PRÓLOGO
Echó un vistazo a su reloj.
2: p. m. .
El timbre de la escuela sonaría en menos de un minuto.
Ashley vivía a solo doce cuadras de la escuela secundaria, algo más de un kilómetro, y casi siempre hacía el trayecto sola. Esa era su única preocupación —que hoy fuera una de las raras ocasiones en que ella tuviera compañía.
Faltando cinco minutos para la salida de la escuela, la divisó, y su corazón se desanimó al verla caminar junto a otras dos chicas a lo largo de Main Street. Pararon en una intersección y conversaron. Así no serviría. Ellas tenían que dejarla. Tenían que hacerlo.
Sintió que la ansiedad crecía en su estómago. Se suponía que este sería el día.
Sentado en el asiento delantero de su van, trató de controlar lo que a él le gustaba llamar su yo original. Era su yo original el que surgía cuando estaba haciendo sus experimentos especiales con los especímenes allá en casa. Era su yo original el que le permitía ignorar los gritos y las súplicas de esos especímenes para poder enfocarse en su importante trabajo.
Tenía que mantener bien oculto su yo original. Se recordó a sí mismo que debía llamarlas chicas y no especímenes. Se recordó a sí mismo que debía usar nombres propios como “Ashley”. Se recordó a sí mismo que para otras personas él lucía completamente normal, y que si actuaba de esa manera, nadie podría decir qué se ocultaba en su corazón.
Lo había estado haciendo por años, actuar de forma normal. Algunas personas incluso le consideraban afable. Eso le gustaba. Significaba que era un gran actor. Y al actuar de forma normal casi todo el tiempo, de alguna manera se había labrado una vida, una que algunos podrían incluso envidiar. Podía ocultarse a plena vista.
Con todo, ahora mismo podía sentirlo explotar dentro de su pecho, suplicando que lo dejara salir. El deseo le estaba restando fuerzas —tenía que controlarlo.
Cerró sus ojos y respiró profundamente varias veces, tratando de recordar las instrucciones. Con la última respiración, inhaló durante cinco segundos para después exhalar lentamente, dejando que el sonido que había aprendido saliera de su boca lentamente.
—Ohhhmmm…
Abrió sus ojos y sintió una oleada de alivio. Las dos amigas habían girado hacia el oeste por la Avenida Clubhouse, hacia el agua. Ashley continuó sola hacia el sur por Main Street, cerca del parque canino.
Había tardes en las que ella vagaba por allí, mirando a los perros correr tras las pelotas de tenis, por el terreno cubierto de astillas de madera. Pero no hoy. Hoy, ella caminaba con un propósito, como si tuviera que estar en algún lugar.
Si ella hubiera sabido lo que venía, no se hubiera molestado en ir.
Ese pensamiento le hizo reír.
Él siempre había pensado que ella era atractiva. Admiró de nuevo su cuerpo de surfista, esbelto y atlético, mientras poco a poco se acercaba hacia ella, viniendo por detrás a lo largo de la calle, pendiente de dejar que pasara la alegre cabalgata de estudiantes. Llevaba una falda rosada que le llegaba justo por encima de las rodillas y un top azul brillante que se amoldaba a su figura.
Hizo entonces su entrada.
Una tibia serenidad le invadió. Encendió el poco convencional cigarrillo electrónico que se hallaba colocado en la consola central de la van y pisó con suavidad el acelerador.
Se movió hasta colocar la van al lado de ella y la llamó por la ventana abierta junto al asiento del pasajero.
—Hey.
Al principio lució sorprendida. Con el rabillo del ojo miró hacia el interior del vehículo, pero sin poder decir de quién se trataba.
—Soy yo —dijo él como si tal cosa. Detuvo la van, se inclinó, y abrió la portezuela del pasajero para que ella pudiera ver quién era.
Ella se inclinó un poco para tener una mejor vista. Al cabo de un instante, él vio en el rostro de ella que le había reconocido.
—Ah, hola. Lo siento —se disculpó.
—No hay problema —le aseguró él, antes de aspirar largamente.
Ella miró con más detenimiento el objeto que él tenía en la mano.
—Nunca antes había visto uno así.
—¿Quieres probarlo? —preguntó él obsequioso, de la manera más casual que pudo.
Ella asintió y se acercó, inclinándose hacia dentro. Él se inclinó a su vez, como si fuera a quitárselo de la boca para dárselo a ella. Pero cuando ella estaba a un metro de distancia, él pulsó un botón del aparato, lo que causó que un pequeño broche se abriera, y esparciera una sustancia química en el rostro de ella, en forma de pequeña nube. En ese momento, él se colocó una máscara delante de su nariz, para no aspirar la sustancia.
Fue tan sutil y silencioso que Ashley ni siquiera lo notó. Antes de que pudiera reaccionar, sus ojos comenzaron a cerrarse, y su cuerpo a desplomarse.
Ella ya estaba cayendo hacia delante, perdiendo la conciencia, y todo lo que él tuvo que hacer fue estirarse e introducirla en el asiento del pasajero. Para el observador casual, podría incluso verse como si ella hubiera subido voluntariamente.
Su corazón golpeaba con fuerza pero se obligó a guardar la calma. No había marcha atrás.
Pasó el brazo por encima del espécimen, haló la puerta de pasajeros para cerrarla, y aseguró el cinturón de seguridad de ella y el suyo. Finalmente, se permitió respirar una sola vez, lenta y profundamente.