P. C. Cast
Diosa Por Derecho
Las diosas de Partholon 03
© 2007 P.C. Cast.
Título original: Divine by Blood
Traducido por: María del Carmen Perea Peña
Gracias a mi equipo de LUNA, Mary-Theresa Hussey y Adam Wilson. ¡Trabajar con ellos es estupendo! También me gustaría mostrar mi agradecimiento al equipo maravilloso y lleno de talento que creó las exquisitas cubiertas de los tres libros Divine. Son James Griffin, el artista de la carátula original, Erin Craig, que ha puesto al día las tres carátulas y la directora artística de LUNA, Kathleen Oudit.
Como siempre, le doy las gracias a mi agente y amiga, Meredith Bernstein. Gracias, papá, por la información sobre el ecosistema y la vida de los felinos, con la que pude crear mi especie de ficción de lince de las cavernas, y por acompañarme al viaje de investigación a las fabulosas Cuevas de Alabastro y a las Grandes Salinas. Fue muy divertido. ¡Gracias también a Mamá Cast y a Lainee Ann!
Me gustaría agradecerle al personal del Parque Estatal de las Cuevas de Alabastro su amabilidad y su ayuda durante mi investigación. El Parque Estatal de las Cuevas de Alabastro está en el noroeste de Oklahoma, y merece la pena visitarlo. Las Grandes Salinas de Oklahoma están al norte del estado, y también es un lugar increíble. Sí, hay formaciones de selenita en las salinas, pero uno tiene que excavar para verlas, no son tal y como yo las he trasladado a la ficción. Lo que no tuve que novelar fue la magia que encontré en ambos lugares. Para obtener más información, existe la dirección de correo electrónico Alabastercaverns@OklahomaParks.com, y el teléfono de contacto de la Reserva Nacional de la Fauna y Flora de las Salinas: 580-626-4794. ¡Explora Oklahoma y conócela por ti mismo!
No estaba muerta.
No estaba viva, tampoco.
En realidad, podría haber pasado innumerables años habitando en los límites de la existencia. Ni muriendo, ni viviendo. Tan sólo siendo. Si no hubiera sido por la vida que se movía en su vientre, y por la ira que le abrasaba el pecho. Antes de recordar quién era, recordó que la habían traicionado.
«Sí, la ira es buena…».
Aquella voz que resonó en su mente le resultó familiar, y se aferró a ella mientras intentaba encontrarse a sí misma. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Cómo le había ocurrido aquello?
Abrió los ojos. Estaba envuelta en la oscuridad, y oprimida por un peso, como si se hubiera sumergido en una piscina caliente. Por un momento, el pánico la dominó. Si estaba debajo del agua, ¿por qué podía respirar? Tenía que estar muerta, muerta y sepultada para toda la eternidad por crímenes que no recordaba haber cometido.
Entonces, la niña volvió a moverse.
Los muertos no podían dar a luz una vida.
Le ordenó al miedo que se alejara, y éste obedeció. El pánico nunca ayudaba. Pensamiento lógico, frío. Planificación meticulosa, y ejecución precisa del plan. Aquél era el camino al triunfo. Aquél era el modo en que ella siempre había triunfado.
Hasta ahora.
Pero la habían traicionado. ¿Quién? Su ira se intensificó y ella la alimentó añadiendo su frustración y su miedo.
«Sí… Permite que tu ira te purifique…».
Cada vez era más consciente de sí misma. Su mente comenzó a activarse. Sintió un cosquilleo por el cuerpo. Cada vez sentía una ira más fuerte, que le proporcionó calor, energía.
La habían traicionado… La habían traicionado… La habían traicionado…
Aquellas palabras circularon por su cabeza y comenzaron a liberar los recuerdos.
Un castillo junto al mar.
Un templo de mármol, de fuerza y belleza exquisitas. La llamada de una diosa.
¡Exacto! ¡Ella era divina! ¡Era la elegida de una gran diosa!
Rhiannon…
El nombre apareció en su mente, y con él se abrieron las compuertas que bloqueaban los recuerdos. Entonces, recuperó de golpe su pasado.
