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Olivia Kiss - Seduciendo al canalla

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Olivia Kiss Seduciendo al canalla

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Seduciendo al canalla

Serie Seduciendo #3

Sinopsis

Sebastian Cook ha conseguido todo lo que tiene a base de trabajo duro y sacrificio, así que se prometió que jamás caería en las redes de una de esas damas de la alta sociedad para las que durante años fue invisible. Ahora, siendo rico, poderoso y atractivo, es famoso en Londres por sus escarceos amorosos y por dirigir junto a su socio uno de los clubs de juego más conocidos. Por eso cuando Daphne Smith irrumpe en su local con una propuesta de lo más escandalosa, él no duda en intentar deshacerse de ella lo más rápido posible. En primer lugar, porque es una solterona y no quiere verse metido en ningún lío. En segundo lugar, porque la chica resulta ser más interesante y avispada de lo esperado. Y, en tercer lugar, porque presiente que si la deja entrar en su vida podría terminar siendo su perdición. Pero ¿cómo librarse de esa joven que parece destinada a cruzarse en su camino?

En teoría, Sebastian debería estar acostumbrado a ver a su mejor amigo en un entorno tan familiar, pero inexplicablemente seguía sorprendiéndose cada vez que ponía un pie en casa de los Gallard. Como esa noche, cuando lo habían invitado a cenar. Nada más entrar en la mansión, había notado el calor de la chimenea encendida, la decoración elegida con mimo y no comprada al azar y, por supuesto, la presencia de su mejor amigo a un lado del salón, cogiendo en brazos a su hija pequeña para entregársela a la niñera.

Se excusó con una sonrisa al girarse hacia él.

—Perdona, Susie ha estado con fiebre toda la semana. —Se pasó una mano por el pelo y tomó aire con gesto abatido—. Parece que ya está mejor, gracias a Dios.

—Tú tampoco tienes muy buen aspecto.

—Qué halagador —bromeó Jack.

—¿Duermes bien? Mejor dicho: ¿duermes?

—Lo cierto es que no mucho. —Su amigo se dirigió hacia el mueble, lo abrió y sacó una botella de coñac y dos vasos—. A Sophie le cuesta dejar a cargo a Susie con la niñera cuando está enferma. Bueno, si he de ser sincero, nos cuesta a los dos —admitió.

—¿Quién iba a decir que serías el padre del año?

—Qué gracioso. Toma. Bebe y calla.

Pero cuando Jack lo miró, sonrió. Luego chocó su copa con la de él, alzó una ceja y ambos se bebieron el líquido de un solo trago antes de que el primero sirviese más.

Se conocían desde que eran niños. Habían crecido juntos en las calles y la única persona por la que Sebastian estaba dispuesto a poner la mano en el fuego era sin duda Jack. Incluso a pesar de que éste hubiese cambiado tanto en los últimos años: antes era conocido como un diablo que arrasaba con todo a su paso, ahora era un esposo devoto y un padre a tiempo completo, aunque siguiese siendo socio del club que regentaban los dos. Un cambio semejante solo podía ser fruto del amor, de eso Sebastian estaba seguro, aunque, por suerte para él, nunca había vivido ese sentimiento en sus propias carnes. Sin embargo, no por ello cerraba los ojos ante lo que, al parecer, podía llegar a causar en alguna gente.

Como en su amigo. ¿Quién lo iba a decir?

Nadie, desde luego. Había sido impredecible.

Pese a sus reservas iniciales, Sebastian debía admitir que el matrimonio de Jack con Sophie parecía haber sido bueno en todos los aspectos. Aunque eso no significaba que él desease sufrir el mismo destino. Para nada. En absoluto. De hecho, Sebastian solo tenía una cosa clara: jamás se casaría. Ni siquiera por todo el oro, el prestigio o el poder del mundo. Omitiendo esa idea, él estaba abierto en todo lo que el destino quisiese depararle.

Cuando Sophie Gallard bajó al salón, él la saludó con cariño.

—Me comentaba Jack que no dormís demasiado.

—Así es. —Ella se sentó enfrente de la mesa y los dos la acompañaron tras permitir que ella se acomodase antes—. Ya lo entenderás el día que seas padre.

—Ah, me temo que eso nunca ocurrirá. —Sebastian sonrió mientras una de las criadas le servía una buena porción de patatas con salsa—. Gracias, es suficiente.

