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Joana Arteaga - La princesa de Central Park (Spanish Edition)

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Joana Arteaga La princesa de Central Park (Spanish Edition)
  • Libro:
    La princesa de Central Park (Spanish Edition)
  • Autor:
  • Editor:
    Correctivia
  • Genre:
  • Año:
    2016
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La princesa de Central Park (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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Joana Arteaga

“ La princesa de Central Park”

© Joana Arteaga, octubre 2016

Diseño de la portada: Fernando Gómez Mancha

Foto: Plus69

Primera edición: octubre 2016

Corregido por Correctivia (Julio Rodríguez)

Obra registrada en Safe Creative: 1610089403020

“No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

ÍNDICE

Para Olivia,

mi princesa.

Se enamoró.

De quien no imaginaba,

de quien no esperaba

y de quien no estaba buscando.

Desde ese momento

aprendió que el amor no se elige.

Es él quien nos elige a nosotros.

Capítulo 1

¿Otra vez con ese chef gilipollas?

—¿Quieres darte prisa y sacar ya esos aperitivos? —me grita François Terres mientras me preparo para salir a sala con dos bandejas llenas de diminutos canapés.

No soporto a este tipo ni un segundo más. Si tengo que volver a escuchar sus gritos en mi oreja y su aliento en la cara, creo que le voy a estampar los lirios de arroz salvaje en salsa teriyake en su odiosa cara francesa.

Aprieto los dientes para contenerme y salgo a la terraza con mi mejor sonrisa falsa. No en vano, toda la vida me han dicho que soy una actriz magnífica, y en esta fiesta pija ni Dios tiene por qué saber que no soporto al presuntuoso chef François Terres ni que preferiría estar tomando chupitos de hiel y aceite de ricino antes que estar aquí, aguantando a este puñado de señoritos bien y sus acompañantes escapadas de un desfile de Victoria's Secret. Pero gracias al servicio de hoy, gracias a poner buena cara a estirados sin un ápice de tacto, y pasear bandejas de aperitivos de diseño y nombres imposibles, conseguiré la mitad del alquiler del mes que viene, y a eso no se le puede decir que no.

De hecho, tengo que recordarme que no debo quejarme por estar aquí, cuando ya daba por perdida la oportunidad de sacarme un buen pellizco en lo que quedaba de mes, una de las chicas del servicio del chef Terres se acordó de mí para cubrir una baja de última hora en esta fiesta. Así que buen talante y sonrisa permanente, aunque deteste a ese odioso cocinero con pretensiones y jure, cada vez que tengo un catering con él, que voy a tacharlo de mi agenda de contactos laborales. ¡Como si pudiera elegir! , tengo que admitir con tristeza.

Miro hacia la salida de cocinas y veo que el chef no me quita ojo, estoy segura de que no se fía de mí, como si fuera capaz de escupir en la bandeja o tirársela a uno de los invitados encima… una cosa es que no me guste él y otra muy diferente, es que yo no sea una profesional en cada trabajo que haga, aunque sea uno distinto cada semana, o cada tres días o… a veces, casi a diario.

Creo que François Terres piensa que estoy un poco loca y que hasta soy peligrosa. Una loca peligrosa con conexiones con la mafia rusa o algo así. Y por eso me da más caña y me vigila con desconfianza cada vez que me toca servir en uno de sus eventos; piensa que, si me tiene controlada, seré incapaz de hacerle daño a su nombre de algún modo.

Y vale que no sería la primera vez en la que ha tenido razón para desconfiar de que mi carácter soviético no tome el control de la situación, pero nunca las consecuencias de mis actos han llegado a afectar ni a su nombre ni a sus servicios.

Sea como sea, no pienso dejar que su mirada de acero clavada en mi espalda condicione mi forma de trabajar esta tarde. Soy una profesional como la copa de un pino y este hombre lo va a ver, sobre todo, si no aparta los ojos de mi trasero.

