forma de muerte voluntaria durante unas horas, y de aquí la excitación del reencuentro. ¿Por qué buscar más explicación ante algo que se produce regularmente con gran contento por ambas partes?
No soy capaz de asegurar que la vida de Dolors hubiera transcurrido de forma distinta sin nuestra tertulia matinal. Expreso esta duda, reconociendo que ella acostumbra a ser la inductora de las confidencias y los pensamientos. En lo que a mí respecta, es probable que la poca disposición natural al razonamiento sensato hubiera sufrido el aumento suficiente para encontrarme hoy en la reserva de carcamales que tanto abundan en este territorio. No hay pensamiento, ni trabajo artístico de mi vida, en el que la iluminación alentada por esta mujer no haya significado algo substancial y decisivo. Ha servido, cuando menos, para disimular con aceptable apariencia mis escasas facultades.
Durante los últimos tres años, conseguí llevar un pequeño diario personal, cuyos apuntes se limitaban a los desayunos. En numerosas ocasiones, alguno de los temas tratados en la plática matinal con Dolors me incitaba a escribir un post algo más exhaustivo para la web de Joglars. La mayoría de las veces la conversación se desarrollaba en la cocina de nuestra masía, bajo la centenaria bóveda de ladrillo y en una mesa redonda en la que todos los enseres parecían colocados para pintar uno de sus delicados bodegones. Es justo implicarla a ella en los distintos escritos, aunque lo menos armónico y lo más iracundo pertenece a mi cosecha personal, pues no siempre logro captar con suficiente fidelidad su propensión hacia las formas más sutiles de la expresión.
29 de julio de 2009
Realizo una espontánea aparición desnudo, imitando una figura griega enmarcada en la puerta de la cocina. En la actualidad, resulta ostensible que los vestigios griegos de mi cuerpo se reducen solo a la postura plagiada. Permanezco estático cerca de un minuto hasta que Dolors se gira y sonríe ante el juego exhibicionista, a pesar de su práctica en la contemplación de tales bufonadas. Mientras prepara el café hace una sutil referencia a mi aniversario. Después de cumplir los cincuenta ya no celebro nada y ella respeta como nadie las manías masculinas. Durante el desayuno le comunico mis intenciones literarias. Lo hago como discreta estrategia para quedar así comprometido, y cuando me levanto de la mesa empiezo a escribir con un brío esperanzador.
Coincidiendo con mi 66.° aniversario trato de hacer algo que no he conseguido nunca. Debo reconocer con toda franqueza que escribir regularmente unas líneas sobre un tema que no tenga que ver directamente con mi trabajo ha sido imposible hasta el momento. No albergo grandes esperanzas. Será difícil subvertir un hábito tan antiguo como mi propia vida adulta, pero la excusa de utilizar estos escritos también para la web de Joglars quizás me obligue de tal forma que, pasado un tiempo, pueda manifestarse como una querencia. Ya veremos.
Desde hace unos años escribo siempre en esta lengua, que no fue precisamente la primera que parloteé. Pero la paradoja es aún mayor cuando percibo que representa más fielmente aquello que intento expresar. ¿Lo hubiera imaginado cuando las sardanas de Pep Ventura me parecían la mejor música posible, cuando las cuatro barras tenían el cosquilleo emocional de la clandestinidad, cuando consideraba mi Ampurdán algo parecido a la Toscana y Barcelona la gran civitas mediterránea?
Si suceden estas mutaciones imprevistas a partir de los sesenta años, debo aceptar que la vida sigue siendo prodigiosa. En este mismo sentido, también me toca admitir que, una vez comprobado mi estado de ánimo actual, nada resulta tan sano como desertar de las fidelidades mentales que lleva implícitas el terruño de nacimiento.
Señores, tengo a bien aceptar gustosamente el título honorífico de Traidor Nacional de Cataluña que acabo de concederme con la aquiescencia implícita y mayoritaria de mis exconciudadanos.
31 de julio de 2009
En cuanto pisa la cocina, Dolors enciende la radio. Es una costumbre que le viene de su padre, un hombre singular e ingenioso que ideaba complicados inventos para sostener el receptor cuando trabajaba en el campo o el jardín. Los comentarios de actualidad giran alrededor de los asesinatos. Desayunamos en la terraza bajo la gran glicinia, que nos proporciona una espesa sombra. La conversación es hoy menos animada a pesar del día radiante.
Malas noticias para el comienzo de mis escritos. Carlos Sáenz, de veintiocho años, y Diego Salva, de veintisiete. Guardias civiles. Infortunadas víctimas del espectáculo más repugnante del mundo occidental. El terrorismo de lujo. Niños consentidos y sobrealimentados que sembrando el dolor inútil creen contribuir a la liberación de un pueblo para que pueda hastiarse de cocochas y bacalao al pilpil sin nuestra despiadada opresión de españoles.
Descansen en paz estos desventurados hombres de vida tan corta.
2 de agosto de 2009
Mi falta de concentración en lo culinario ha provocado una densa niebla en la cocina a causa de las tostadas quemadas en nuestro jurásico aparato eléctrico. Dolors las repara con precisión quirúrgica, jamás se tira un gramo de comida en esta casa. Todo se recicla en algún plato. Vieja escuela de austeridad que nos ha permitido un lugar tan bello para la vida. Una agradable y atractiva belleza con la contrapartida de la soledad. Vamos repasando la fuga de amistades en este territorio. Existen serias dudas: ¿nos queda una o tres? Seguramente menos si tocamos los temas tabú.
Vivir en un territorio que se halla bajo los efectos de una epidemia mental es algo que requiere cierta estrategia para no acabar contaminado, o lo que es aún peor, para no desembocar en la paranoia, precisamente por contagio de tanto enfermo. Tampoco puedes llegar a obsesionarte pensando que el virus afecta a la totalidad de la población y que cuando alguien te mira fijamente por la calle es para increparte por tu falta de adhesión al delirio regional. Esta forma de supervivencia en territorio comanche implica tácticas imprescindibles que no se pueden descuidar. La primera y esencial es relacionarse solo con ciudadanos inmunes. Es una obviedad, claro, pero no resulta tan sencillo porque externamente los enfermos pueden aparentar a menudo ser gente sensata, razonable e incluso educada (esto último cada día más difícil en Cataluña). Así, cuando menos lo esperas y empiezas a tomarles afecto te lanzan un «Sí, pero en Madrid es aún peor...» o un «España nos roba...». Naturalmente, el síntoma te obliga a salir raudamente y a seguir convencido de que el aislamiento es la única posibilidad de evitar contagios, con el fin de no sucumbir a la paranoia en sentido opuesto. Lo demás es sencillo, pura rutina de abstención de la lista de siempre: