Truman Capote - Retratos
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- Libro:Retratos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1984
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Truman Capote fue un maestro de las formas breves y un agudo observador y cronista de su época. Las semblanzas que reúne este volumen son una buena muestra de ambas virtudes. Capote escribe sobre figuras muy relevantes de nuestro tiempo, trazando una serie de magistrales retratos como el dedicado a las andanzas japonesas de Marlon Brando durante el rodaje de Sayonara, el ya mítico perfil de Marilyn Monroe, una bellísima rememoración en claroscuro de Tennessee Williams, etc.
Truman Capote
ePub r1.0
FLeCos 28.06.16
Título original: Retratos
Truman Capote, 1984
Traducción: Mauricio Bach Juncadella & Francesc Roca & Benito Gómez Ibáñez
Editor digital: FLeCos
ePub base r1.2
[1] Protagonista de Candida, de George Bernard Shaw. (N. del T.)
[2]Slim: delgada, esbelta. (N. del T.)
[3] Capote se refiere a la versión cinematográfica, dirigida por Daniel Mann en 1960. (N. del T.)
[4] De nuevo se refiere a la versión cinematográfica, dirigida por Mike Nichols en 1966, y que supuso el segundo Oscar para la actriz. (N. del T.)
[5] Niña. (N. del T.)
[6] Este texto y los que siguen fueron escritos para el libro Observations, Simon and Schuster, Nueva York, 1959; libro que incluye fotografías de Richard Avedon y comentarios de Truman Capote. (N. del T.)
[7] Dibujante británico (1872-1898), figura destacada del modernismo en su país. (N. del T.)
[8] Cesare Zavattini (1902-1989), escritor y prolífico guionista italiano. (N. del T.)
[9] Referencia a un personaje del Peer Gynt de Ibsen que habita en los bosques. (N. del T.)
[10] En castellano en el original. (N. del T.)
[11] En castellano en el original. (N. del T.)
[12] Este texto, como todos los escritos para el libro de Avedon, data de 1959. (N. del T.)
[13] Duchamp trabajó en la obra entre 1915 y 1923, dejándola inacabada; en 1931 la pieza se rompió, y fue reparada en 1936. En la actualidad, además del original, existen dos réplicas autorizadas por el artista. (N. del T.)
[14] Seurat murió, en efecto, a los treinta y un años, agotado por el intenso trabajo al que le obligaban sus ansias de perfección. (N. del T.)
[15]Sir Harry Lauder (1870-1950), cantante cómico escocés que gozó de gran popularidad en la escena londinense y en los Estados Unidos. (N. del T.)
[16] Johanna Maria Lind (1820-1887). Soprano británica nacida en Suecia. (N. del T.)
La mayoría de las muchachas japonesas se ríen tontamente por nada. La pequeña criada del Hotel Miyako, en Kioto, no fue una excepción. La hilaridad, y las tentativas por suprimirla, enrojecieron sus mejillas (al contrario que los chinos, el rostro de los japoneses por lo general tiene bastante color), y sacudieron su figura rolliza, envuelta en un kimono estampado con motivos de peonías y pensamientos. No había ninguna razón especial para su alegría. La hilaridad japonesa funciona sin motivo aparente. Sólo le había pedido que me dijera cómo llegar a cierta habitación. «¿Vino ver Marron?», dijo, casi sin aliento, mientras mostraba, como tantos de sus compatriotas, un despliegue de dientes de oro. Luego, con pasos diminutos, como de pies con dedos de paloma que se desliza, propios de quien luce un kimono, me condujo por un laberinto de corredores mientras decía: «Yo llamo usted puerta Marron». El sonido de la ele no existe en japonés, y la criada decía «Marron» en vez de Marlon, Marlon Brando, el actor norteamericano, que por aquel entonces estaba en Kioto participando en el rodaje de la versión cinematográfica de la novela Sayonara, de James Michener, que producía William Goetz para la Warner Brothers.
Mi guía llamó a la puerta, gritó «¡Marron!», y desapareció por el corredor; las mangas de su kimono se agitaban como si fueran las alas de una cotorra australiana. Abrió la puerta otra criada del Miyako, delicada como una muñeca, que inmediatamente sucumbió a su inevitable ataque de extraña histeria.
—¿Qué pasa, encanto? —preguntó Brando en voz alta desde una habitación interior.
Pero la chica, que había cerrado los ojos por la alegre risa y se había metido las manos regordetas en la boca, como un bebé chillón, fue incapaz de responder.
—¡Eh, encanto!, ¿qué pasa? —volvió a preguntar Brando, y apareció en la puerta—. Oh, hola —dijo al verme—. Son las siete, ¿eh? —Habíamos quedado en cenar a las siete, y yo llegaba con casi veinte minutos de retraso—. Pues quítese los zapatos y entre. Enseguida termino. Y tú, encanto —le dijo a la criada—, tráenos hielo. —Luego, contemplando a la chica, que se marchó corriendo, puso las manos sobre las caderas y, sonriendo, dijo—: Me gustan. Me gustan, de verdad. Los niños también. ¿No le parecen maravillosos los niños japoneses, no le roban el corazón?
El Miyako, donde se alojaba casi la mitad de la compañía de Sayonara, es el hotel más destacado, entre los llamados occidentales, de Kioto. La mayoría de las habitaciones están amuebladas a la europea, con sillas y mesas, camas y divanes, muy resistentes, aunque ordinarios e incómodos. Pero para la conveniencia de los huéspedes japoneses, que prefieren su decoración tradicional, si bien desean el prestigio que da alojarse en el Miyako, o de esos viajeros extranjeros ávidos de una atmósfera auténtica aunque poco dispuestos a soportar los rigores sin calefacción de una verdadera posada japonesa, el Miyako tiene algunas suites decoradas a la manera tradicional, y era una de éstas la que ocupaba Brando. Constaba de dos habitaciones, un cuarto de baño y un porche-solario con paredes encristaladas. Sin el desorden de las pertenencias personales de Brando, diseminadas por todas partes, las habitaciones habrían sido ilustraciones propias de un manual de decoración de la afición japonesa por la ostentosa escasez de muebles. Los suelos estaban cubiertos con parduscas esteras, llamadas tatamis, y varios almohadones de seda cruda; una pintura sobre papel que representaba carpas doradas nadando colgaba en un nicho de la pared, y debajo, sobre una mesita, había un jarrón lleno de lirios y hojas rojas, dispuestos un tanto al azar. La habitación más grande —la interior—, que Brando usaba como oficina, aunque también comía y dormía en ella, contenía una larga mesa baja lacada, y un futón. En estas habitaciones podían observarse las diferencias entre la decoración japonesa y la occidental: la primera trata de impresionar mediante la modestia en la exhibición de lo que se posee, mientras que la otra pretende exactamente lo opuesto. Brando no parecía dispuesto a utilizar los armarios que había en la suite, ocultos tras puertas correderas de papel. Todo lo que poseía estaba en exposición. Camisas, listas para la lavandería, así como calcetines; zapatos y jerséis; chaquetas, sombreros y corbatas colgaban por todas partes como el vestuario de un espantapájaros desmantelado. Y cámaras fotográficas, una máquina de escribir, una grabadora, y una estufa eléctrica que funcionaba con asfixiante eficacia. Aquí y allá había pedazos de fruta a medio comer, y una caja de las famosas fresas japonesas, cada una del tamaño de un huevo. Y libros, una selección de libros profundos, entre los cuales vi
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