APRENDIZAJE O EL LIBRO DE LOS PLACERES
Aprendizaje o El libro de los placeres (publicado por primera vez en 1969) despertó la polémica entre los críticos, que aún hoy debaten sus posibles interpretaciones. Aprendizaje es el relato de cómo el amor se forja en dos seres: a través de un arduo desnudamiento interno los protagonistas van recuperando su identidad hasta alcanzar la renovación vital en la mutua entrega. A su ejercicio introspectivo opone la autora su propia búsqueda formal, el intento de superar los límites del estilo amalgamando forma y fondo en una prosa rebosante de imágenes que desarman al lector con su verdad hiriente. Su lectura ofrece a quien la emprende el desafío de seguir paso a paso ese hondamiento, ese despojarse de todos los bagajes para iniciar un definitivo aprendizaje de la existencia.
Traductor: Sáenz de Tejada, Cristina
Autor: Clarice Lispector
©2005, Siruela
Colección: Libros del tiempo, 198
ISBN: 9788478448333
Generado con: QualityEbook v0.60
APRENDIZAJE O EL LIBRO DE LOS PLACERES
CLARICE LISPECTOR
Traducción del portugués de
Cristina Sáenz de Tejada
y Juan García Gayo
3ª ed. (7ª ed. En ES): septiembre de 2008
Todos los derechos reservados.
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Título original: Uma Aprendizagem ou O Livro dos Prazeres
En cubierta: Ballet acuático vertical de Laurie Simmons, 1981
Diseño gráfico: Gloria Gauger
© 1969, Clarice Lispector y Herederos de Clarice Lispector
© De la traducción, Cristina Sáenz de Tejada y Juan García Gayo
© Ediciones Siruela, S. A., 1989, 2008
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
28010 Madrid Tel.: 91 355 57 20 Fax: 91 355 22 01
siruela@siruela.com www.siruela.com
ISBN: 978-84-7844-833-3
Depósito legal: M-37.1 79-2008
Impreso en Rigormagrafic S. L.
Printed and made in Spain
Papel 100% procedente de bosques bien gestionados
Este libro requirió una libertad tan grande
que tuve miedo de darla.
Está por encima de mí.
Intenté escribirlo humildemente.
Yo soy más fuerte que yo.
C. L.
APRENDIZAJE O EL LIBRO DE LOS PLACERES
Después de esto miré y he ahí que vi una puerta
abierta en el cielo; y la primera vez que oí, como de
trompeta, que hablaba conmigo, me dijo: «Sube acá y
te mostraré las cosas que han de suceder en adelante».
Apocalipsis, 4, 1
Compruebo
Que la más alta expresión
del dolor
Consiste esencialmente
en la alegría.
Augusto dos Anjos
Jeanne
Je ne veux pas mourir! J’ai peur!
(…)
II y a la joie qui est la plus forte!
Oratorio dramático de Paul Claudel
para música de Honegger, Jeanne d'Arc au búcher
EL ORIGEN DE LA PRIMAVERA O LA MUERTE NECESARIA EN PLENO DÍA
, estando tan ocupada, había vuelto de hacer la compra que la sirvienta había hecho deprisa y corriendo porque cada vez trabajaba menos, aunque sólo viniese para dejar la comida y la cena listas, había hecho varias llamadas de teléfono haciendo algunos recados, incluso una dificilísima para llamar al fontanero, había ido a la cocina para ordenar las compras y disponer en el frutero las manzanas que eran su fruta favorita, aunque no supiese adornar un frutero, pero Ulises le había hecho entrever la posibilidad futura de por ejemplo adornar un frutero, vio lo que la sirvienta había dejado para cenar antes de irse, pues la comida había sido pésima, mientras se daba cuenta de que la pequeña terraza que era la ventaja de su apartamento al ser de planta baja necesitaba una limpieza, había recibido una llamada de teléfono invitándola a un cóctel de caridad en beneficio de alguna cosa que ella no entendió completamente, pero que se refería a su curso primario, gracias a Dios que estaba de vacaciones, fue al guardarropa a elegir qué vestido se pondría para estar extremadamente atractiva para su cita con Ulises que ya le había dicho que ella no tenía buen gusto para vestirse, recordó que siendo sábado él tendría más tiempo porque ese día no tenía que dar la clase del curso de vacaciones en la universidad, pensó en lo que él se estaba transformando para ella, en lo que él parecía querer que ella supiese, supuso que él quería enseñarle a vivir únicamente sin dolor, él había dicho una vez que quería que ella, cuando le preguntaran su nombre, no respondiera «Lori», sino que pudiese responder «mi nombre es yo», pues tu nombre, había dicho él, es un yo, se preguntó si el vestido blanco y negro serviría,
