Juan González Mesa - El Exilio De Amún Sar

EL EXILIO DE AMÚN SAR

Y OTROS RELATOS

Juan González Mesa

Colección: Novela corta Bizarro

I.S.B.N: 84-615-8150-4

2ª edición: Marzo 2012

1ª edición: Marzo 2008

© Juan González Mesa

PORTADA: CalaveraDiablo

http://calaveradiablo.blogspot.com/

Esta segunda edición sigue estando dedicada a Manuel Alejandro Rojas García, que me dijo: “Quillo, ¿sabes que en internet puedes publicar los que te salga del nabo?” Y por discutirme lo humano y lo divino, que para él son la misma cosa.

Pero quiero extender la dedicatoria a la gente que conocí, perdí y gané en el foro verde; llenasteis horas y horas de mi vida, horas que habrían sido peores, no me cabe duda.

Y en especial a Iván; él abrió fuego diciendo que esta novela era una puta maravilla… o algo parecido.

ÍNDICE

El Exilio de Amún Sar

Ella

La montaña

I

Yo soy Rasún de Kátar, un pueblo que no era nada, y yo tampoco era nada. Mi único oficio fue el de agricultor, cuando joven, hasta que me hice soldado para poder viajar a la gran ciudad de Tebas. No era imprescindible, pero llegué a ser un buen soldado y conocí a otros como yo, que habían llegado a la ciudad desde su pueblo, y me hice amigo de algunos de ellos.

Con uno de mis amigos compartí mi destino, cuando nos fue encomendada una misión que nos llevaría fuera de Tebas y que nos obligaba a guardar el Exilio de Amún Sar. Mi amigo se llamaba Asuzami y era más importante e inteligente que yo, cosa que conocían nuestros superiores.

Por eso le escogieron para ocupar el lado de la puerta de Amún Sar, en calidad de guardián y espía, y por eso le dieron a elegir a un compañero en su primer reemplazo. Así que me escogió a mí, y nos correspondió a ambos permanecer año y medio al cuidado de aquella casa, la vigilancia de sus ocupantes y lo que hacían, hasta que fuésemos sustituidos. Nuestra paga sería excelente durante ese año y medio, y no teniendo yo la preocupación de mujer e hijos, y satisfecho mi interés por ver Tebas, no puse objeción en acompañar a mi amigo Asuzami en esta aventura.

Hablo de una época en que tenía veintitrés años; ahora tengo muchos más, cosa que podía haber afectado a mi memoria, pero sin embargo lo recuerdo todo con tal claridad que me veo capaz de escribirlo por completo, hasta en sus más oscuros y terribles detalles.

Hasta el conocimiento y el crimen. Hasta las raíces de la Tierra.

Amún Sar era un rico extranjero de procedencia ambigua, no querido por nadie, pero cuya casa fue visitada por muchos. De él y de su casa en Tebas se contaban todo tipo de historias aberrantes, vergonzosas, y que atentaban contra la tradición y religiosidad de cualquier ciudadano decente. A muchos, en las calles, se les podía señalar con el dedo por cosas que se contaba habían hecho en aquella casa, bajo la hospitalidad e influencia de Amún Sar, y pocos replicaban algo contra esas acusaciones.

Al propio Faraón, que era el más sabio, fuerte e importante de los ciudadanos, llegaron salpicaduras de los rumores que la gente prodigaba. Se comentó que, su propio hijo menor, había sido visto al salir de la casa a altas horas. Por eso y otras cosas, Faraón resolvió que no podía dejar que Amún Sar siguiese pervirtiendo a los más confiados ciudadanos de Tebas, manchando con la insinuación de su influencia la buena decencia de la ciudad, y dijo que lo exiliaría para siempre de Tebas, sin quitarle ni sus monedas, ni sus criados, ni sus posesiones, sino tan solo la libertad de volver en ningún día de su vida. Y para asegurarse de ello y de que no conspiraba nunca contra Faraón, ni otras personas contra las que podría tomar venganza, dispuso que dos soldados lo custodiasen siempre, como si estuviese en una celda, y mandaran informes periódicos de todo lo que en su casa observaran que sucedía.

