Mi más profundo agradecimiento a Steven M.L. Aronson, que me ayudó a editar los Diarios y que una vez más demostró —como ya hiciera en otros libros con el propio Andy y conmigo— ser diligente, riguroso y brillante.
P. H.
Warhol ha marcado la escena artística y social de los últimos treinta años. Nombre señero del Pop-Art en los sesenta, impulsor de aventuras vanguardistas en su célebre Factory —desde bandas de rock como la Velvet Underground hasta películas como Sleep o Lonesome Cowboys, sin olvidar algunos de los «happenings» más estrepitosos de la historia—, se convirtió, con su revista Interview, en el árbitro que decidía «quién era quién» en la sociedad neoyorquina. Homosexual, voyeur e infatigable frecuentador de todos los lugares de encuentro de ricos, modernos y famosos, después de su muerte ha seguido provocando, con sus diarios, grandes oleadas en los revueltos mares en los que navegara. Registro minucioso de todo lo que hacían y decían sus amigos y conocidos, por sus páginas desfilan desde Truman Capote a Jackie Onassis, desde Lennon y Yoko Ono a Donald Trump, Madonna y Mick Jagger, en una crónica de la modernidad escrita desde el centro del imperio. Una visión absolutamente franca de los personajes más célebres de nuestra época y de sí mismo, tal vez el personaje más misterioso y fascinante de toda esta glamourosa galería.
«Lo que distingue a Warhol es su naturalidad, una inocencia de grandes ojos abiertos que recuerda la de los primeros cineastas. Warhol es, en más de un sentido, el Walt Disney de la era de las anfetaminas» (J. G. Ballard).
Andy Warhol
Diarios
Edición de Pat Hackett
ePub r1.0
Polifemo710.10.13
Título original: The Andy Warhol Diaries
Andy Warhol, 1989
Traducción: José Aguirre & Isabel Núñez
Diseño de portada: rosmar71
Editor digital: Polifemo7
ePub base r1.0
ANDY WARHOL (1928-1987). Cuyo verdadero nombre era Andrew Warhola, hijo de inmigrantes checos, nació en Pittsburgh y murió en Nueva York. Figura carismática de la cultura norteamericana —y universal— de los últimos treinta años, abarcó diversos ámbitos, como la pintura, el cine y la «agitación cultural», desde su célebre Factory, primero, y luego desde las páginas de la revista Interview.
Notas
AGRADECIMIENTOS
A Jamie Raab, de Warner Books, que se reveló como una astuta y solidaria editora. Estudió el libro con sumo cuidado y nos aconsejó infatigablemente en las innumerables decisiones que había que tomar en una obra de este tamaño y alcance. Es difícil imaginar que todo esto pudiera haberse llevado a cabo sin ella.
También quiero dar las gracias a: Vincent Fremont, Ed Hayes; Helen B. Childs, Rob Wesseley; Bob Miller, que presentó el proyecto en Warner Books; Lee Seifman, que trabajó con gran rapidez, inteligencia y buen humor; Tony Bugarin, Allen Goldman, Heloise Goodman, Suzanne Gluck, Lew Grimes, Margery King, Harvey-Jane Kowal, Jesse Kornbluth, Gary Krampf, Jane Krupp, Alex Neratoff, Barbara O’Connell, Jay Shriver, David Stenn y Allison Weiser.
Un especial agradecimiento a mis padres.
Y por último, a Frederick W. Hughes, el albacea de la herencia de Warhol y durante mucho tiempo agente y amigo de Andy, que supo comprender que la sinceridad del momento es la esencia de un diario como género literario y fue el primer defensor del espíritu sincero de éstos, incluso cuando esa sinceridad de Warhol implicaba al propio Frederick W. Hughes.
