Olivia Kiss - Seduciendo al diablo
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- Libro:Seduciendo al diablo
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- Año:2018
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Seduciendo al diablo: resumen, descripción y anotación
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Seduciendo al diablo
Serie Seduciendo #1
Sinopsis
Todo parece apuntar a que Sophie Thomson terminará casándose con el duque de Wellington, el mejor candidato de la temporada. Sin embargo, durante un baile de máscaras, Sophie conoce a Jack Gallard o, como toda la ciudad lo llama, el mismísimo diablo. Un hombre poco respetable, de sonrisa seductora y mirada intensa que le enseñará que, a veces, correr riesgos vale la pena. Y más si esos riesgos tienen mucho que ver con el deseo por lo prohibido, el amor y la felicidad. ¿Conseguirá Sophie seducir al diablo…?
Sophie sabía que lo más sensato era casarse con el duque de Wellington, pero cada vez que pensaba en ello se sentía como si tuviese una piedra molesta metida dentro del zapato. Sin razón, además. El Duque, Samuel Wellington, era un hombre apuesto, rubio, de brillantes ojos azules y sonrisa seductora que atraía las miradas de todas las mujeres cada vez que entraba en una sala. La propia Sophie era incapaz de apartar los ojos de él y reconocía su atractivo, pero en las pocas ocasiones en las que habían tenido la oportunidad de hablar, se sentía como si estuviese manteniendo una conversación con su hermano mayor. No se ponía nerviosa ni mucho menos se sonrojaba. No le entraban ganas de coquetear con él. Sin embargo, su madre le había asegurado que los mejores matrimonios eran los que nacían de una bonita y tranquila amistad y ella estaba segura de que podía conseguir eso con Samuel.
Pero… no podía evitar desear más.
Sabía que la mitad de las damas de Londres se esmeraban por conseguir la atención del duque y que, tal como le decía a menudo su hermana pequeña, debería sentirse más que satisfecha por haber logrado que la invitase a salir en dos ocasiones a dar un paseo en su coche de caballos. Sin embargo, no se le daba bien fingir. Mucho menos delante de Anne.
―¡Estás preciosa esta noche, Sophie! ―exclamó entusiasmada.
Ella frunció el ceño mientras se miraba en el espejo y su hermana revoloteaba a su alrededor. Anne no sería presentada en temporada hasta el próximo año y parecía vivir la experiencia de ir a la caza de un marido a través de Sophie, que, por lo contrario, no podía decirse que estuviese muy entusiasmada ante esa idea.
―¿Segura? No sé si el verde es el color que más me favorece.
―Resalta tu tono claro de piel y tus ojos azules ―dijo Anne.
―Si tú lo dices… ―Suspiró―. Debería empolvarme la nariz.
Haciendo caso omiso a las insistencias de su doncella, quiso arreglarse ella misma mientras su hermana pequeña la miraba con cierta envidia. A decir verdad, Anne solo tenía tres años menos que ella, y aunque se adoraban, eran completamente diferentes. Mientras que a Sophie le gustaban las emociones fuertes, las aventuras y los desafíos, Anne prefería la seguridad y soñaba con un encontrar a un príncipe encantador a lomos de un caballo blanco, por mucho que su madre, la señora Thomson, se empañase en bajarlas de las nubes y asegurarles que un matrimonio por amor era una idea propia de niñas con demasiados pájaros en la cabeza.
―Ojalá pudiese acompañarte a ese baile de máscaras ―protestó Anne.
―Algún día, la próxima temporada… ―empezó a decir Sophie.
―Pero si todo sale bien para entonces ya estarás casada y todo será diferente.
―¿Quién sabe? Puede que aún me quede otro año más.
―Eso es imposible, Sophie. El duque está loco por ti.
―Yo no diría tanto ―replicó poniéndose los guantes.
―Estoy segura de que te habrá pedido matrimonio antes de que termine la temporada. Ya lo verás. Y el año que viene acudirás cogida de su brazo a todas las fiestas.
