Título original: Under the Dome
En recuerdo de Surendra Dahyabhai Patel.
Te echamos de menos, amigo mío
Who you lookin for
What was his name
you can prob'ly find him
at the football game
it's a small town
you know what I mean
it's a small town, son
and we all support the team
[¿A quién estás buscando?
¿Cómo se llamaba?
Seguramente lo encontrarás
en el partido de fútbol.
Esta es una ciudad pequeña,
ya sabes lo que quiero decir,
esta es una ciudad pequeña, hijo,
y todos apoyamos al equipo.]
JAMES McMURTRY
ALGUNOS (AUNQUE NO TODOS) DE LOS QUE ESTABAN EN CHESTER´S MILL EL DÍA DE LA CÚPULA:
FUNCIONARIOS MUNICIPALES
Andy Sanders, primer concejal
Jim Rennie, segundo concejal
Andrea Grinnell, tercera concejala
PERSONAL DEL SWEETBRIAR ROSE
Rose Twitchell, propietaria
Dale Barbara, cocinero
Anson Wheeler, lavaplatos
Angie McCain, camarera
Dodee Sanders, camarera
DEPARTAMENTO DE POLICÍA
Howard «Duke» Perkins, jefe de policía
Peter Randolph, ayudante del jefe de policía
Marty Arsenault, agente de policía
Freddy Denton, agente de policía
George Frederick, agente de policía
Rupert Libby, agente de policía
Toby Whelan, agente de policía
Jackie Wettington, agente de policía
Linda Everett, agente de policía
Stacey Moggin, agente de policía/secretaria
Junior Rennie, ayudante especial
Georgia Roux, ayudante especial
Frank DeLesseps, ayudante especial
Melvin Searles, ayudante especial
Carter Thibodeau, ayudante especial
SERVICIOS RELIGIOSOS
Reverendo Lester Coggins, Iglesia del Santo Cristo Redentor
Reverenda Piper Libby, Primera Iglesia Congregacional
PERSONAL MÉDICO
Ron Haskell, médico
Rusty Everett, auxiliar médico
Ginny Tomlinson, enfermera
Dougie Twitchell, enfermero
Gina Buffalino, enfermera voluntaria
Harriet Bigelow, enfermera voluntaria
NIÑOS DEL PUEBLO
Joe McClatchcy «el Espantapájaros»
Norrie Calvert
Benny Drake
Judy y Janelle Everett
Ollie y Rory Dinsmore
VECINOS DIGNOS DE SER MENCIONADOS
Tommy y Willow Anderson, propietarios/encargados del bar
de carretera Dipper's
Stewart y Fernald Bowie, propietarios/encargados de la Funeraria Bowie
Joe Boxer, dentista
Romeo Burpee, propietario/encargado de Almacenes Burpee's
Phil Bushey, chef de dudosa reputación
Samantha Bushey, su mujer
Jack Cale, gerente del supermercado
Ernie Calvert, gerente del supermercado (jubilado)
Johnny Carver, encargado de la tienda 24 horas
Alden Dinsmore, ganadero de vacuno lechero
Roger Killian, criador de pollos
Lissa Jamieson, bibliotecaria del pueblo
Claire McClatchey, madre de Joe «el Espantapájaros»
Alva Drake, madre de Benny
«Stubby» Norman, anticuario
Brenda Perkins, mujer del sheriff Perkins
Julia Shumway, propietaria/directora del periódico local
Tony Guay, reportero de deportes
Pete Freeman, fotógrafo de prensa
Sam Verdreaux «el Desharrapado», borracho del pueblo
FORASTEROS
Alice y Aidan Appleton, huérfanos de la Cúpula («Cupuérfanos»)
Thurston Marshall, hombre de letras con conocimientos médicos
Carolyn Sturges, estudiante de posgrado
PERROS DIGNOS DE SER MENCIONADOS
Horace, corgi de Julia Sumway
Clover, pastor alemán de Piper Libby
Audrey, golden retriever de los Everett
A dos mil pies de altura, donde Claudette Sanders disfrutaba de su clase de vuelo, la pequeña localidad de Chester's Mills relucía bajo la luz de la mañana como algo recién hecho y servido. Los coches avanzaban lentamente a lo largo de Main Street entre destellos de sol. El campanario de la iglesia de la Congregación parecía lo bastante afilado para perforar el inmaculado cielo. El sol recorría la superficie del arroyo Prestile mientras el Seneca V lo sobrevolaba: avioneta y agua cruzando la ciudad a lo largo del mismo curso diagonal.
