Ma la notte risurge, e oramai
è da partir, ché tutto avem veduto.
(Pero la noche renace y es hora de partir,
porque todo lo hemos visto).
DANTE, Inferno, Canto XXXIV
Todas las familias tienen sus secretos. ¿Pero qué sucede cuando, investigando a un abuelo encantador, el detective se encuentra con una ilustración del mal? Durante más de cincuenta años, la familia de este nazi perfecto había conseguido guardar el secreto, hasta que su nieto escocés decidió enfrentarse a la verdad. Y se dedicó a investigar quién y qué había sido realmente su abuelo materno, un joven dentista de Berlín que a los diecinueve años ya era un nazi ferviente y militante. Pero el propósito de su autor también es iluminar el mal que hasta los hombres insignificantes pueden hacer en las épocas en que la historia enloquece…
Martin Davidson
El nazi perfecto
El descubrimiento del secreto de mi abuelo
y del modo en que Hitler sedujo a una generación
ePub r2.2
Ultrarregistro07.01.14
Título original: The Perfect Nazi
Martin Davidson, 2010
Traducción: Jaime Zulaika
Ilustraciones: Martin Davidson
Diseño de portada: Martin Davidson
Editor digital: Ultrarregistro
Segundo editor: Dr. Doa
ePub base r1.0
MARTIN DAVIDSON. Escocés, licenciado por la Universidad de Oxford, cineasta y autor especializado en temas históricos y culturales, es también el encargado de la sección de Historia de la BBC. Ha dirigido numerosos programas para la BBC como Albert Speer: The Nazi Who Said Sorry, Leni Riefenstahl’s Triumph of the Lie y The Nazis and “Degenerate Art”, y fue el productor ejecutivo de la exitosa serie A History of Britain de Simon Schama.
Notas
[3] Una colección de artículos encargados, recopilados y estudiados por un sociólogo norteamericano de los años treinta llamado Theodore Abel. Viajando por la Alemania nazi en 1934, tuvo la idea de pedir a los alemanes que le ayudaran a explicar el atractivo del nacionalsocialismo a todas las personas que en el mundo estaban desconcertadas por el movimiento. Abel organizó un concurso con un sustancioso premio en efectivo para la aportación más esclarecedora. El único requisito para participar era haberse afiliado al partido voluntariamente antes de 1928; dicho de otro modo, pertenecer a los «combatientes veteranos», como Bruno, hombres cuya temprana conversión al nazismo les distinguía de los que se afiliaron más tarde.
Abel recibió enseguida una avalancha de respuestas (quinientas ochenta y una); algunas sólo contenían una página y otras eran extensas como una tesis; procedían de todo el país y abarcaban una gran variedad de individuos, aunque todos compartían la característica fundamental de ser miembros antiguos y fervientes del Partido Nazi. Conservadas hoy en la Universidad de Stanford, las estudiaron dos eruditos principales: el propio Abel, en un libro publicado en 1938, y ulteriormente, de un modo más estadísticamente sistemático, Peter Merkl en dos libros publicados en los años ochenta.
La fecha de su redacción, 1934, los salvó del tipo de autoexculpación que caracterizó más adelante (sobre todo en la posguerra) los relatos autobiográficos del periodo nazi. Rezuman el modo de pensar, las opiniones y las actitudes que debieron de motivar a hombres que, como Bruno, descubrieron que eran nazis casi instintivamente, años antes de que otros hubieran oído mencionar siquiera el nombre del partido. Encarnan perfectamente los procesos mentales que debieron de desarrollarse en el fuero interno de Bruno durante sus años de formación.
[32] El diario termina con el siguiente poema:
Los ángeles deploran
esta marcha que nadie
puede frenar o aplacar
por la ciudad y el campo,
por las calles y caminos
hasta que el último cráneo
repose en la tierra rojiza.
Y siguen caminando.
[113] Aunque no había un estenógrafo oficial en el juicio, Benjamin Hett reproduce una transcripción lo más completa posible en un apéndice de su libro, cuya lectura es realmente fascinante:
«Litten: ¿No sabe usted que en la terminología de los Freikorps la expresión “Roll Kommando” ha adquirido el significado de un comando para la eliminación en todas las circunstancias de adversarios detestados?
Hitler: Entre nosotros los nacionalsocialistas el concepto de un Roll Kommando es ridículo. Hace ya siete años que escribí que no se podía alcanzar nuestras metas por medio de bombas, granadas de mano y pistolas, sino más bien activando a las masas.