Sophie arrugó la frente y no contestó, porque no sabía demasiado bien qué decir. Puede que, por desgracia, su hermana tuviese razón. Salió de casa con su madre y montó en el coche de caballos de la familia. Los Thomson tenían prestigio y fortuna, dos cualidades muy valoradas en la ciudad, razón por la que su madre quería que ese año Sophie encontrase a un buen partido, se casase y tuviese descendencia. Y desde luego Samuel era el mejor aspirante que había en todo Londres. Según solía decir la señora Thomson, juntos tendrían unos hijos adorables, de cabellos rubios y ojos azules, aspectos físicos que ambos compartían. Serían la envidia del mundo entero cuando se paseasen por los salones juntos y recibirían cientos de invitaciones para asistir a fiestas, encuentros y, en su caso, tomar el té por las tardes.
De modo que, en teoría, Sophie debería sentirse emocionada. El duque era joven, guapo y simpático. Inteligente y audaz, también. Así pues, ¿por qué notaba un agujero en el pecho que cada día le resultaba más difícil ignorar? No podía mirar hacia otro lado: estaba ahí.
Reprimió un suspiro cuando llegó a su destino. Con cuidado para no ensuciar el vestido al salir, avanzó y subió la escalinata que conducía hacia la casa de los Haton, que aquella noche daban una fiesta de máscaras. Antes de cruzar las puertas del vestíbulo, se colocó bien la máscara que había comprado en el centro de la ciudad la semana anterior acompañada por su madre y su hermana. Era de tela satinada verde intenso como el vestido, tenía plumas pequeñas en un lateral y le tapaba tan solo la mitad del rostro. Al ponérsela, se sintió extrañamente segura, como si de repente dejase de ser ella misma, la correcta señorita Sophie Thomson que tenía que contentar a sus padres y asegurar el legado familiar.
Sonrió mientras recorría con la vista el gran salón. Unos músicos tocaban a un lado, bajo el gran ventanal, y todo el mundo conversaba cerca de las mesas donde servían algo de comida y bebida. Algunas mujeres llevaban máscaras extravagantes, repletas de plumas y pedrería hasta el punto de parecer casi pavos reales. Ellos, por contrario, usaban en su mayoría máscaras sencillas y oscuras, similares a sus propios atuendos.
Su madre la instó a adentrarse entre la gente.
―Venga, Sophie, quizá el duque ya haya llegado.
Ella se contuvo para no poner los ojos en blanco. Su madre solo parecía saber decir dos palabras: duque y Samuel. Desde que había empezado la temporada y él se había mostrado interesado en ella, era el único tema del que la señora Thomson parecía querer hablar.
―No me lo puedo creer… ―empezó a decir su madre―, los Haton han invitado a toda la calaña de Londres. ¿En qué estarían pensando? Un montón de comerciantes dispuestos a ensuciar esta ciudad y todo el prestigio que durante años…
Sophie inspiró hondo y dejó de escuchar a su madre.
Siempre era la misma cantinela. Desde hacía unos años el comercio se había impulsado en Londres y, no solo eso, sino también la industria. Muchos de los dueños de esas empresas eran nuevos ricos, hombres sin título que se habían labrado un futuro a base de esfuerzo, intuición y buenas ideas. Por ello, los ciudadanos acostumbrados a mantener sus riquezas tan solo por disponer de un título se habían visto amenazados. Entre ellos, los Thomson, su propia familia. Sophie, por el contrario, pensaba que era de lo más interesante que una persona pudiese decidir y forjar su destino sin importar dónde hubiese nacido o bajo qué circunstancias. Daba igual si era un bastardo o un irlandés, por ejemplo; actualmente, muchos de esos hombres que se habían asentado en la ciudad eran inmensamente ricos a pesar de su procedencia. Regentaban clubs de juego, comercios y mucho más.
―No veo al duque por ninguna parte… ―protestó su madre.
―Ya aparecerá ―repuso Sophie casi contenta por ello.
―Pero mientras tanto te invitarán a bailar…
―Podré soportarlo ―atajó ella molesta.
En efecto, tal como su madre imaginaba, pronto su cartilla estaba llena de pretendientes y se vio atrapada en un baile tras otro acompañada por hombres poco interesantes. Al principio se divirtió puesto que, al igual que su hermana, le encantaba bailar. Sin embargo, cuando llevaba una media hora en pie, empezó a notar que los zapatos le hacían daño y que ya no tenía tantas ganas de seguir conversando sobre el clima o cualquier otra tontería.
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