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Boris Zaidman - Hemingway Y La Lluvia De Pájaros Muertos

Aquí puedes leer online Boris Zaidman - Hemingway Y La Lluvia De Pájaros Muertos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2014, Editor: www.papyrefb2.net, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Boris Zaidman Hemingway Y La Lluvia De Pájaros Muertos

Hemingway Y La Lluvia De Pájaros Muertos: resumen, descripción y anotación

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Recién llegado de un periodo de reserva en el ejér-cito, Tal Shani recibe una llamada desde la Agencia Judía: alguien lo invita a participar en un festival de cultura israelí. Pero Tal tiene ganas de volver a su vida de civil y a su trabajo como publicista. Y quiere encontrar de nuevo el tiempo para seguir escribien-do, pues acaba de publicar su primera novela. Sin embargo, al final se deja convencer, sin duda porque el festival transcurre en Dniestrograd, su ciudad na-tal, situada al oeste de Ucrania. Porque Tal Shani no siempre fue israelí: antes de la vorágine de Tel Aviv conoció las vejaciones y la miseria de los judíos en la Unión Soviética, en el tiempo en el que aún se llama-ba Anatoli Schneiderman.Boris Zaidman aborda la cuestión de la emigración rusa en Israel, pero su novela es también una pode-rosa evocación de la experiencia de la doble identi-dad que conoce todo ser humano que se ve obligado a cambiar radicalmente de vida, de lengua o de país. Una historia atravesada por un ondulante sentido autobiográfico y por un descarado sentido del hu-mor, donde el Kalachnikov cargado de mala baba del autor dispara tanto contra los desafueros vividos en la URSS como contra las costumbres, usos y manías de los israelíes de origen soviético.

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Recién llegado de un periodo de reserva en el ejér-cito, Tal Shani recibe una llamada desde la Agencia Judía: alguien lo invita a participar en un festival de cultura israelí. Pero Tal tiene ganas de volver a su vida de civil y a su trabajo como publicista. Y quiere encontrar de nuevo el tiempo para seguir escribien-do, pues acaba de publicar su primera novela. Sin embargo, al final se deja convencer, sin duda porque el festival transcurre en Dniestrograd, su ciudad na-tal, situada al oeste de Ucrania. Porque Tal Shani no siempre fue israelí: antes de la vorágine de Tel Aviv conoció las vejaciones y la miseria de los judíos en la Unión Soviética, en el tiempo en el que aún se llama-ba Anatoli Schneiderman.Boris Zaidman aborda la cuestión de la emigración rusa en Israel, pero su novela es también una pode-rosa evocación de la experiencia de la doble identi-dad que conoce todo ser humano que se ve obligado a cambiar radicalmente de vida, de lengua o de país. Una historia atravesada por un ondulante sentido autobiográfico y por un descarado sentido del hu-mor, donde el Kalachnikov cargado de mala baba del autor dispara tanto contra los desafueros vividos en la URSS como contra las costumbres, usos y manías de los israelíes de origen soviético.


Boris Zaidman
Hemingway y la lluvia de pájaros muertos


A Tolik


EL CAMINO DE REGRESO


Dniestrograd...


«Dobry vecher, señor Shani», resonó la voz en el auricular del teléfono móvil. «Le llamamos de Quiryat Moria, de Jerusalén... de la Agencia Judía... del Fórum del Voluntariado para la Educación Judía y la Inmigración... en la Unión Soviética... Perdón, quería decir... en la Comunidad de Estados Independientes...».

A pesar de que no había nadie cerca, por algún motivo Tal pulsó la tecla «Silenciar altavoz» y se pegó el plástico al oído. Lo hacía siempre que le hablaban en ruso. (Aunque fuera su madre preguntándole por qué no la había llamado en toda la semana, o si iría a cenar a su casa el viernes, porque papá había preparado una bortsch de carne con nata, como siempre en cantidad suficiente para alimentar a toda Leningrado durante la época del bloqueo alemán). Era una especie de vergüenza de los orígenes. Como una rubia con un pasado de morena. O —en su caso— una morena con un pasado de rubia. Él... ¿¡ruso!? Ya hacía tiempo que era uno de los nuestros, estaba enraizado en el país. Los primeros años, durante los cuales esta misma Agencia le había calificado de «nuevo-inmigrante-de-la-Unión-de—Repúblicas-Chupópteras» (primera lección de hebreo moderno en los pasillos del instituto Herzliya), hacía tiempo que se habían volatilizado en la playa de los Mirones, en el cine porno Zamir, en Gaza, en Ramala, en la escuela de arte Betzalel y en la base militar de Tzeelim, y consumido en las aguas ácidas del charco publicitario de Tel Aviv, además de en otras muchas cosas...

Esperó pacientemente y en silencio a que terminara la retahíla de títulos del individuo y de la organización que él representaba. Seguro, era una equivocación. ¿Qué tenía que ver él con el voluntariado para la educación judía? Para eso están las mujeres de la WIZO. Educación y voluntariado: lo uno más lo otro por añadidura, y gratis. Lubricó rápidamente su oxidado ruso mientras escuchaba al Alex de turno que, en aquel momento, al otro lado de la línea, exclamaba: «Perdón, no me he presentado. Me llamo Alex Har-Zahav [1] ».