Litten: Ha dicho que el partido nacionalsocialista no comete acciones violentas. Pero ¿acaso no es Goebbels el autor del lema “al enemigo hay que golpearlo hasta hacerle papilla”?
Hitler: ¡Eso no hay que entenderlo literalmente! Significa que hay que derrotar y destruir las organizaciones adversarias, no que se ataque y se asesine al oponente», ibídem, p. 265.
[203]
Dios sea loado por habernos emparejado con Su tiempo
y tomado nuestra juventud y despertado del sueño
con mano segura, mirada clara y poder afilado,
para apartarnos contentos, como nadadores que saltan a un agua limpia,
de un mundo envejecido y frío y cansado,
¡aléjate de los corazones que el honor no mueve
y de los semihombres y sus canciones soeces y sosas,
y de todo el vacío pequeño del amor!
¡Oh! Los que hemos conocido la vergüenza nos hemos liberado de ella,
allí donde no hay mal ni pena, sino el remedio del sueño,
sólo se ha roto este cuerpo, sólo perdido el aliento,
nada perturba allí la larga paz del corazón risueño,
salvo sólo el sufrimiento, pero tiene fin;
y el peor amigo y enemigo no es sino la muerte.
[222] «Os hablaré ahora con toda franqueza de un asunto muy serio. Lo hablaremos con absoluta libertad entre nosotros, pero nunca debemos decirlo en público. Me refiero a la evacuación de los judíos, a la exterminación del pueblo judío. Es una de esas cosas fáciles de decir. “Hay que exterminar a los judíos”, dicen todos los miembros del partido. “Está claro, forma parte de nuestro programa, eliminarlos, exterminarlos, vale, lo haremos.” Y entonces aparecen los ochenta millones de alemanes buenos y cada cual tiene su judío decente. Los demás son todos unos cerdos, por supuesto, pero el mío es un judío estupendo. De todos los que han dicho esto, ninguno lo ha visto, ninguno se ha opuesto. La mayoría de vosotros sabéis lo que significa ver cien cuerpos, quinientos o mil, yaciendo juntos. Haber pasado por eso y —descontando algunas excepciones, ejemplos de flaqueza humana— habernos mantenido decentes nos ha endurecido. Es una página gloriosa de nuestra historia que nunca se ha escrito y nunca se escribirá.»
Ya es bastante desagradable leer esto; peor, sin embargo, es escucharlo. Lo extraordinario es que sea posible, porque ha sobrevivido una grabación de ello. Lo utilicé en una película que rodé sobre Albert Speer (al que acusaron de haber estado presente durante el discurso, lo que invalidaba por completo su «No lo sabía, pero debería haber sabido lo del holocausto»), y acabé teniendo que escucharlo cierto número de veces. Lo que impresiona no son sólo las palabras, sino el tono de fatigada autosuficiencia con que las pronuncia Himmler y, lo peor de todo, la (audible) reacción de sus oyentes. Himmler incluso bromea: la frase «Y entonces aparecen los ochenta millones de alemanes buenos y cada cual tiene su judío decente. Los demás son todos unos cerdos, por supuesto, pero el mío es un judío estupendo» es un sarcástico comentario de pasada. Hay una especie de frivolidad en el tono de su voz: esas personas con su «prima Juden» (judío estupendo). Un revuelo de reconocimiento hastiado recorre la sala, una educada risita claramente audible. Ni siquiera es lo bastante gracioso para suscitar una risa auténtica; es un lugar común que provoca un encogimiento de hombros colectivo. El auditorio tiene la gentileza de prestarle la más profunda atención y deferencia. Pero allí todos son colegas y el tono no tiene por qué ser imponente y solemne. Una vez formulada su agudeza, Himmler alza la voz hacia su conclusión rotunda, se agarra al estrado, levanta la cabeza, mira hacia delante, con un destello y la cadencia excesivamente articulada de un momento histórico. A nadie de los presentes en la sala le han dicho tampoco algo que no sepa ya o de lo que no empiece a estar harto. Bruno no asistió —no tenía una graduación suficiente—, pero sí todos sus compañeros más veteranos, ninguno de los cuales se habría mostrado más inhibido a la hora de explicar el contenido del discurso de lo que se habría mostrado Himmler al revelarles el secreto más grave de las SS.