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Joana Arteaga - El mundo, contigo (Spanish Edition)

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Joana Arteaga El mundo, contigo (Spanish Edition)
  • Libro:
    El mundo, contigo (Spanish Edition)
  • Autor:
  • Editor:
    Correctivia
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  • Año:
    2015
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EL MUNDO, CONTIGO

Joana Arteaga

© Joana Arteaga, septiembre 2015

Diseño de la portada: Isabel Jimeno y Fernando Gómez Mancha

Foto: MorganStudio

Primera edición: octubre 2015

Corregido y editado por Correctivia

“No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Índice

Para mi padre, que sigue en pie tras el temporal.

Para Isabel y Francisco, que siempre me han considerado una más.

Te propongo inventarnos de nuevo.

Deshacernos los dos de lo que fuimos.

Ser viento y tierra,

agua y árbol,

río y piedra.

Y en esta materia inútil que nos ata,

encontrar el beso final que nos libere.

ELLA, QUE TODO LO TUVO

(Ángela

Capítulo 1

Quedan diez minutos para las cinco y, como es habitual, Marla ya está en pie, haciéndonos señas para que vayamos acabando con lo que estemos haciendo. Es un pedazo de pan y es imposible no quererla, pero cuando digo que Marla nos hace señas me refiero a que se pone en pie y mueve los brazos como si fueran la trompa de un elefante desbocado, hasta que capta nuestra atención -cosa que logra en apenas tres segundos- y entonces acompaña sus movimientos con susurros casi a gritos, indicando la hora que, por supuesto, todas las demás ya sabemos que es. Es imposible no quererla, sí, pero es imposible también no pasar un poquito de vergüenza con sus cosas, todas llevadas al extremo.

Rosa me mira entornando los ojos, susurrando “ya estamos otra vez”, pero esboza una leve sonrisa que le quita importancia a las excentricidades de Marla. Comienza a recoger su escritorio, lleno hasta los topes de todas las cosas que ha ido sacando poco a poco de su enorme bolso desde que empezó la jornada laboral.

―No sé cómo puedes ir por ahí con tantas cosas en el bolso ―le dice Miriam desde su pulcra mesa en la que parece que nadie haya estado trabajando ocho horas―. Luego te quejas de que te duele la espalda.

Rosa ni la escucha. Ha oído mil veces los alegatos de todas en contra de cargarse como una mula con sus bolsos-maleta, pero es que no sabe vivir sin todo lo que mete dentro. Son bolsos gigantescos, con diseños florales o motivos geométricos de colores imposibles y dudoso gusto, pero es que Rosa sin ellos se siente desnuda, huérfana. Dice que se los hace ella misma y que los hace en proporción a las cosas que sabe que deben incluir en su interior: un paraguas, un pequeño botiquín de urgencias, una botella de agua, un libro o dos, una cartera, un monedero, algún juguete de su perro, una bolsa para hacer las compras en el supermercado, una carpeta con su documentación médica por si tiene una urgencia, un neceser con su maquillaje, alguna que otra barrita energética y hasta bocadillos alguna vez... en fin, que la lista es infinita y que Rosa sin su bolso no sabe vivir.

A mí hoy me toca aguantarme y esperar. En diez minutos las chicas saldrán por la puerta y yo tengo que acabar de cuadrar la agenda del señor Coleman para mañana, que debe acudir a la BookExpo America. Llevo esperando desde el mediodía la confirmación de un vuelo para Chicago, pero a las chicas de la agencia de viajes no les funcionan hoy muy bien los sistemas. Mira que es fácil reservar en cualquier agencia online, pero aquí, en Coleman and Asociated Publishing, hay que hacer las cosas según dice el protocolo, y el protocolo dice que los viajes aquí se tramitan por agencia de las de toda la vida.

Vuelvo a llamar con la esperanza de que todo les vuelva a funcionar perfectamente y yo pueda escaparme con las chicas para nuestro habitual ritual de los viernes por la tarde.

―Susan, soy Martina de nuevo... dime que está solucionado, por favooooorrr… ―digo con tono de súplica a la agente que me coge el teléfono en la agencia.

