Los últimos días de Rabbit Hayes
Anna McPartlin
Traducción de Julia Osuna Aguilar
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE RABBIT HAYES
Anna McPartlin
Rabbit Hayes ama su vida, normal y corriente como es, y también ama a la gente extraordinaria que hace que esta vida sea aún mejor. Ama a su ingobernable y vital familia: a su hija Juliet y a Johnny Faye, ambos con un corazón de oro.
Pero el mundo parece tener otros planes para Rabbit, y ella lo aceptará sin más; porque Rabbit también tiene planes para el mundo, y solo tendrá unos cuantos días, los últimos de su vida, para hacer que estos sucedan.
Una cuenta atrás en la que encontraremos una verdad que no olvidaremos nunca. Una historia que nos hace sonreír ante las adversidades y las sorpresas que nos depara la vida, y que nos invita a encontrar la alegría en cada momento.
ACERCA DEL AUTOR
Anna McPartlin nació en Dublín e inició su carrera como escritora en 2006. Con cinco novelas a sus espaldas, entre las que destacan Somewhere Inside of Happy y Los últimos días de Rabbit Hayes , empezó a trabajar como monologuista. Vive en Wicklow (Irlanda) con su marido.
ACERCA DE LA OBRA
«El libro más bello que he leído en muchos años; compasivo, valiente, cálido, auténtico. Te eleva.»
Marian Keyes
«Qué libro más hermoso. Lloraba y sonreía a la vez.»
Jane Green
«Una prosa clara y elegante, unos personajes combativos y un diálogo chispeante.»
Susan Elliot Wright
«Una encantadora montaña rusa de emociones.»
Sunday Independent
«Compra una caja de pañuelos y sumérgete en esta novela maravillosa.»
Heat Magazine
Q ueridos lectores:
La inspiración para este libro la he encontrado en mi divertida y valiente madre, en un fantástico grupo de música y su trágica pérdida, en las familias que te apoyan y te quieren y en las amistades duraderas.
Se lo dedico a mis suegros, Terry y Don McPartlin, por su amor, su apoyo, su bondad, su afecto y su sabiduría. Y lo he escrito en memoria de una estrella del rock y de dos madres amorosas.
Espero que disfrutéis leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.
Con mis mejores deseos,
Anna McPartlin
El blog de Rabbit Hayes
1 de septiembre de 2009
DEFCON 1
Hoy me han diagnosticado cáncer de mama. Aunque tendría que estar aterrada, siento una extraña euforia. Evidentemente, no me alegra tener cáncer, ni que me vayan a quitar el pecho, pero me recuerda lo bien que vivo. Me encanta mi vida. Quiero a mi familia, a mis amigos, mi trabajo y, sobre todo, a mi pequeñaja. La vida es dura para todos pero yo soy de las que tienen suerte. Lo superaré.
Pienso saltarme el miedo, la rabia y la tristeza para poner todas mis energías en esta lucha. Tomaré todos los tratamientos que me recomienden. Comeré bien. Leeré, escucharé y aprenderé todo lo que pueda sobre el tema. Haré lo que haga falta. Lo superaré.
Soy madre de una niña fuerte, divertida, tierna y hermosa. Mi deber es estar siempre para ella. La cuidaré mientras crezca. La ayudaré durante los incómodos años de la adolescencia. Estaré con ella en cada arañazo y cada pelea. La ayudaré con las tareas, apoyaré sus sueños. Si se casa, la llevaré hasta el altar. Si tiene hijos, les haré de canguro. No pienso defraudarla. Voy a pelear, a pelear, pelear, y luego pelearé, pelearé y pelearé un poco más.
Soy una Hayes y prometo aquí y ahora, con hasta el último gramo de amor y fuerza de mi cuerpo, que lo superaré.
Primer día
Rabbit
F uera sonaba música pop, un niño chillaba risueño y un barbudo bailaba una jiga con un cartel que decía camina con jesús en las manos. Rabbit sentía la calidez del asiento de cuero contra la piel. El coche avanzó como parte de una corriente lenta y estable de tráfico que serpenteaba por la ciudad. Hace buen día , pensó Rabbit, que se sumió entonces en la modorra.