Así es, los Sasha de antes ahora son todos Alex. Pero ¿de dónde le vendrá lo de Har-Zahav? Seguramente se llamaba Zlatoborski o Zolotovski. A lo sumo Goldberg. Alex Har-Zahav. Ale... No podía soportar los nombres hebraizados a la fuerza que apestaban a coacción y a sudor, y dejaban el carácter ruso de su dueño con el culo al aire.

¿Cómo podía él, Tal Shani, ayudarles en el tema de la educación judía?

El susodicho Har-Zahav le pedía que participara en un «Festival de Cultura de Israel» —así es como lo llama la Agencia— que tendría lugar en Ucrania y donde debería dar —junto con otros personajes del mundo cultural y artístico que hablan NUESTRA LENGUA— una serie de conferencias sobre su primera novela publicada en hebreo, lo que les enorgullecía mucho. Sí, sí, la editorial se había puesto en contacto con ellos directamente y... hablando de educación judía, perdón por molestarle en vigilia de sábado... pero el vuelo es dentro de dos días y les queda mucho trabajo antes de cerrar el marco literario del evento.

—Lo lamento, tovarisch Zahavski —respondió Tal, dándole en la cabeza con el tovarisch como si fuera un martillo de cinco quilos—, pero por ahora no estoy en la onda del voluntariado. Acabo de pasar un mes en el ejército, en los puestos de control de Karnei, y no puedo desaparecer durante otras dos semanas... Izvinitepozhaluista.

—Dniestrograd... —le dijo el tal Alex, complacido por el mutismo que provocó en Tal al otro lado de la línea—. Este año el evento tendrá lugar en Dniestrograd.

—Si no estamos equivocados es su ciudad natal —añadió—, y como usted mismo declaró en una entrevista para el suplemento literario del periódico, todavía no ha tenido la oportunidad de volver DESDE ENTONCES...

Lo sabían todo de él, estos cargantes jugaban a ser el Mossad de los parientes pobres. No tardarían en decirle la talla del sostén de su última conquista y el color de...

—El vuelo y el hotel corren a nuestro cargo —dijo Alex interrumpiendo sus pensamientos—. Usted —añadió utilizando el tono íntimo-cuchicheante de los sigilosos agentes secretos de las viejas películas soviéticas— sólo tendrá que estar dos horas al día frente a un público de adolescentes boquiabiertos y encenderles las hormonas con historias sobre la patria histórica inundada de sol que les espera, con sus fuertes brazos abiertos, al otro lado del mar Negro. Pero sin decirles ni una palabra sobre el mes que ha pasado en los puestos de control de Karnei, por favor. El Ejército de Defensa de Israel ya no actúa así con ellos. Enseguida le preguntarán sobre los incentivos de Intel y los 4x4 sin impuestos... Lo concerniente a los puestos de control lo aprenderán por sí solos si conseguimos hacerles galopar hasta aquí gracias a su propaganda.


Ahora, en el avión de camino hacia ALLÍ, intentaba desentenderse de la semana-de-voluntariado-judío que le esperaba e imaginar el encuentro. El encuentro con Tolik. (En realidad, sólo por este encuentro le había soltado aquel Da a Alex, que inmediatamente añadió que ellos no tenían «ni la más mínima duda de que el señor Shani respondería afirmativamente» a su modesta solicitud).

Hace años que se imagina este encuentro y ahora la sensación del «ya está» le desborda, se le coloca certeramente en la laringe como una flema después de una gripe, obstruyéndole la tráquea y dificultándole la respiración. Hace más de veinte años que no le ha visto, a Tolik. Tolka, Tolinka. Seguro que ahora se llama Anatoli. Sería interesante saber cómo le habrían adornado el nombre si hubiera llegado aquí ENTONCES, al mismo tiempo que Tal, en aquellos días del crisol de las diásporas. ¿Llamándole Natán, como le había ocurrido a Sharanski que, de prisionero de Sión y héroe de Israel, se convirtió en un enano tartamudo con el casco militar pegado permanentemente a la coronilla? ¿Tal vez Natanael? Pero quizás el pequeño Tolka era tan obstinado como su amigo Boris, que llegó a finales de los seventies y que, rechazando los Baruj y los Barak que intentaban endosarle, desde hacía veinte años seguía siendo Boris. Dice que es un nombre que está por encima de la rusofobia aquí reinante. Pero ¿qué importancia tiene eso ahora? Para él, para Tal, él siempre seguiría siendo Tolik, el pequeño Tolka.

Todavía guardaba en el cerebro el modo en que fruncía la nariz (sustituto exánime del llanto a punto de estallar, pero ¡los hombres no lloran, Tolka! ¡Recuérdalo!) cuando se encontraba en el extremo de la calle y agitaba la mano hacia la Moscovitz repleta de maletas, con un guante de lana huérfano balanceándose sobre su brazo y fuertemente atado a la manga del abrigo. Tal le había mirado a través de la helada ventanilla posterior y, utilizando el brazo a modo de limpiaparabrisas, había dibujado un amplio arco, abriendo un tragaluz en forma de medio círculo sobre la capa lechosa y opaca. Entonces, en aquel momento húmedo y frío, había concentrado todas sus fuerzas con un único objetivo: recordar. Grabar en su cerebro aquella postal invernal cargada de despedidas. Como si hubiera deslizado un casete de vídeo virgen en la caja de los recuerdos y pulsado la tecla «Grabar» sin soltarla hasta aquel mismo día. Hacía ya tiempo que la cinta magnética había llegado al final, pero la tecla de grabación seguía pulsada y las ruedecillas continuaban girando en el vacío.

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