―Pues me temo que aún no. Al menos ya están aquí los de mantenimiento, que se han tomado su tiempo para dejarse ver. Lo siento, Martina... calculo que aún falta un rato. Te llamo en cuanto vuelva a funcionar todo por aquí. Te garantizo que vamos a meter a Saul Coleman en un avión rumbo a Chicago mañana a las siete en punto de la mañana.

Cuelgo desolada... mi parte favorita de la semana es sentarme en Antoine's y disfrutar de la compañía desenfadada de mis cuatro compañeras de trabajo, frente a algún cóctel exótico. Nos reímos con las excentricidades de Marla, consolamos a Rosa por alguna pequeña desgracia acaecida durante la última semana, animamos a Miriam a hacer aquello que desea y no se atreve, o garantizamos a Georgie que hay vida más allá de su trabajo, su marido depresivo y sus gemelos hiperactivos. Conmigo no hay mucho que hacer, soy más bien la pasajera silenciosa.

No llevo mucho aquí, así que no tengo muchas más amistades, si exceptúo a algunos de mis vecinos, al hijo de mi casera, Paul, y al vendedor de comida turca que se pone en la esquina de mi edificio y con el que mantengo charlas literarias profundas mientras me como sus exquisiteces caseras. Las chicas son, pues, como mi familia aquí, y nuestros ratos de los viernes, como nuestras comidas familiares de los domingos.

Yo no hablo mucho, pero escucharlas y participar de sus risas alocadas y contagiosas ya me hace sentir como en casa. Es como volver a estar en compañía de mi padre en su rinconcito de la costa vizcaína, o viajar hasta el destino que en cada momento se encuentre mi madre, Bombay o Tel Aviv, Kinsasa o Quito.

Giorgie es la primera en levantarse. Se coloca un poco el pelo y se pinta los labios aprovechando el reflejo de la pantalla de su ordenador. Es una presumida sin remedio. Marla la sigue, comenzando su efusiva despedida de todos los demás trabajadores que alargan su jornada en Coleman and Asociated Publishing por una razón o por otra. Yo soy una de ellos este viernes y le hago señas, mucho más discretas que las suyas, para indicarle que no me puedo ir.

Mi trabajo es, sobre el papel, simplemente de apoyo a la secretaria del señor Coleman. Pero en realidad llevo la agenda del director, recibo a las visitas, envío sus correos electrónicos, atiendo su teléfono y le gestiono los viajes y las reuniones. Sin embargo es Claire, la glamurosa y altiva Claire, la que es, de nombre, la Secretaria con mayúsculas del señor Coleman. Claire no hace mucho en su puesto, pero a lo largo de treinta y siete años ha sido la secretaria de tres generaciones de Coleman y eso ya, de por sí, le da una solera difícil de disputar.

Su trabajo principal es hacer de mi jefa y controlar que todo se haga como a ella le gusta que sea hecho. No deja que nada parta de mi iniciativa y está más pendiente de mis meteduras de pata que de hacer las cosas bien en provecho de nuestro superior, el señor Coleman. No es un secreto que le caigo realmente mal porque piensa que sólo valgo lo que un enchufe puede dar de sí. Porque sí, es verdad, soy una enchufada aquí en la editorial.

El padre del señor Coleman, Saul J. Coleman Senior, es muy amigo de mi madre y hasta se rumorea que tuvieron una aventura hace algunas décadas. De mi madre no me extrañaría. Creo que se conocieron en Tokio a comienzos de los años 80, cuando mi madre aún ni conocía a mi padre. Pero no tengo muchos detalles sobre la historia porque ella es muy hermética con respecto a sus contactos y relaciones. Sólo sé que tengo este trabajo gracias a una simple llamada efectuada a su buen amigo Saul (senior) y que a mí me salvó la vida justo cuando más lo necesitaba.

Las chicas pasan por mi mesa, compungidas, una a una, deseándome que se me haga corto lo que me queda de jornada, y asegurándome que esperarán lo que haga falta para tomarse el cóctel de la semana en Antoine's.

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