– ¡Chuck, me parece que veo a dos niños junto al Puente de la Paz! ¡Pescando! -Se sentía tan feliz que se rió.
Las clases de vuelo habían sido cortesía de su marido, que era primer concejal del pueblo. Pese a ser de la opinión de que si Dios hubiese querido que el hombre volara le habría dado alas, Andy era un hombre sumamente maleable, y al final Claudette se había salido con la suya. Había disfrutado de la experiencia desde el primer momento. Pero aquello no era mero disfrute; aquello era euforia. Ese día, por primera vez, había comprendido de verdad qué hacía que volar fuera algo tan extraordinario. Qué lo hacía tan genial.
Chuck Thompson, su instructor, movió la palanca con suavidad y después señaló el tablero de mandos.
– No lo dudo -dijo-, pero hay que volar cara arriba, Claudie, ¿vale?
– Perdón, perdón.
– No pasa nada. -Llevaba años enseñando a volar y le gustaban los alumnos como Claudie, esos que estaban ansiosos por aprender algo nuevo. A Andy Sanders eso podría costarle una fortuna dentro de poco; a su mujer le encantaba el Seneca y había expresado su deseo de tener uno igual que aquel pero nuevo. Un aparato como ese debía de costar alrededor de un millón de dólares. Aunque no era lo que se dice una consentida, no se podía negar que Claudie Sanders tenía unos gustos bastante caros que Andy, un hombre afortunado, parecía satisfacer sin problemas.
A Chuck también le gustaban los días como ese: visibilidad ilimitada, nada de viento, condiciones perfectas para una clase. Aun así, el Seneca se sacudió un poco cuando su alumna se pasó corrigiendo la posición.
– Cuidado, ten siempre en mente pensamientos alegres. Ponte a ciento veinte. Sigamos por la carretera 119. Y desciende hasta novecientos.
Eso hizo ella, dejando el Seneca una vez más en perfecto equilibrio. Chuck se relajó.
Pasaron por encima de Coches de Ocasión Jim Rennie y luego dejaron atrás el pueblo. A ambos lados de la 119 había campos y árboles llenos de color. La sombra cruciforme del Seneca aceleraba sobre el asfalto, un ala oscura rozó brevemente a una hormiga humana con una mochila a la espalda. La hormiga humana miró hacia arriba y saludó. Chuck le devolvió el saludo, aunque sabía que aquel tipo no podía verlo.
– ¡Joder, hace un día espléndido! -exclamó Claudie.
Chuck se rió.
Solo les quedaban cuarenta segundos de vida.
La marmota avanzaba bamboleándose por el arcén de la carretera 119, avanzaba en dirección a Chester's Mills, aunque el pueblo quedaba todavía a kilómetro y medio de distancia e incluso Coches de Ocasión Jim Rennie no era más que una serie de titilantes destellos de luz solar dispuestos en filas allí donde la carretera torcía hacia la izquierda. La marmota había planeado (en la medida en que pueda decirse que una marmota haya planeado nada) volver a internarse en la vegetación mucho antes de llegar tan lejos, pero por el momento el arcén le parecía bien. Se había alejado de su madriguera más de lo que había sido su primera intención, pero el sol le calentaba el lomo y los aromas que percibía su nariz eran frescos y formaban en su cerebro unas representaciones rudimentarias que no llegaban a ser imágenes.
Se detuvo y se irguió un instante sobre las patas traseras. Ya no veía tan bien como antes, pero sí lo suficiente para distinguir a un humano que caminaba en dirección a ella por el arcén contrario.
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