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Ricardo Romero - Historia de Roque Rey

Aquí puedes leer online Ricardo Romero - Historia de Roque Rey texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Eterna Cadencia, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ricardo Romero Historia de Roque Rey

Historia de Roque Rey: resumen, descripción y anotación

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El día que su tío Pedro murió, Roque se puso a pedido de su tía los zapatos nuevos del tío, con algodones en las puntas para que no le bailaran los pies, y salió a caminar, para ablandarlos nomás. Ese día comenzó su propia peregrinació, ya no recorriendo iglesias con su tía para expiar una culpa piadosa, sino por un camino que lo llevaría del baile y la música al amor, del amor al abismo y del abismo a la intemperie, en la que por fin podrá dejar los zapatos de los demás para caminar sin intermediarios.

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HISTORIA DE ROQUE REY

RICARDO ROMERO






2014 Ricardo Romero 2014 ETERNA CADENCIA EDITORA SRL Primera edición - photo 1

© 2014, Ricardo Romero

© 2014, ETERNA CADENCIA EDITORA S.R.L.

Primera edición: junio de 2014

Primera edición digital: enero de 2016

Publicado por ETERNA CADENCIA EDITORA

Honduras 5582 (C1414BND) Buenos Aires

editorial@eternacadencia.com

www.eternacadencia.com

www.facebook.com/eternacadencia

twitter.com/eternacadencia

blog.eternacadencia.com.ar

eISBN 978-987-712-092-9

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sea mecánico o electrónico, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Historia de Roque Rey - image 2

RICARDO ROMERO

Historia de Roque Rey

El día que su tío Pedro murió, Roque se puso a pedido de su tía los zapatos nuevos del tío, con algodones en las puntas para que no le bailaran los pies, y salió a caminar, para ablandarlos nomás. Ese día comenzó su propia peregrinación, ya no recorriendo iglesias con su tía para expiar una culpa piadosa, sino por un camino que lo llevaría del baile y la música al amor, del amor al abismo y del abismo a la intemperie, en la que por fin podrá dejar los zapatos de los demás para caminar sin intermediarios.

Un sacerdote parricida, un grupo de música tropical que lo adopta como su bailarín estrella, una niña superdotada, los cientos de muertos que le prestaron sus zapatos y le revelaron su derrotero. El viaje del interior a la ciudad, la muerte de Perón, un oscuro trabajo en la Morgue Judicial durante la dictadura, la vuelta a la democracia, el 2001. Cuarenta años de un país en la piel de esos personajes que no protagonizan la historia pero la viven.

Una novela signada por el irrefrenable impulso al abandono y por los fantasmas, los del pasado y los del futuro. Cuando ya es tarde para volver, solo queda alejarse lo más posible, hasta el extremo del mundo, sostiene el narrador, y hacia allí lleva su escritura Ricardo Romero, pero el mundo, bajo su mirada, es demasiado grande y demasiado pequeño al mismo tiempo, y tal vez por eso tan fascinante y tan conmovedor.

A mis padres y a mi hermano,
una peregrinación más juntos.

A Victoria,
que le da sentido a todo camino,
a toda danza, a todo.






Y pensaba, como en una fábula antigua, que un hombre que caminara siempre hacia Occidente hasta el fin del mundo, se encontraría con algo, un árbol por ejemplo, que fuera más o menos que un simple árbol, un árbol poseído por un espíritu; y, si caminara siempre hacia el Oriente hasta el fin del mundo, se encontraría con algo que no fuera íntegramente igual a sí mismo, como por ejemplo una torre cuya sola arquitectura fuera malvada.

El hombre que fue Jueves,
GILBERT K. CHESTERTON

EL ÁRBOL, LA TORRE

Mueve los dedos de los pies. Dedos largos, torcidos, de uñas gruesas. Los mueve sobre la arena sucia, disfrutando la sensación fresca del tacto, la brisa de la tarde que viene del río y le hace cosquillas en la piel endurecida. Mueve los dedos de los pies pero no se los mira. Lo que mira, con aprensión, amor, alivio y tristeza, son los zapatos que ha dejado a un costado. Son zapatos negros y viejos, de punta redonda, agrietados por el uso pero cuidados por un lustre diario. Roque Rey mira los zapatos y no está seguro de lo que tiene que pensar, qué podría decir en un momento así. Porque el problema es que el hombre en que se ha convertido sabe que los momentos así no existen.

