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Maria V. Snyder - Magic

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Maria V. Snyder Magic

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Magic

Maria V. Snyder

ISBN: 978-8490102510

Argumento

Lealtad, intriga y magia… Hasta ahora, he conseguido sobrevivir. Podríais pensar que después de que me secuestraran cuando era una niña, de pasar recluida mi adolescencia y de que me soltaran para convertirme en catadora de venenos, ya habría soportado bastantes cosas. Pero no. El descubrimiento de mis capacidades mágicas, poderes prohibidos en Ixia, ha desembocado en una orden de ejecución. Mi única opción es huir a Sitia, donde nací. Sin embargo, Sitia es un lugar desconocido y me tratan como al enemigo, incluso mi propio hermano. Además, no puedo controlar mis poderes. Quiero aprenderlo todo sobre mi magia, pero no hay tiempo. Ha aparecido un mago deshonesto y yo soy su siguiente víctima. ¿Mis capacidades mágicas me salvarán… o serán mi ruina?

Capítulo 1

—Hemos llegado —dijo Irys.

Yo miré a mi alrededor. La selva estaba repleta de vida. Había matorrales exuberantes que nos cortaban el paso y lianas que colgaban de los árboles. Se oía constantemente el trino de los pájaros, y unas pequeñas criaturas peludas, que nos habían seguido durante todo el camino, nos miraban desde sus escondites, detrás de enormes hojas.

—¿Dónde? —pregunté, mirando a las otras tres chicas.

Se encogieron de hombros al mismo tiempo, igualmente confusas.

Sus vestidos finos de algodón estaban empapados en sudor a causa de la pesada humedad del aire. También yo tenía los pantalones negros y la camisa blanca que llevaba pegados a la piel. Estábamos cansadas de cargar con nuestras mochilas por los senderos de la selva, y molestas por las innumerables picaduras de insectos.

—Hemos llegado al hogar de los Zaltana —dijo Irys—. Muy posiblemente, a tu hogar.

Yo miré a todas partes y en ninguna vi nada que pudiera parecer un poblado. Durante el transcurso de nuestro viaje hacia el sur, siempre que Irys nos había avisado de que llegábamos a uno de nuestros destinos, normalmente nos encontrábamos en mitad de una aldea o un pueblo, con casas de madera, de ladrillo o de piedra, rodeados de campos y granjas.

Sus habitantes, vestidos con alegres colores, nos daban la bienvenida, nos daban de comer y escuchaban nuestra historia. Después, ciertas familias eran avisadas con gran apresuramiento, y en un torbellino de balbuceos y excitación, uno de los niños de nuestro grupo, que había vivido en un orfanato en el norte, se reuniría con su familia, una familia de la que nada había sabido hasta aquel momento.

—¿Su hogar? —pregunté.

Irys suspiró.

—Yelena, las apariencias pueden ser engañosas.

—Busca en tu mente, no con tus sentidos —le dijo.

Yo froté con las manos la madera de mi cayado, concentrándome en la suavidad de la superficie. Vacié mi mente y los ruidos de la selva se disiparon mientras yo aguzaba mi capacidad mental. Con mi visión mental, me deslicé entre los arbustos con una serpiente, buscando un poco de sol. Después subí por las ramas de los árboles como un animal de largos miembros, con tanta facilidad que parecía que estábamos volando.

Después, arriba, me mezcle con gente que había en las copas de los árboles. Sus mentes estaban abiertas y relajadas. Estaban decidiendo qué iban a cenar y hablando de las noticias de la ciudad. Sin embargo, una mente se preocupaba por los sonidos que provenían de abajo. Algo no marchaba bien. Allí había alguien extraño. Un posible peligro. «¿Quién está en mi mente?».

Entonces, volví. Irys me estaba mirando fijamente.

—¿Viven en los árboles? —le pregunté.

Ella asintió.

—Pero, recuerda, Yelena; sólo porque la mente de alguien sea receptiva y admita tu entrada, no debes penetrar en sus pensamientos más profundos. Eso sería romper nuestro Código Ético.

Sus palabras tenían un tono áspero, el de una maga profesora que reprendía a su pupila.

—Lo siento —dije.

Ella sacudió la cabeza.

—Olvido que aún estás aprendiendo. Tenemos que llegar a Citadel cuanto antes y comenzar tu instrucción, pero me temo que esta parada durará un tiempo.

—¿Por qué?

—No puedo dejarte con tu familia aquí, tal y como hice con los otros niños, y sería muy cruel llevarte demasiado pronto.

Justo entonces, una voz potente dijo desde arriba:

—Venettaden.

Irys alzó el brazo y murmuró algo, pero a mí se me congelaron los músculos antes de que pudiera repeler la magia que nos había envuelto. No podía moverme. Después de un instante de pánico, calmé mi mente. Intenté erigir un muro mental de defensa, pero la magia que me había atrapado derribaba los ladrillos con tanta rapidez como yo los amontonaba.

Sin embargo, a Irys no la había afectado.

—Somos amigas de los Zaltana. Soy Irys, del clan de los Jewelrose, Cuarta Maga del Consejo.

Otra voz extraña salió de entre los árboles. Mientras la magia me liberaba, me temblaban las piernas, y me dejé caer al suelo para esperar a que pasara el mareo. Las gemelas, Gracena y Nickeely, se derrumbaron juntas, gimoteando. May se frotó las piernas.

—¿Para qué has venido, Irys Jewelrose? —le preguntó la voz.

—Creo que he encontrado a vuestra hija perdida —respondió ella.

Una escalera de cuerda descendió hasta nosotras desde la copa del árbol.

—Vamos, chicas —dijo Irys—. Toma, Yelena, sujeta el final de la escalera mientras nosotras subimos.

Tuve un pensamiento mezquino, preguntándome quién sujetaría la escalera cuando yo tuviera que subir. La voz molesta de Irys me reprendió mentalmente.

«Yelena, tú no tendrás problema para subir a los árboles. A lo mejor debería pedirles que retiren la escalera cuando te llegue el momento de subir, porque quizá prefieras usar el garfio y la cuerda».

Por supuesto, Irys tenía razón. Yo me había escondido en los árboles de mis enemigos de Ixia, sin la ayuda de una escalera. E, incluso en aquellos días, disfrutaba de un buen paseo por las copas de los árboles, lo cual mantenía mi destreza a punto.

Irys me sonrió.

«Quizá lo lleves en la sangre».

Se me encogió el estómago al recordar a Mogkan. Él había dicho que yo tenía la maldición de la sangre de los Zaltana. Yo no tenía motivos para confiar en aquel mago, que ya estaba muerto, y había estado evitando hacerle preguntas sobre los Zaltana a Irys para no hacerme ilusiones sobre el hecho de formar parte de una familia. Yo sabía que, incluso mientras agonizaba, Mogkan habría sido capaz de intentar algún truco despreciable.

Mogkan y el hijo del general Brazell, Reyad, me habían secuestrado junto a otros treinta niños de Sitia.

Con una media de dos niños al año, habían llevado a los niños y a las niñas al territorio de Ixia, al norte, al orfanato del general Brazell, para usarlos en sus malvados planes. Todos los niños tenían el potencial de convertirse en magos, porque habían nacido en familias con una gran magia.

Irys me había explicado que los poderes mágicos eran un regalo, y que de cada clan sólo salían unos cuantos magos.

—Claro que, cuantos más magos haya en una familia —había dicho Irys—, más oportunidad hay de que nazcan más en la próxima generación. Mogkan se había arriesgado al secuestrar a niños tan pequeños; los poderes mágicos sólo se manifiestan en la madurez de una persona.

—¿Y por qué había más niñas que niños? —le pregunté yo.

—Sólo un treinta por ciento de nuestros magos son varones, y Bain Bloodgood es el único que ha alcanzado el estatus de maestro.

Mientras yo sujetaba la escalera de cuerda que colgaba de la cubierta de vegetación, me pregunté cuántos Zaltana serían magos. Por encima de mí, las tres muchachas se sujetaron los bajos del vestido en los cinturones. Irys ayudó a May a subir al primer escalón de cuerda, y después, Gracena y Nickeely la siguieron.

Cuando habíamos cruzado la frontera de Sitia, las chicas no habían titubeado a la hora de cambiar sus uniformes del norte por los vestidos de colores brillantes que llevaban las mujeres del sur. Los chicos habían cambiado sus uniformes por túnicas y pantalones sencillos, de algodón. Yo, sin embargo, había seguido llevando mi uniforme de catadora de comida hasta que la humedad me había obligado a comprar unos pantalones masculinos y una camisa.

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