entonces del vientre mismo, como un remoto estremecerse de la tierra, que difícilmente podía considerarse señal de terremoto, del útero, del corazón contraído, vino el temblor gigantesco de un fuerte dolor conmovido, del cuerpo, todo el estremecimiento —y con sutiles máscaras de rostro y de cuerpo finalmente con la dificultad de un chorro de petróleo rasgando la tierra— vino finalmente el gran llanto seco, llanto mudo sin sonido alguno hasta para ella misma, aquel que ella no había adivinado, aquel que no quisiera jamás y no había previsto —sacudida como el árbol fuerte que se conmueve más profundamente que el árbol frágil— finalmente reventados vasos y venas, entonces,
se sentó para descansar y poco después imaginaba que era una mujer azul porque el crepúsculo más tarde tal vez fuese azul, imaginaba que hilaba con hilos de oro las sensaciones, imaginaba que la infancia era hoy y plateada de juguetes, imaginaba que una vena no se había abierto e imaginaba que de ella no estaba en silencio blanquísimo manando sangre escarlata y que no estaba pálida de muerte; pero eso imaginaba que lo estaba de verdad, en medio del imaginar necesitaba hablar de la verdad de piedra opaca para que contrastase con el imaginar verde resplandeciente, imaginaba que amaba y era amada, imaginaba que estaba acostada en la palma transparente de la mano de Dios, no Lori sino su nombre secreto que ella por ahora no podía aún usufructuar, imaginaba que vivía y no que estaba muriendo, pues vivir no pasaba a fin de cuentas de aproximarse cada vez más a la muerte, imaginaba que no se quedaba de brazos caídos de perplejidad cuando los hilos de oro que hilaba se confundían y no sabía deshacer el fino hilo frío, imaginaba que era lo bastante sabia como para deshacer los nudos de marinero que le ataban las muñecas, imaginaba que tenía un cesto de perlas sólo para mirar el color de la luna pues ella era lunar, imaginaba que cerraba los ojos y seres humanos surgirían cuando abriera los ojos húmedos de gratitud, imaginaba que todo lo que tenía no era imaginar, imaginaba que distendía el pecho y una luz doradísima y leve la guiaba por un bosque de presas mudas y tranquilas mortalidades, imaginaba que no era lunar, imaginaba que no estaba llorando por dentro
pues ahora mansamente, aunque con los ojos secos, el corazón estaba mojado; había salido ahora de la voluntad de vivir. Se acordó de escribir a Ulises contándole lo que había pasado,
pero nada había pasado que se pudiera decir en palabras escritas o habladas, era bueno aquel sistema que Ulises había inventado: lo que no supiera o no pudiera decir, lo escribiría y le daría el papel mudamente —pero esta vez no había siquiera qué contar.
Lúcida y calmada ahora, Lori recordó que había leído que los movimientos histéricos de un animal apresado tenían como intención liberarse, por medio de uno de esos movimientos, de la cosa ignorada que le estaba apresando —la ignorancia del movimiento único, exacto y liberador era lo que volvía histérico a un animal: apelaba al descontrol—; durante el sabio descontrol de Lori ella ahora había tenido para sí las ventajas liberadoras que procedían de su vida más primitiva y animal: había apelado histéricamente a tantos sentimientos contradictorios y violentos que el sentimiento liberador había terminado desprendiéndola de la red, en su ignorancia animal ella no sabía siquiera cómo, estaba cansada del esfuerzo de animal liberado.