Nosotros éramos el primer reemplazo, los que sustituirían a aquellos que lo habían escoltado en su viaje a Esna, y que habían estado presentes en su mudanza y nuevo asentamiento. Eran dos soldados que llevaban, en total, medio año fuera de Tebas y que volverían en cuanto llegásemos nosotros para sustituirlos.

Poco tengo que contar de mi viaje hacia el Sur, hacia Esna, y poco tengo que contar de tal ciudad, dado que la casa de Amún Sar se hallaba fuera, y nosotros solo pisaríamos Esna para comprar algunas cosas que necesitásemos, o para escoltar a nuestro encomendado cuando quisiese ir de compras. De lo que sí hablaré extensamente será de nuestra llegada a la casa de Amún Sar y de las cosas que pude observar aquel día. Sería la primera vez que yo vería al exiliado y mi primera impresión saldría de ese encuentro, pues poco caso había yo hecho nunca de las habladurías, y menos de gente implicada o resentida, como podía ser el propio Faraón.

Se encontraba en medio de un extenso campo de cultivo que pertenecía al propio Amún Sar. Estaba, pues, rodeada en la distancia por otras viviendas pequeñas, pertenecientes a las familias que cultivaban sus tierras. Era verano por aquel entonces, y los campos aparecían marrones y secos, escondían su fertilidad y su verdor hasta el siguiente año, pues ya habían pasado la siega. Los cruzaba un camino ancho y nuevo, que ascendía por una colina destacada, donde se hallaba nuestro destino.

Asuzami se mostró bastante hablador mientras conducía el carro tirado por bestias, sin excesiva prisa por llegar, pero contento de acabar ya nuestro viaje. Yo no hablaba tanto como él, pues en esa época la palabra aún no era una habilidad que hubiese cultivado como ahora y porque, generalmente, siempre he preferido escuchar.

Es curioso, pero de todo lo que habló mi amigo durante ese día, lo único que recuerdo fue su sombría reacción cuando avistamos la casa por primera vez:

— Allí está esperándonos — dijo.

Era un edificio grande y nuevo, lujoso como el palacio de un escriba, aunque le faltaba la compañía de otras casas, una ciudad con sus calles, gente paseando cerca y el olor distante del mercado. Allí, en medio del inmenso campo, desde donde se podía ver el mar a lo lejos, esa casa parecía salir de un sueño extraño acerca de cosas familiares; uno de esos sueños que recuerdas más que cualquier otro y te afecta tanto que piensas que quizá viajases despierto en lugar de soñar, y que alguna droga extraña es la que te hace recordarlo a través de las brumas.

Su apariencia externa era acogedora y amable, pues estaba rodeada de muchas estatuas sobre pedestales que, vistas desde lejos, entonaban la sonrisa y agrado de cualquiera con amor a la belleza.

El camino de entrada estaba flanqueado por veinte de estas estatuas y, al pasar entre ellas y verlas de cerca, tuve el infortunio de poder rectificar mi anterior impresión. Sus cuerpos, en efecto, eran bellos y proporcionados y no ocasionaban malestar alguno si no prestabas atención a ciertos detalles.

Por ejemplo, en algunos lugares de su piel aparecían grietas o estrías parecidas a escamas, como si el escultor hubiese querido reflejar alguna extraña enfermedad cutánea que afectase a los modelos. El arte de este escultor era tal que yo no había conocido ninguna otra obra tan perfecta y semejante a la realidad. O, por lo menos, a alguna realidad que el artista conocía. La extrañeza de las figuras parecía revelarse también bajo sus ropas, donde se insinuaban bultos y formas impropias de humanos... o que no eran de proporciones humanas.

Y luego, sobre todo, estaban sus caras. Una expresión de dulzura y bondad, observada más de cerca por un ojo curioso, escondía matices sórdidos e inmorales. Sonrisas que en realidad eran crueles, ojeras bajo los párpados, lascivas y producto de los excesos, y miradas demasiado evidentes y atrevidas, a la vez que enloquecidas y sugerentes.

Sugerentes de cosas que afectan demasiado al ánimo de hombres que pretendan ser rectos. La visión de esas estatuas me hizo pensar que habría cosas en nuestra misión que no iban a gustarme.