Por lo que tengo entendido, el chef Terres se juega mucho esta tarde. Es su prueba de fuego entre la alta sociedad neoyorquina y, la verdad, siento hasta un poco de lástima por él, porque las caras que veo alrededor, después de probar algunos de los canapés, no son precisamente de morir de placer. He estado con él en otros eventos y es bastante irregular; o te da la mejor experiencia gastronómica de tu vida o te hace acabar la velada pidiendo con urgencia la sal de frutas.

Parece que hoy nos acercamos, por desgracia para él, más a la segunda opción y eso, casi con seguridad, lo acabará pagando con nosotros.

Aparte de presuntuoso, es un déspota con sus empleados y, por si fuera poco, he oído que tiene las manos muy largas, que algunas compañeras han tenido que sufrir sus insinuaciones y sus toqueteos sin rechistar si no querían perder el puesto y la paga. Vamos, que es una joyita.

Además, y esto es lo peor, un cocinero de su escuela nos contó en el último catering que él se largaba para no acabar rompiéndole la nariz a François Terres. Al parecer, le gusta aprovecharse de las creaciones de sus alumnos y otros colegas para hacerlas pasar por suyas. Eso explica, de forma bastante evidente, cómo es posible que algunos platos le salgan de maravilla, y otros tan chapuceramente.

Mientras me acerco a los invitados y sigo notando sus ojos en mi nuca, pienso que ojalá alguien llegue a desenmascararle de una vez. Los mediocres e impostores se merecen el escarnio público, de eso no tengo ni la menor duda.

De repente, justo cuando llego a la altura de la primera invitada para ofrecerle un aperitivo de una de mis dos bandejas, noto cómo me vibra el móvil que tengo metido entre el delantal del uniforme y la cinturilla del pantalón. No hay bolsillos en esta vestimenta negra y aburrida que nos hacen ponernos, precisamente para que no podamos llevar con nosotros los teléfonos, cuyo uso en horas de trabajo está terminantemente prohibido.

Al notar la primera sensación del móvil vibrando, me he llevado tal susto que a punto he estado de perder el equilibrio. Las bandejas han aguantado en mis manos por pura buena suerte y estoy segura de que la invitada frente a la que he puesto en escena mi espectáculo acrobático, se ha llevado su propio susto, uno de impresión, al ver los lirios de arroz salvaje en salsa teriyake más cerca de su costoso traje de cóctel que de su mano tendida para tomar uno de ellos.

¡Joder! Esto seguro que no le ha pasado desapercibido al estirado de Terres y no me libro de sus gritos al volver a cocinas. Al menos deberá concederme que tengo reflejos de gato montés y que soy un hacha evitando accidentes. Eso sí, si me pilla con el móvil dentro de mis pantalones, no me salva de su ira ni mi mejor cara de chica buena. ¡Qué demonios! ¡No me salvaría ni aunque le confirmara que mi familia se financia con dinero de la mafia rusa!

Suspiro con alivio cuando el teléfono deja de vibrar y continúo mi paso lento entre las muñecas recauchutadas y los esnobs estirados. No puedo evitar pensar en clichés con esta gente, es que se lo ganan a pulso. Solo hay que escucharles hablar para saber que a esta especie humana yo no podría pertenecer jamás. Y no porque no supiera hacerlo, sino porque me saldría urticaria solo con llegar a proponérmelo… no puedo con la gente que siempre lo ha tenido fácil y no conoce el significado de palabras como sacrificio, trabajo duro o compañerismo y, peor aún, con aquellos que vienen de lo más bajo y no han dudado en utilizar el “todo vale” para encaramarse a la cima y, desde allí, tratar a los demás como si no fueran más valiosos que unas cagarrutas de cabra.

No, no puedo. Y por eso cada vez se me hace más difícil venir a este tipo de eventos. Este, en concreto, no es de los peores a los que he acudido, que conste. En este al menos hay conversaciones sensatas sobre el cambio climático, el auge de los autores de novela negra provenientes de Escandinavia, o la conveniencia o no de apoyar a Obama en su lucha para imponer un sistema de salud más justo.

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