¡Su diosa la había traicionado!
Rhiannon lo recordó todo.
Las decisiones tomadas con obstinación durante su vida le habían causado enfrentamientos con la diosa Epona. La violación de su ritual de ascensión. El hecho de que Epona nunca hubiera estado contenta con ella. Darse cuenta de que en Partholon nadie la quería de verdad, sino que sólo la adoraban como extensión de la diosa. El Sueño Mágico, en el que había visto a los demoniacos Fomorians infiltrarse en el Castillo de la Guardia y, desde allí, planear la destrucción de Partholon. Los susurros desde la oscuridad, que le decían que había otro modo… otro mundo… otra elección. La visión de aquel otro mundo, que había obtenido a través del poder de aquella voz oscura. Y su decisión de intercambiarse con Shannon Parker, la mujer de aquel otro mundo, cuya apariencia física era tan parecida a la suya que ambas podrían haber nacido del mismo vientre.
Rhiannon se echó a temblar al acordarse del resto de la historia. Clint, el Chamán que ella había encontrado en aquel mundo, era el reflejo del Sumo Chamán ClanFintan, de Partholon, pero se había negado a ayudarla a controlar el poder de aquel extraño mundo, en el que la tecnología era la magia, y la magia era un recurso sin explotar. Así que ella se había visto obligada a usar poderes oscuros para llamar a un sirviente que la ayudara.
Sin embargo, algo había salido terriblemente mal, y Clint y Shannon habían unido sus fuerzas para derrotarla.
Los árboles llamaban a Shannon, no a Rhiannon, y la consideraban la Elegida de Epona, la Amada de la diosa.
Epona ya no pronunciaba el nombre de Rhiannon. La diosa no la consideraba su Elegida. Cuando Rhiannon se había dado cuenta de aquello, se le había roto algo por dentro, se había sentido perdida, aterrorizada. Sin embargo, aquella herida ya no estaba tan fresca.
Epona la había traicionado y había permitido que la sepultaran, mientras que la usurpadora, Shannon, había regresado de manera triunfal a Partholon, y a la vida que debería haber sido suya. Y de su hija.
«Pero no todo el mundo te ha traicionado…».
Ya sabía de quién era aquella voz.
El dios del mal, la Triple Cara de la Oscuridad. Pryderi.
Pryderi…
«Todavía estoy aquí contigo. Después de todo, quienes siempre te han traicionado han sido las mujeres. Tu madre murió y te dejó. Shannon te robó lo que te pertenecía. Epona te dio la espalda sólo porque tú no querías ser su mascota».
El dios oscuro tenía razón. Las mujeres siempre la habían traicionado.
«Si te entregas a mí, y me entregas a tu hija, yo nunca te traicionaré. Para recompensar tu obediencia, te daré Partholon».
Rhiannon quería cerrar la mente y no oír la vocecita que le advertía que no se aliara con la oscuridad. Ella quería aceptar el ofrecimiento de Pryderi, pero no era capaz de ignorar la desolación que le producía la idea de entregarse a otro dios. Lógicamente, sabía que había perdido el favor de Epona, y que la diosa se había alejado de ella para siempre. Sin embargo, aunque Rhiannon hubiera buscado otros dioses… otros poderes, nunca había dado aquel paso definitivo. El paso irrevocable de rechazar a Epona y entregarse a otro dios.
Si hacía eso, nunca podría presentarse otra vez ante Epona. ¿Y si la diosa decidía que ella había cometido un error? Si Rhiannon pudiera liberarse de aquel horrible encarcelamiento y volver a Partholon, tal vez Epona volviera a reconocerla como su Elegida. Sobre todo, después de haber dado a luz a su hija, cuya sangre llevaría el legado de cientos de generaciones de Sumas Sacerdotisas de Partholon.
«¿Qué dices, Rhiannon? ¿Te consagrarás a mí?».
Rhiannon percibió un tono áspero en la voz de dios. Había tardado demasiado tiempo en responder. Se concentró apresuradamente y le envió sus pensamientos.
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