Roque Rey es un hombre de cuarenta y tantos años, alto y rubión, que sabe que hay momentos que no existen pero que sabe, también, que hay decisiones que solo pueden tomarse en esos momentos. Es un hombre de movimientos pausados y seguros, que se viste con ropas claras, limpias y sin encanto, y que acaba de sacarse los zapatos. El cuidado, la delicadeza con la que los ha apoyado sobre la raíz retorcida del sauce que le da sombra, indica que ese par de zapatos no es un par de zapatos cualquiera. Y tampoco el acto. Los zapatos son únicos y lo es, también, este sacárselos. Roque Rey mira los zapatos y contempla el acto. Mueve los pies y los ignora. En la orilla, la lancha espera a que se decida. Roque Rey sabe que la lancha está ahí, a sus espaldas, puede sentir un suave chapoteo, pero mientras mira los zapatos intenta quedarse del otro lado. Es decir, de este lado: la lancha se va y él la despide. Pero la lancha no podrá irse sola, alguien tendrá que tripularla, y ese alguien es él. Roque suspira y se prepara para subir a una lancha en una tarde de primavera sin saber que repite un gesto, que instaura la simetría filial, pero lo hace como si lo supiera. No hay misterio en eso. No hay misterio en la tarde, en el paisaje soleado del río Paraná, en la lancha heredada, en la caña, en el salvavidas y el ancla, en las morenas que se agitan amontonadas en un gran balde con agua; no hay misterio en la caja con anzuelos, en la heladera portátil llena de fruta, varias botellas de agua y varias de whisky, en el bolso con ropa donde reposa el ya ominoso traje turquesa, en los bidones de nafta. En el único lugar donde el misterio tiene lugar, es en los zapatos que ha dejado apoyados sobre la raíz del sauce, las puntas redondas y gastadas buscando, apuntando al cielo.

Pero Roque Rey ya no los mira. Les ha vuelto la espalda y ahora mira todo lo demás, contabiliza las cosas que llevará, para no contabilizar las que no llevará. Ahora quisiera que los zapatos se fueran, que aprovecharan que está de espaldas y partieran, pero es el mismo problema que con la lancha. Alguien tiene que conducirlos. Roque Rey vuelve a suspirar, evita pensar que no es cierto que es el mismo problema, y para hacer tiempo mira el horizonte, la trama luminosa del cielo, el refilón verde y oscuro de las islas que, aunque desde ahí parece cerrado, él sabe que esconde caminos, brazos y riachos; arroyos lentos bajo la sombra de los árboles que se inclinan. Mira el horizonte y hace tiempo. Pero el tiempo se le deshace enseguida y a él no le queda otra que reaccionar. Se vuelve sobre los zapatos, levanta uno y lo huele. Huele su cuero ajado, sus costuras resistentes, porque la resistencia tiene su propio olor. Después hace lo mismo con el otro. Si tuviera que describir el olor que siente no sabría hacerlo. Sería como describir el suyo propio. Hace más de treinta años que usa esos zapatos que no le pertenecen. Hace más de treinta años que habla con ellos, sobre todo en los últimos, desde que llegó a Diamante y se convirtió en un habitante más de la ciudad, predecible y puntual en sus paseos al atardecer. La relación que los une no siempre fue así, y si bien hace más de veinte años que los lustra todos los días, que los lustra y les cuenta secretos y miedos, los primeros diez fueron distintos. Los usó, sí, pero con la negligencia de quien no sabe todavía que las cosas y los hombres envejecen. Pero después vinieron los zapatos de los muertos y aprendió eso y algunas cosas más, como por ejemplo que la muerte no necesariamente mata del todo. Y por eso ahora, al olerlos, al percibir el calor de sus pies que late todavía en el interior de los zapatos, Roque Rey, como una serpiente que cambia la piel, abandona en ellos la posibilidad de desgastarse, de ostentar olor, de ser artífice de recuerdos futuros. De morir convencionalmente, en fin. Deja un zapato junto al otro. Medita y los intercambia, el derecho en el lugar del izquierdo y el izquierdo en el lugar del derecho, las puntas abiertas. Les da la posibilidad de separarse, de que cada uno siga su camino. Suspira por tercera vez y camina hacia la orilla. Se arremanga los pantalones, mete los pies en el agua y empuja la lancha. No es la primera vez que lo hace, aunque sí es la primera vez que lo hace solo. Sin embargo, no es eso lo que distingue la oportunidad. Lo que la distingue es que hay algo definitivo. Roque Rey, cuando suba a la lancha y prenda el motor, enfilando hacia esa línea de verdores chatos que a esta hora ennegrecen, lo hará para no volver. Pero eso tampoco es algo nuevo. Él nunca ha vuelto a ninguna parte. Lo nuevo, entonces, está en que esta vez lo hace descalzo.

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