Valeria Piassa Polizzi nació en São Paulo, Brasil, en 1971. Tras la publicación de su libro ¿Por qué a mí?, en el que narra su experiencia personal tras contraer el VIH de su propia pareja con tan sólo quince años, fue cronista y columnista (con la columna “Papo de Garota”, que se ha editado como compendio por la editorial O Nome da Rosa) de la revista Atrevida durante ocho años, donde habla de manera intimista sobre sus sueños, amores, sexualidad, su familia, fantasías y aspectos cotidianos del día a día de cualquier adolescente. En 2007 se licenció en Comunicación, y entre 2007 y 2008 realizó una gira por México, dando charlas y conferencias sobre la prevención y tratamiento de enfermedades de transmisión sexual. En 2003 publicó con Editora Ática Enquanto estamos crescendo, una recopilación de treinta crónicas que reúnen todas las temáticas que afectan a los adolescentes actuales.
“A mis amigos…”
Título original: Depois daquela viagem
Valéria Piassa Polizzi, 1999.
Traducción: Marta Méndez y Renato Valenzuela
Ilustraciones: Miadaira
Diseño/retoque portada: Isabel Carballo
Editor original: samsagaz (v1.0 a v1.x)
Segundo editor:
Tercer editor:
Corrección de erratas:
ePub base v2.1
Una joven universitaria contrae sida/vih de su novio por un descuido. Pasado el shock inicial, comienza su dilema de hacer o no público su contagio ante amigos y colegas, su futuro y la vida que le espera. Una alerta para las incautas. Entretenido y bien escrito, un best seller en Brasil.
Valéria Piassa Polizzi
Después de Aquel Viaje
Diario de a bordo de una joven que aprendió a vivir con SIDA
ePUB v1.1
samsagaz25.09.13
1
Un barco, un naufragio
E n la Navidad de 1986 yo tenía quince años y estaba haciendo un viaje en barco a Argentina con mi papá y mi hermana, que es tres años menor que yo. El barco era precioso, lleno de salas, bares, restoranes, casino, piscina y show todas las noches. El ambiente era estrictamente familiar, muchas abuelitas, niños, papás y mamás, todos pasando juntos la Navidad en la mayor tranquilidad. Piscina en la mañana, cena de gala en la noche y, durante la tarde, una vuelta por las dependencias del barco. Y fue en una de ésas, un buen día, que vi a un tipo tropezar. En el apogeo de mis quince años, no pude resistirlo y me largué a reír. Él debe haber pensado que yo me estaba riendo con él, y no de él, y me correspondió con una sonrisa. Después de eso, nos cruzamos algunas veces, y cuando el barco atracó en Buenos Aires, se acercó a conversar conmigo. Supe que estaba terminando Educación Física, que le gustaba hacer surf, que estaba viajando con sus papás y que también vivía en São Paulo. Y entre conversa y conversa, ya estaba perdidamente enamorada. Y después que me besó, mejor ni hablar. ¡Sí… el Viejo Pascuero me había traído un tremendo regalo!
El viaje terminó, nos dimos los teléfonos y direcciones y quedamos de vernos en São Paulo. Dos días después me llamó. Yo me estaba yendo a Corumbá a pasar el resto de mis vacaciones donde mis abuelos. Antes de eso vendría a verme. Me arreglé y me senté a esperarlo. El corazón me latía fuerte, lleno de ansiedad. Las siete, las ocho, las nueve y nada. A las diez, mi papá decide manifestarse:
—Hija, es mejor que te vayas a dormir, porque él ya no va a venir.
—¡Sí va a venir, papá!
A las once, con los ojos llenos de lágrimas, me voy a mi pieza. Escucho a mi hermana decir desde el living:
—Pobrecita…
Sí… el primer plantón jamás se olvida.
