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Philip Kerr - Violetas De Marzo

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Violetas De Marzo: resumen, descripción y anotación

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La primera vez que conocemos al ex policía Bernie Gunther la acción se sitúa en 1936, en Violetas de Marzo (un eufemismo que usaron los primeros nazis para describir los últimos conversos), cuando los Juegos Olímpicos están a punto de empezar. Algunos de los amigos judíos de Bernie se van dando cuenta de que tendrían que haber huido cuando aún podían hacerlo, y Gunther recibe el encargo de investigar dos muertes que afectan a los máximos cargos del partido nazi. El antiguo policía Bernie Gunther creía que ya lo había visto todo en las calles de Berlín de los años treinta. Pero cuando dejó el cuerpo para convertirse en detective privado, cada nuevo caso lo iba hundiendo un poco más en los horribles excesos de la subcultura nazi. Después de la guerra, en medio del esplendor imperial y decadente de Viena, Bernie incluso llega a poner al descubierto un legado que, en comparación, convierte las atrocidades cometidas enépoca de guerra en un juego de niños…

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Philip Kerr Violetas De Marzo Berlín Noir 01 Título original Berlin Noir - photo 1

Philip Kerr

Violetas De Marzo

Berlín Noir 01

Título original: Berlin Noir. March Violets

Traducción cedida por Ramdomi House Mondadori

© 1989. Philip Kerr

© de la traducción: 2001. Isabel Merino

***

Berlín, 1936

primer hombre: ¿Te has fijado cómo los Violetas de Marzo han logrado desbancar totalmente a los veteranos del partido como tú y yo?

segundo hombre: Tienes razón. Si Hitler hubiera esperado un poco a subirse al tren nazi, puede que también hubiera llegado antes a ser Führer.»

Schwarze Korps, noviembre de 1935

1

Cosas más extrañas suceden en los oscuros sueños del Gran Persuasor…

Esta mañana, en la esquina de la Friedrichstrasse y la Jägerstrasse, vi a dos hombres de las SA descolgando una vitrina roja del Der Stürmer de la pared de un edificio. Der Stürmer es el periódico antisemita dirigido por Julius Streicher, el principal acosador de judíos del Reich. El impacto visual de esas vitrinas, con sus dibujos casi pornográficos de doncellas arias abrazadas voluptuosamente por unos monstruos de largas narices, tiende a atraer al lector de mente débil, proporcionándole una rápida excitación. Es algo que no afecta a las personas respetables. Sea como sea, los dos hombres de las SA colocaron la Stürmerkästen en la parte trasera de su camión, junto a otras. No hacían su trabajo con demasiado cuidado, porque había por lo menos un par con el cristal roto.

Una hora más tarde, vi a los mismos hombres retirando otra Stürmerkästen de una parada de tranvía, frente al ayuntamiento. Esta vez me acerqué y les pregunté qué hacían.

– Es por las Olimpiadas -dijo uno-. Nos han ordenado que las quitemos todas para no escandalizar a los visitantes extranjeros que vendrán a Berlín a ver los juegos.

Que yo sepa, tanta sensibilidad por parte de las autoridades es algo nunca visto.

Fui a casa en mi coche -un viejo Hanomag negro- y me cambié de ropa, poniéndome mi último traje bueno; hecho de franela de color gris claro, me costó ciento veinte

marcos cuando me lo compré hace tres años, y es de una clase que resulta cada vez más rara en este país; lo mismo que la mantequilla, el café y el jabón, los tejidos de lana son, la mayoría de las veces, sucedáneos. El nuevo material es bastante práctico, sólo que no es muy duradero y no sirve de mucho en lo que respecta a abrigar contra el frío del invierno. O, si a eso vamos, del verano.

Comprobé qué apariencia tenía en el espejo del dormitorio y luego cogí mi mejor sombrero. Es de fieltro de color gris oscuro, con ala ancha y una cinta de trencilla alrededor. Bastante corriente, pero, como la Gestapo, yo llevo mi sombrero de forma diferente a los demás hombres, con el ala más baja por delante que por detrás. Esto me sirve, claro está, para ocultar los ojos, con lo que resulta más difícil reconocerme. Es un estilo que se originó en la policía criminal de Berlín, la Kripo, y allí es donde lo adquirí yo.

Deslicé un paquete de Murattis en el bolsillo de la chaqueta y, sujetando cuidadosamente una pieza de porcelana de Rosenthal envuelta para regalo debajo del brazo, salí a la calle.