—¿Por qué estás tan seguro? —insistió Sophie.

Él se limitó a resoplar por lo bajo antes de pinchar con el tenedor algunas patatas y llevárselas a la boca. Las degustó sin prisa. Y no la tenía porque había hablado de lo mismo con la esposa de su mejor amigo desde que éste se había decidido a casarse con ella. En resumen: Sophie siempre sacaba a relucir las ventajas del matrimonio y él, en cambio, le recordaba todos los contras. Se enzarzaban en una discusión larga en la que ninguno daba su brazo a torcer, hasta el punto de que en ocasiones Jack se servía una copa, cogía un libro y leía un rato en un sillón del salón mientras ellos dos seguían a lo suyo.

—¿De verdad tengo que responder a eso, mi querida Sophie?

—Sabes que sí —lo instó ella alzando la barbilla.

—Oh, no, otra vez no… —suspiró Jack.

—Estoy seguro porque la idea del matrimonio me produce urticaria. Ya lo sabes. Y no querrás que me salgan manchas rojizas por toda la piel, ¿verdad? Es desagradable. Prefiero seguir viviendo tranquilo. Créeme, no me falta de nada: tengo mujeres, dinero y poder.

—Me temo que te falta lo más importante.

—¿Un nuevo carruaje? —bromeó Sebastian.

—El amor —replicó ella airada. Aunque conocía al mejor amigo de su marido desde hacía casi dos años y sabía perfectamente cómo era su carácter jocoso, no podía evitar la tentación de debatir con él aquel asunto. Ella pensaba que, más allá de su atractivo aspecto físico, Sebastian debía tener un corazón sensible en algún lugar. Y creía en ello porque, para empezar, le había salvado la vida a su esposo cuando los dos eran unos niños y malvivían en las calles de Londres como buenamente podían. Por eso estaba convencida de que, tras esa fachada de ironía, se escondía un hombre que merecía ser amado y que tenía mucho que dar.

—El amor es un invento de las mujeres.

—Hermano, frena ahí —lo cortó Jack.

Sebastian puso los ojos en blanco antes de echarse a reír y seguir cenando. Pasados unos minutos de silencio, señaló con el cubierto a Sophie y suspiró hondo.

—Venga, enumérame las nuevas ventajas sobre el matrimonio que se te hayan ocurrido. Y no vale repetir lo mismo que el mes pasado, eso de tener una cama caliente, porque, querida, ya deberías saber que eso puedo tenerlo siempre que quiera.

—Eres un canalla incorregible.

—No me molestaré en negar lo evidente.

—Sí y así quizá esta noche podríamos hablar de algo nuevo, creo que está más que aclarado que Sebastian no piensa casarse por mucho que tú te empeñes en ello, cariño —dijo Jack mirando a su esposa y desviando después la vista hacia su socio—. Tengo algo que comentarte que tiene que ver con el club: Sophie y yo hemos decidido marcharnos unas semanas de vacaciones al campo. Nos ha invitado Anne, su hermana, y el duque de Wellington, Samuel. Y ya sabes cómo son las familias aristocráticas, no llevan bien los desplantes, así que, dada esta situación, me temo que…

—¿Qué has querido decir con eso? —protestó Sophie.

—Nada, cariño. No tiene importancia. —Jack intentó desviar el tema, sabiendo que quizás había hablado de más—. Lo relevante aquí es que Sebastian tendrá que hacerse cargo a solas del club durante ese tiempo. Espero que eso no suponga un problema.

—No lo será. Lo tengo todo controlado.

—Eso imaginaba. —Jack asintió calmado.

—La clientela no hace más que aumentar.

—Es decir, que cada vez hay más hombres mujeriegos y dispuestos a tirar su dinero a la basura —tradujo Sophie, algo que a Sebastian lo hizo sonreír—. A veces pierdo la fe.

—Pues no deberías, cariño —contestó Jack—. Esa gente tira su dinero, sí, pero nos lo da a nosotros. Creo que es un trato justo. Nadie les pone una pistola en la cabeza. Y en cuanto a los hombres… —Le dirigió a su esposa una mirada ardiente desde el otro lado de la mesa—. Digamos que no hay en toda la ciudad uno mejor que el que ya tienes.

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