sekundiere der Welt.
ponte de parte del mundo.
Schwarze Milch der Frühe wir trinken sie abends
wir trinken sie mittags und morgens wir trinken sie nachts
wir trinken und trinken.
Leche negra del alba la bebemos de tarde
la bebemos temprano y en medio del día la bebemos de noche
bebemos bebemos.
PAUL CELAN, 1944
(traducción de José Aníbal Campos)
Cada hombre tiene un nombre
dado por las estrellas
dado por sus vecinos.
ZELDA MISHKOVSKI, 1974
Prólogo
En el distrito de moda en Viena, el sexto, la historia del Holocausto está en las aceras. Delante de los edificios donde en su día vivieron y trabajaron judíos, acomodadas entre los adoquines que en su día tuvieron que fregar con las manos desnudas esos judíos, yacen pequeñas placas de metal cuadradas, con nombres, fechas de deportación y lugares de muerte.
En la mente de un adulto, las palabras y los números conectan el presente y el pasado.
La visión de un niño es distinta. Un niño parte de las cosas.
Un niño que vive en el distrito sexto observa cómo, día tras día, por la acera de enfrente de su calle, avanza una cuadrilla de obreros, edificio tras edificio. Mira cómo levantan la acera, igual que lo harían para arreglar una tubería o instalar algún cable. Una mañana, mientras espera el autobús del colegio, ve a los hombres, hoy justo al otro lado de la calle, echar a paladas y apisonar el humeante asfalto negro. Las placas conmemorativas aparecen como objetos misteriosos en manos enguantadas y reflejan un destello de sol pálido.
«Was machen sie da, Papa?» «¿Qué hacen, papá?» El padre del niño se queda callado. Mira hacia la calle en busca del autobús. Duda, empieza una respuesta: «Sie bauen…». «Construyen…» Se detiene. No es fácil. Entonces llega el autobús, que les tapa la vista, y con un resuello de aire y gasolina abre una puerta automática a otro día corriente.
Setenta y cinco años antes, en marzo de 1938, en las calles de toda Viena, había judíos limpiando la palabra «Austria» del suelo, borrando un país que dejaba de existir con la llegada de Hitler y sus ejércitos. Hoy, en esos mismos adoquines, los nombres de esos mismos judíos son un reproche para una restaurada Austria que, como la propia Europa, sigue sin estar segura de su pasado.
¿Por qué fueron perseguidos los judíos de Viena a la vez que Austria era borrada del mapa? ¿Por qué se les envió a morir asesinados en Bielorrusia, a mil kilómetros de distancia, cuando ya existía un odio patente a los judíos en la misma Austria? ¿Cómo pudo un pueblo asentado en una ciudad (un país, un continente) ver cómo de pronto se ponía un violento fin a su historia? ¿Por qué los desconocidos matan a los desconocidos? ¿Y por qué los vecinos matan a sus vecinos?
En Viena, igual que, por lo general, en las grandes ciudades de la Europa central y occidental, los judíos tenían un papel destacado en la vida urbana. En las tierras al norte, al sur y al este de Viena, en la Europa oriental, multitud de judíos llevaban más de cinco siglos habitando de forma ininterrumpida sus pueblos y ciudades. Y entonces, en menos de cinco años, más de cinco millones fueron asesinados.
Aquí la intuición nos falla. Acertamos al asociar el Holocausto con la ideología nazi, pero olvidamos que muchos de los asesinos no eran nazis o ni siquiera alemanes. Pensamos ante todo en los judíos alemanes, a pesar de que casi todos los judíos asesinados en el Holocausto vivían fuera de Alemania. Pensamos en campos de concentración, aunque pocos de los judíos asesinados llegaron a ver uno. Acusamos al Estado, aunque el asesinato sólo fuera posible una vez destruidas sus instituciones. Culpamos a la ciencia, y al hacerlo refrendamos un elemento importante de la cosmovisión de Hitler. Acusamos a las naciones y nos permitimos las simplificaciones que emplearon los propios nazis.
Recordamos a las víctimas, pero tendemos a confundir conmemoración con comprensión. El monumento conmemorativo del distrito sexto de Viena se llama Recordar para el futuro. ¿Deberíamos confiar, ahora que el Holocausto ha quedado atrás, en que un futuro reconocible nos espera? Compartimos el mundo tanto con los criminales olvidados como con las víctimas conmemoradas. El mundo está cambiando; renacen miedos muy conocidos en la época de Hitler y a los que Hitler dio respuesta. La historia del Holocausto no se ha acabado. Su precedente es eterno y la lección aún no se ha aprendido.
Una explicación didáctica de la masacre de los judíos de Europa debe ser planetaria, porque el pensamiento de Hitler era ecológico: veía a los judíos como una herida de la naturaleza. Una historia así debe ser colonial, ya que Hitler deseaba guerras de exterminio en las tierras vecinas donde habitaran judíos. Debe ser internacional, puesto que no fueron sólo los alemanes los que asesinaron a judíos y no ocurrió sólo en Alemania, sino también en otros países. Debe ser cronológica, en el sentido de que al ascenso al poder de Hitler en Alemania, que es sólo una parte de la historia, le siguió la conquista de Austria, Checoslovaquia y Polonia, acontecimientos que reformularon la Solución Final. Debe ser política, en sentido específico, ya que la destrucción alemana de los Estados vecinos creó zonas donde, en particular en la Unión Soviética ocupada, pudieron inventarse técnicas de aniquilación. Debe ser multifocal, y proporcionar nuevas perspectivas más allá de las de los propios nazis, emplear fuentes de todos los bandos, judíos y no judíos, y de todas las zonas de la masacre. No se trata sólo de una cuestión de justicia, sino de comprensión. Un dictamen así también debe ser humano: debe registrar tanto el intento por sobrevivir como el intento por asesinar, describir tanto a los judíos que trataban de vivir como a los pocos no judíos que intentaban ayudarlos, aceptar la complejidad innata e irreductible de los individuos y las relaciones.