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Antonio Arteaga - Mensaje equivocado

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Antonio Arteaga Mensaje equivocado

Mensaje equivocado: resumen, descripción y anotación

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No recomendado a menores de 18 años Título Mensaje equivocado 2004 2015 - photo 1


No recomendado a menores de 18 años

Título: Mensaje equivocado

© 2004 –2015 Antonio Arteaga Pérez(www.arteaga.be)

Inscrito en el Registro General de la Propiedad Intelectual con asiento nº: 00/2004/8216 con el título original “Mensaje privado a un asesino”.

Actualizado en octubre de 2015.

Diseño de portada: José Carlos García Martín

Todos los derechos reservados.


He preferido no dedicar este libro a nadie en concreto. Sé que las personas a quien debería dedicárselo lo saben y saben que están en mis pensamientos y agradecimientos.

Solamente deseo una cosa: que usted, querido lector, disfrute leyendo esta novela de la misma forma que yo he disfrutado escribiéndola. Con eso me doy por satisfecho.

Antonio Arteaga.


Índice

El loft

Eduardo

Laura

Silvia

Buscando

Sonia

A escondidas

Encuentro

Sergio

Atasco

Buscando otra vez

El inspector Rodríguez

Mejor en pareja

Preparando

Salvador

Sesión de fotos

Iphigenia

Plantón

Víctor

Fines y principios

En persona

Despedida

Sorpresa

Proposición

Introducción

Nudo

Desenlace

Epílogo


El loft

Todo estaba perfecto: las velas encendidas junto al jacuzzi, la luz de las mesillas reducida hasta dejarlo todo en semipenumbra, la sábana superior de raso ligeramente abierta e invitando a ser retirada por completo, la botella de cava en el enfriador…

Alfredo pensó durante un instante en si, viéndola en su conjunto, la preparación de ambiente que había hecho en aquel loft de alquiler por horas no parecería demasiado hortera, como si hubiese tratado de ser romántico.

Romántico. ¿Él? Sonrió para sí mismo. Podía ser de todo, pero términos como “romántico” o “detallista” no entraban en su definición personal.

Si había preparado el loft de aquella forma era únicamente por dar una buena impresión inicial que rompiese el hielo con la mujer que –miró su reloj—llegaría de un momento a otro. Una vez establecido el buen rollito entre ambos lo demás vendría solo: preliminares en el borde de la cama, baño en el jacuzzi con más preliminares y a partir de ahí, según fuese evolucionando el tema, ya se vería qué podía hacerse o no.

Qué podría hacerse, y dónde. Porque al loft no le faltaba un detalle. El mobiliario –distribuido por las diversas habitaciones más allá de la zona de baño y en el piso superior—estaba pensado para cubrir la mayoría de las fantasías y necesidades sexuales: arneses, columpio, potro, divanes de distintas configuraciones… y algo le hacía pensar que su cita de hoy haría uso de buena parte de todo aquello.

Eran pocos los mensajes que había cruzado con aquella mujer a través de la web de citas, pero la claridad de lo que ella buscaba en cada uno de esos mensajes y el tipo de foto que le había enviado creaban muy buenas expectativas. De acuerdo, no le había visto la cara, borrada burdamente con Paint, pero ya le daba igual si ella era guapa o resultaba ser más fea que un mandril. Lo que buscaba era un cuerpo de mujer que respondiese a sus caricias, besos, lametazos y, con suerte, a todas las demás depravaciones que conforme recordaba el equipamiento del local iba ideando en esos mismos instantes...

El “ding-dong” del timbre interrumpió su viaje por los mundos de Sade y le devolvió bruscamente al momento clave. Se dirigió hacia la entrada, retocando su pelo con una mano mientras con la otra se colocaba el paquete de forma que se marcase un poco más.

“Alfredito, hoy triunfas”, se dijo, empujó el picaporte y tiró de la puerta, ansioso por salir de dudas sobre qué rostro debía ponerle al cuerpo que ya había visto en la foto.