Nada como la casa de la abuela en vacaciones, llena de gente. Volver a ver a los primos, nuevos amigos, fiestas todas las noches y una plazuela con vista al río, donde el grupo se reúne. Así es mi dulce Corumbá, una pequeña ciudad en Mato Grosso do Sul, en la frontera con Bolivia, capital del pantanal.
Todo andaba muy bien, hasta se me había olvidado lo ocurrido, cuando un día él me llama. ¿Será posible? No es posible, estoy soñando. ¿Era verdad? Conversamos un poco, me dio una disculpa ridícula sobre aquel día y me pidió que lo llamara a la vuelta. Lo llamé y empezamos a salir. Él era entretenido, me trataba bien y me llenaba de regalos. Venía a mi casa los fines de semana, salíamos a comer, íbamos al cine… Un típico pololeo burgués. En esa época yo vivía con mi papá, a quien no le gustaba nada esta historia. Creía que yo era muy niña para estar saliendo con un tipo de veinte años. Y eso que mi papá no sabía que en realidad tenía veinticinco —era diez años mayor que yo.
La cosa se empezó a caldear como en cualquier pololeo. Me visitaba casi todos los días, y cuando mi papá rezongaba, yo corría a la casa de mi mamá (típica táctica de los hijos de padres separados). Entonces ahí apareció un asunto nuevo: el sexo.
—Yo creo que ya deberíamos tener relaciones: llevamos más de seis meses pololeando. Ya no soy un cabro chico y me estoy aburriendo con este cuento.
“¿Y ahora qué hago? ¿Estaré preparada? Si no tengo relaciones con él, apuesto que me deja. A lo mejor tiene razón, llegó el momento. Bueno, déjame pensarlo. ¿Qué sé yo de sexo? Todo, porque cuando tenía unos cinco años mi mamá me leyó el libro De Donde Vienen los Bebés. En las clases de biología aprendí sobre los espermatozoides, el óvulo, la vagina y el pene. En la televisión he visto todas las escenas románticas y hasta unas películas nacionales eróticas. Listo, ahora es cuestión de batir todo en la juguera y ahí tenemos una relación sexual”.
Como sus papás andaban de viaje, nos quedamos solos en su casa. Apagó la luz y empezó a besarme.
—Pero yo no quiero hacer nada, ¿ya?
—Ya, bueno.
Me sacó la ropa y después se quitó la suya. Estábamos acariciándonos cuando sentí que iba a penetrarme:
—Córtala. Me dijiste que no harías nada.
—Sólo un poco. Te prometo que no te va a doler.
Terminé dejándolo, creo que más por curiosidad que por otra cosa. De repente paró y se salió de encima. ¿Alguien me puede explicar qué está pasando?
—Es que no puedo acabar dentro de ti, o si no te embarazo.
Es verdad. Se me había olvidado ese detalle. ¿Quieres decir que eso es todo? ¿Esto es tener relaciones?
—Chí… ¿No te vas a poner a llorar ahora?
—Es que pensé…
—Córtala que ya pasó.
Entonces es así… Ya tuvimos relaciones. ¿Pero cómo? ¿Dónde está la champaña, la chimenea? No era lo que yo esperaba. ¡Chuta! ¡Qué raro, qué mierda, qué horrible! ¿Por qué nadie me explicó que era así? ¿Y qué es eso de lengüetearme? ¿Eso es sexo oral? El otro día en el colegio, mis compañeros llevaron una Playboy y nos pusimos a mirarla. En medio de un texto salía una expresión nueva: “sexo oral”.
—¿Qué significa eso, Dé? —le pregunté a mi amiga.
—Es cuando las personas empiezan a quejarse cuando están teniendo relaciones.
Sí, Daniele, decididamente no entendemos nada de sexo.
Ahora me preguntas: ¿dónde estaba el condón en toda esta historia? Y yo respondo: no estaba. ¿Ya existía el SIDA? Sí, pero era cosa de “maricones”, de “grupos de alto riesgo”. Además, según mi pololo, el condón era cosa de “putas”. Y como yo no era “puta”, no necesitaba usarlo.