Título original en danés: Hvad er et menneske?
© Svend Brinkmann & Gyldendal, Copenhaguen 2019.
Published by agreement with Gyldendal Group Agency.
© De la traducción: Maria Rosich Andreu
Corrección: Beatriz García Alonso
De la imagen de cubierta: Vanina de Monte
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Ned ediciones, 2021
Preimpresión: Editor Service, S.L.
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Esta obra se benefició del apoyo de la Fundación Danesa de las Artes
eISBN: 978-84-18273-14-8
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Í NDICE
P rólogo
Parte I
El ser humano biológico
Homo sapiens
Parte II
El ser humano racional
Homo rationalis
Parte III
El ser humano sensible
Homo sentimentalis
Parte IV
El ser humano social
Homo socius
Parte V
El ser humano del futuro
Homo futuris
Parte VI
El ser humano religioso
Homo religiosus
Epílogo
Nota final
Personajes que aparecen en el libro
El libro va dedicado a mis hijos, Ellen, Karl y Jens.
Mi mayor alegría es verlos seres humanos.
P rólogo
Le encantaba el sonido del tren. No sólo los ruidos de fondo, sino, sobre todo, el traqueteo rítmico que emitían los pesados vagones al deslizarse sobre las vías. Cerró los ojos y apoyó la oreja en la pared del compartimento; aquello intensificó el sonido del tren en marcha, y le pareció que ese sonido se le metía en la cabeza y se le extendía por todo el cuerpo.
El ritmo y los sonidos mecánicos del tren relajaron su cuerpo y calmaron su mente. Había probado tanto la meditación como la psicoterapia, y había conversado largo y tendido de forma regular con el psicólogo del instituto durante la etapa del bachillerato. El psicólogo era quien lo había introducido en el mundo del mindfulness , pero en realidad a él no le gustaba lo de sentir su cuerpo desde dentro, y tampoco le gustaba el silencio. Cuando hacía ejercicios de exploración corporal tumbado en la esterilla de yoga que su madre le había regalado por su cumpleaños, se pasaba el rato reprimiendo sus ganas de moverse o irse. Además, oír fluir la sangre por las venas y su palpitar en los oídos le resultaba inquietante. Pensar que toda su vida dependía de un cuerpo tan frágil, de cómo se contraían y expandían los músculos del corazón...
El latido del tren era muy distinto, era un sonido con el que podía dejarse llevar, un sonido que venía de fuera. Fantaseó con la idea de llenar un tren de pacientes psiquiátricos, pedirles que cerraran los ojos y se apoyaran en las paredes de plástico de los vagones. Y soñó con viajar de Copenhague a Aarhus rodeado de gente de todos los confines del país... incluso con la posibilidad de llegar hasta Aalborg. Lo dibujó en su cabeza como una especie de tren terapéutico. Si para los demás era tan positivo como para él, podría ahorrar miles de millones a la sociedad, y la empresa de ferrocarriles tendría clientes suficientes para los próximos años. El truco estaría en conseguir que la gente cerrara los ojos y se sumiera en el sonido. A él también le había costado, y mucho. Al principio necesitaba ir constantemente mirando el móvil o consultando el reloj. Sin embargo, todo cambió el día en que fue a visitar a su abuela Ana a Copenhague con el móvil descargado. En aquella ocasión experimentó realmente por primera vez el efecto del traqueteo del tren en su cuerpo. Y desde entonces, en cuanto se acomodaba en el asiento, ya notaba el efecto relajante. Lo único que tenía que hacer era acordarse de reservar un sitio al lado de la ventana para poder apoyar la cabeza en la pared.
Se miró las deportivas; se le había desatado un cordón. Prefería comprarse la ropa por Internet para evitar ir a las tiendas y estar entre todos aquellos desconocidos, pero su madre insistía en que los zapatos hay que comprarlos en la zapatería, porque hay que probarlos primero; por eso, casi nunca tenía zapatos nuevos. Su deportiva desgastada lo entristeció, o le recordó la tristeza que ya habitaba en él. Ir a visitar a la abuela siempre era una alegría, pero esta vez el destino del viaje no era su acogedor apartamento en el centro de la ciudad, sino la residencia de San Lucas, en Hellerup, donde llevaba ingresada algo menos de una semana. Era la primera vez que la visitaba allí. Llevaba todo el curso esperando el verano con ilusión, porque su abuela iba a jubilarse y, como él había terminado el instituto, habían planeado hacer un viaje por Europa los dos juntos.