Pero lo que se encontraron sus ojos fue una mano enguantada apretando un spray a apenas unos centímetros de ellos. Se giró instintivamente sobre sí mismo mientras sentía cómo la vista se le nublaba y un tremendo escozor se apoderaba de toda su cara.

–¡Qué cojones…! –comenzó a gritar, antes de que otra mano también enguantada apretase fuertemente un trapo de olor intensísimo sobre su nariz.

No pudo hacer nada por defenderse. El mundo comenzó a girar a su alrededor y sintió su cuerpo desplomarse contra el suelo mientras le fallaba la movilidad por instantes y un sueño irresistible se adueñaba de él.

Desde el parquet del loft trató de ver a su atacante, pero no pudo distinguir más que una sombra borrosa que seguía sujetando el trapo contra su cara.

Y, un segundo después, oscuridad absoluta.


Eduardo

Hola, eres tú, ¿no? Es que no sé si guardé bien tu número.

Aquel mensaje llegó al Whatsapp sin identificar quién lo enviaba.

Eduardo estaba en esos momentos despistado. Trataba de responder cuanto antes al último correo electrónico que uno de sus compañeros de trabajo le había enviado, para quitárselo de encima y volver a chatear.

No había nada en realidad digno de mención, algo sobresaliente, o ni siquiera algo original, en Eduardo.

Eduardo era un hombre normal, con una vida normal, un trabajo normal... si es que hay algo en esta vida que se pueda catalogar como "normal". Podría decirse que, si se realizase un perfil de lo que es un ciudadano medio, de clase media y mediana edad, en una capital, lo más normal es que correspondiese al perfil de Eduardo.

Se levantaba cada mañana a las seis, para ducharse rápidamente, afeitarse, tomar un café con leche, coger su coche y sumergirse de lleno en el atasco de la autovía de entrada a la ciudad. Hora y media, un tiempo normal de atasco en la capital, metido en su vehículo, un coche también de lo más normalillo, y llegando a las oficinas con el tiempo justito para fichar, sentarse en su mesa, y afrontar las siete horas de jornada laboral que, como era normal, le esperaban cada día.

Claro, que también era normal que, a veces, tuviese mucho lío (sobre todo los fines de mes), pero que a veces no tuviese absolutamente nada que hacer en casi toda la mañana.

Durante años, los diecisiete años que llevaba en la misma empresa, se había concentrado enaprovechar las horas laborables al máximo, empleando el tiempo que aveces tenía libre en organizar los archivos, documentos y ficheros históricos, planificar las tareas más habituales con todo el adelanto posible, en preparar macros en el Word o el Excel que después le permitirían acelerar el trabajo, o convertir los monótonos datos estadísticos en coloridos gráficos animados en el Powerpoint... todo fuera por ser un empleado modelo, por mostrar y demostrar su dedicación a la empresa, y tratar de ascender en el escalafón alguna vez, llegando a ser jefecillo, o por lo menos pudiendo tener a su cargo algún tipo de responsabilidad.

Pero, como es más normal de lo que debería ser, ese ascenso que tanto ambicionaba y por el que tanto se esforzaba nunca llegaba. Veía cómo personas que se habían incorporado a su empresa mucho después que él, personas más jóvenes que él (que ya tenía sus cuarenta años recién cumplidos), hacían gala de su preparación universitaria, dinamismo y ambición, para pasar por encima de la experiencia que él acumulaba, y ocupar los puestos que Eduardo siempre ansiaba y que estaba seguro merecía por esfuerzo y méritos propios.

Esa fue una de las razones que le habían ido llevando paulatinamente a preocuparse cada vez un poco menos por su trabajo, por darse prisa en entregar las peticiones de sus compañeros o superiores, y a ir buscando más huecos de ocio en la misma jornada laboral en la que antes no descansaba ni siquiera para desayunar.

Y, también, gracias a lo que durante tantos años estuvo planificando, organizando, y gracias a la cantidad de procesos de optimización de tareas que había preparado para su uso personal, era normal que a estas alturas ya tuviese más tiempo libre.

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