La boda iba a tener lugar en la Luther Kirche de la Dennewitz Platz, justo al sur de la estación de ferrocarril Potsdamer, y a un tiro de piedra de la casa de los padres de la novia. El padre, Herr Lehmann, era un maquinista de la estación Lehrter y conducía el D-Zug, el tren expreso a Hamburgo ida y vuelta, cuatro veces a la semana. La novia, Dagmarr, era mi secretaria, y yo no tenía ni idea de lo que iba a hacer sin ella. Además, no me apetecía mucho averiguarlo: a menudo había pensado en casarme yo con ella. Era bonita y sabía organizarme, y a mi extraña manera supongo que la quería; pero con treinta y ocho años, probablemente era demasiado viejo para ella y quizá también un tanto aburrido. No me va mucho eso de pasármelo en grande y Dagmarr era la clase de chica que se merecía pasárselo bien.

Así que ahí estaba, casándose con aquel aviador. Y a juzgar por las apariencias era todo lo que una chica podría desear: era joven y apuesto, y vestido con el uniforme gris azulado de las Fuerzas Aéreas Nacionalsocialistas,prometía ser la personificación del joven y gallardo varón ario. Pero cuando lo vi en la recepción de la boda me sentí decepcionado. Al igual que la mayoría de los miembros del partido, Johannes Buerckel tenía el aspecto y el aire de un hombre que se tomaba a sí mismo verdaderamente muy en serio.

Nos presentó Dagmarr. Johannes, fiel a su imagen, saludó uniendo los tacones con un seco golpe e inclinó la cabeza con un gesto austero antes de estrecharme la mano.

– Enhorabuena -le dije-. Eres un tipo con suerte. Le habría pedido que se casara conmigo, pero no creo que yo tenga tan buen aspecto como tú de uniforme.

Eché una mirada más de cerca al uniforme: en el bolsillo izquierdo de la chaqueta llevaba las insignias de deportista y piloto de las SA; por encima de esas dos condecoraciones estaba la omnipresente y «temible» insignia, la del partido, y en el brazo izquierdo llevaba el brazalete con la esvástica.

– Dagmarr me dijo que eras piloto de la Lufthansa, destacado temporalmente en el Ministerio de Aviación, pero no tenía ni idea… ¿Qué me dijiste que era, Dagmarr?

– Aviador deportivo.

– Eso es. Aviador deportivo. Bien, no tenía ni idea de que llevaran uniforme.

Por supuesto, no hacía falta ser detective para darse cuenta de que «aviador deportivo» era otro de los floridos eufemismos del Reich, y de que éste en concreto tenía que ver con la instrucción secreta de los pilotos de caza.

– Tiene un aspecto espléndido, ¿no es verdad? -dijo Dagmarr.

– Y tú estás bellísima, cariño -respondió el novio rápidamente.

– Perdóname por preguntártelo, Johannes, pero ¿va a ser reconocida oficialmente la fuerza aérea alemana? -dije yo.

– Cuerpo aéreo -dijo Buerckel-, es un cuerpo aéreo. -Pero no añadió nada más-. Y usted, Herr Gunther, es undetective privado, ¿verdad? Debe de ser interesante.

– Investigador privado -le corregí-. Tiene sus buenos momentos.

– ¿Qué es lo que investiga?

– Casi cualquier cosa, excepto divorcios. La gente actúa de una forma extraña cuando los engaña su marido o su mujer, o cuando son ellos los que engañan. Una vez me contrató una mujer para que le dijera a su marido que pensaba dejarle. Tenía miedo de que se la cargara. Así que se lo dije yo y, ¿sabes qué?, aquel hijo de puta trató de cargárseme a mí. Me pasé tres semanas en el hospital St. Gertrauden con un collarín. Eso puso punto final a mi trabajo matrimonial. Ahora me dedico a todo, desde las investigaciones para las aseguradoras hasta vigilar regalos de boda o buscar a personas desaparecidas; es decir, a aquellas de las que la policía todavía no sabe nada, además de aquellas de las que sí sabe. Sí, ésa es una parte de mi negocio que ha mejorado notablemente desde que los nacionalsocialistas tomaron el poder. -Sonreí todo lo afablemente que pude y moví las cejas sugerentemente-. Me parece que a todos nos ha ido bien con el nacionalsocialismo, ¿eh? Unas auténticas Violetas de Marzo.

– No hagas caso de Bernhard -dijo Dagmarr-. Tiene un extraño sentido del humor.

Yo habría querido añadir algo más, pero la orquesta empezó a tocar y, muy sensatamente, Dagmarr se llevó a Buerckel a la pista de baile, donde recibieron cálidos aplausos.

Aburrido con el sekt que ofrecían, fui al bar a buscar una bebida de verdad. Pedí una Bock y un Klares, un alcohol claro e incoloro, a base de patata, que me gusta; me las bebí con bastante rapidez y pedí lo mismo otra vez.

– Eso de las bodas da sed -dijo el hombrecito que estaba a mi lado; era el padre de Dagmarr. Volvió la espalda albar y miró orgullosamente a su hija-. Está preciosa, ¿verdad Herr Gunther?

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