Su madre, Molly, apartó la vista de la carretera para mirarla y desplazó una mano del volante a la mantita que le cubría el cuerpo delgado y frágil para taparla mejor. Después le acarició la cabeza rapada casi al cero.
—No va a pasar nada, Rabbit —le susurró—. Ma lo arreglará todo.
Era un luminoso día de abril, y Mia Rabbit Hayes, de cuarenta años, la amada hija de Molly y Jack, hermana de Grace y Davey, madre de Juliet, de doce años, la mejor amiga de Marjorie Shaw y el único amor verdadero de Johnny Faye, iba camino de una clínica de cuidados paliativos para morir.
Al llegar a su destino, Molly detuvo el coche lentamente. Apagó el motor, echó el freno de mano y aguardó unos instantes, con la vista puesta en la puerta que llevaba a lo indeseado y lo desconocido. Su hija seguía dormida, y no quería despertarla porque, en cuanto lo hiciera, el terrible y breve futuro que las esperaba se convertiría en el presente. Pensó en seguir conduciendo pero no tenía adonde ir: estaba atrapada.
—Mierda —susurró y agarró con fuerza el volante—. Me cago en la mierda de mierda mierdosa en vinagre. Valiente puta mierda.
Molly tenía el corazón hecho añicos, no podía ser de otra forma ya, pero estaba desperdigando los trozos con cada «mierda» que le salía por la boca.
—¿Quieres seguir conduciendo? —le preguntó Rabbit, quien sin embargo seguía con los ojos cerrados cuando su madre la miró.
—No, solo quería cagarme en todo un rato.
—Buen trabajo.
—Gracias.
—Me ha gustado especialmente lo de «mierda mierdosa en vinagre».
—Me ha salido del alma —contestó.
—Yo la utilizaría a menudo —dijo Rabbit.
—¿Tú crees? —Fingió considerar la cuestión mientras volvía a poner la mano en la cabeza de su hija para acariciarla de nuevo.
Rabbit abrió los ojos lentamente.
—Estás obsesionada con mi cabeza.
—Es suave —musitó Molly.
—Pues venga, no te cortes, frótala otra vez a ver si te da suerte. —Rabbit volvió la vista hacia la puerta doble. Conque esto es , pensó.
Molly volvió a frotarle la cabeza pero su hija le apartó entonces la mano y la cogió entre las suyas. Se quedaron mirando los dedos entrelazados de ambas. Las manos de la hija parecían más viejas que las de la madre. Tenía la piel llena de escamas y fina como el papel, surcada de venas hinchadas y resaltadas, y sus antes tan hermosos dedos largos se le habían quedado tan delgados que parecían casi retorcidos. Los de la madre eran gruesos y suaves, con uñas cortas y pintadas con esmero, muy cuidadas.
—Ahora o nunca —dijo Rabbit.
—Voy a por una silla de ruedas.
—Ni se te ocurra.
—Imposible.
—Ma.
—Imposible.
—Ma, pienso entrar andando.
—Rabbit Hayes, tienes la pierna rota, puñetas. No vas a entrar andando.
—Tengo un bastón y te tengo a ti, así que voy a entrar andando.
Molly soltó un suspiro hondo.
—Vale, tú verás. Como te caigas, juro por Dios que…
—¿Me matas? —Rabbit sonrió socarrona.
—No tiene gracia.
—¿Ni un poquito?
—Ni puta gracia —respondió Molly.
Rabbit tuvo que reírse: las palabrotas de su madre disgustaban a muchos, pero a ella le parecían entretenidas, familiares y reconfortantes. Era una persona buena, generosa, divertida, pícara, lista, fuerte e increíble. Habría sido capaz de ponerse delante de una bala para proteger a un inocente, y nadie, ni el más alto, ni el más fuerte ni el más valiente se metía con Molly Hayes. No aguantaba tonterías de nadie y le importaba un huevo agradar a la gente. Si no te caía bien Molly Hayes, podían darte por culo. Su madre bajó del coche y, después de sacar de atrás el bastón, abrió la puerta del acompañante y ayudó a su hija a ponerse en pie. Rabbit enfiló por las puertas dobles y, con la ayuda de su madre y el bastón, llegó a paso lento y estable hasta la recepción. Si puedo entrar por mi propio pie, tal vez pueda salir por mi propio pie. Quién sabe…
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