Andrés tenía ganas de cambiar de aires y Ana quería enseñarle el mundo. Ella había viajado mucho a lo largo de su vida, tanto por turismo a lugares lejanos como por trabajo en calidad de jefa de investigación de MediStar, una empresa farmacéutica. Había estado en congresos en Nueva York, Tokio y Londres, y quería empezar su vida de jubilada con un largo viaje muy distinto con Andrés, en su amado tren, así que le había regalado un viaje Interrail por Europa. Un viaje de aprendizaje para ambos.
Pero justo entonces había caído enferma. Empezó con náuseas, sudores y pérdida de peso, pero durante mucho tiempo lo achacó al enorme estrés que le provocaba tener que cerrar todos sus proyectos laborales. Había decidido adelantar su jubilación porque el nuevo jefe de relaciones públicas prácticamente había destruido su ilusión por el trabajo al introducir un concepto de desarrollo empresarial importado de los Estados Unidos llamado SuperPerform; Andrés recordaba bien el nombre porque su abuela lo había mencionado muchísimas veces. Siempre con la voz cargada de desprecio. Ana decía que sonaba a producto para el cuidado del cabello. Para ella, SuperPerform había acabado con su grupo de investigación: habían despedido a gente con experiencia y habían traído a nuevos talentos procedentes de la Universidad Nacional de Singapur. Según Ana, trabajaban al menos 12 horas al día, pero nunca habían llegado a formar parte de la comunidad que ella había dedicado una década a construir. Fue duro despedirse de los compañeros de siempre e intentar lograr que los nuevos encajaran. Además, según había contado a Andrés, en aquel momento MediStar intentaba comercializar CreaLife, la píldora de la creatividad, que también había aparecido en las noticias: la empresa esperaba ganar muchos millones con una pastilla que mejoraría la creatividad de estudiantes de instituto y universidad, así como trabajadores de empresas. Este periodo fue tan extenuante para Ana que incluso le trajo de vuelta los antiguos síntomas de estrés... o eso había supuesto ella. Cuando finalmente se decidió a ir al médico, quedó claro enseguida que el verdadero diagnóstico era más grave. Cáncer de estómago. Ana insistió en que le dieran un pronóstico sin rodeos, y el médico le dijo que era cuestión de meses más que de años.
Andrés había estado mucho tiempo sin apenas ver a su abuela: Ana era su abuela por parte de padre, y Andrés había vivido sólo con su madre desde que tenía uso de razón, sin contacto alguno con su padre y con muy poco contacto con su familia paterna. Ana había estado muy ocupada con su carrera profesional, pero, de pronto, se presentó en la confirmación de Andrés con una gran montaña de libros y un abrecartas de plata para regalarle, y desde entonces habían estado en contacto regularmente. Muchos de los libros eran antiguos y algunos tenían las páginas sin cortar; por eso el regalo incluía el abrecartas. Ana le había repetido varias veces que leerse los libros o no era decisión suya, pero que a ella le encantaba la literatura y le gustaría mucho hablar de sus lecturas con él. Su libro favorito era Moby Dick . Ahora, cuatro años más tarde, Andrés se había leído aproximadamente una tercera parte de los libros. Entre ellos, Moby Dick , el de la ballena blanca. Desde la confirmación habían tenido más contacto; Andrés la visitaba en Copenhague, o hablaban por teléfono y Skype una vez a la semana por lo menos. Ana no tenía otros nietos, y para Andrés las conversaciones con la abuela habían llegado a ser casi tan relajantes como el viaje en tren. La relación entre ambos era de amistas, y en ocasiones él la llamaba Ana en lugar de abuela.