P. H.
INTRODUCCIÓN
Conocí a Andy Warhol en el otoño de 1968, ocho años después de que pintara su primer cuadro pop y sólo tres meses después de estar a punto de morir por los disparos de una mujer que había aparecido fugazmente en una de sus películas «underground». Durante la primavera anterior, el lugar de creación artística y filmográfica conocido en los legendarios sesenta como la «Factory» se había trasladado de su original ubicación —un loft plateado en la calle Cuarenta y siete Este— a un loft blanco y cubierto de espejos, que ocupaba la sexta planta de un edificio en el número 33 de Union Square Oeste.
A Andy le encantaba Union Square, los árboles del parque y las vistas del loft al majestuoso rascacielos de Con Edison, el reloj frontal que brillaba como una luna de barrio y daba la hora día y noche. Siempre se había considerado aquel edificio como el límite extraoficial entre el centro y la zona residencial. Union Square estaba muy cerca del mercadillo de la calle Catorce. En dirección al sur, se podía llegar andando al West, al East Village y al Soho.
Y por supuesto, una manzana más allá, en la Park Avenue Sur, estaba el Max Kansas City, el caldo de cultivo de tantos personajes que animaban las películas de la Factory. Todas las noches, famosos del arte, la moda, la música y el cine «underground» se apelotonaban en sus rincones favoritos de la trastienda del Max y se dedicaban a controlar el vestuario, maquillaje, ingenio e intereses amorosos de los demás. Recibían a famosos «de recambio», de fuera de la ciudad, directores y productores europeos o de Hollywood, y esperaban que alguien les sacara de «todo eso» (la notoriedad neoyorquina) y les trasplantara a «aquello otro» (la fama mundial). Las obras de Andy colgaban de las paredes.
Por aquel entonces yo estudiaba en Barnard y pasé por la Factory para ver si Andy Warhol necesitaba una mecanógrafa por horas, y así poner un poco de glamour en mis años universitarios. Me presenté directamente a Andy y le conté que estaba estudiando. Él me sugirió que trabajase para él siempre que tuviera tiempo. Así pues, empecé a ir a la Factory unos pocos días a la semana al salir de las clases. El y yo compartíamos un atestado despacho de 40 m2. Con el tiempo descubrí que todos sus despachos, tuvieran las dimensiones que tuvieran, siempre estaban atestados de cosas en completo desorden. El leía los periódicos y bebía el zumo de zanahoria que se compraba en Brownies, la tienda de comida natural que había en la esquina de la calle Dieciséis, mientras yo transcribía cintas de conversaciones telefónicas que él había mantenido mientras estaba en la cama, recuperándose, primero en el hospital, y luego en la sombría casa victoriana de cuatro plantas en la Ochenta y nueve esquina Lexington, donde vivía con su madre.
Andy había llegado a Nueva York en 1949 procedente de Pittsburgh, y al principio había compartido apartamentos con otra gente. De vez en cuando, se podía permitir el lujo de tener uno propio. Más tarde, su madre llegó repentinamente a la ciudad y se fue a vivir con él, aduciendo que tenía que cuidarle, ya que era su hijo pequeño. Quizá pensaba —o más probablemente Andy se lo había dicho— que trabajaba tanto que no tenía tiempo de encontrar una esposa que le cuidara, porque cuando yo conocí a Julia Warhola, una tarde de 1969, me saludó, se quedó un segundo pensativa y luego añadió: «Tú estarías muy bien para mi Andy, pero él está demasiado ocupado.» (La madre de Andy vivió con él en la casa de la Ochenta y nueve y Lexington hasta 1971. Entonces sufrió un ataque de demencia senil y empezó a necesitar cuidados constantes. Andy la devolvió a Pittsburgh para que la cuidaran sus hermanos John y Paul. Después de un ataque de apoplejía, murió en una residencia de ancianos en 1972. Pero, durante muchos años, cuando sus amigos, incluso los más íntimos, le preguntaban «¿Cómo está tu madre?», Andy contestaba: «Ah, muy bien»).