Para mis guerreras y guerreros.
Nunca perdáis lo bueno que habéis encontrado.
Cuidad para que os cuiden.
Amad para que os amen.
y el pasado, aunque no se olvide..., dejadlo estar.
Capítulo 1
Aemsterdam
E l bullicioso mercadillo de la ciudad, situado junto al río Amstel, vendía sus mercancías como cada mañana de sábado.
En sus particulares puestos se podía encontrar de todo: aceites, telas, leña, pan, especias, verduras, gallinas, hierbas medicinales, todo tipo de carnes, muebles e incluso finas y delicadas joyas y piezas de bisutería.
Gilroy Bowie, un enorme pelirrojo, tras colocar varias de las piezas de plata y oro sobre una tabla de madera para exponerlas en su puesto, sonrió al oír a Alison hablar con una mujer en gaélico escocés mientras vigilaba que ningún ratero les robara nada.
Las piezas de bisutería y joyería que tenían a la venta, porque Alison las trabajaba, eran muy golosas. Eran finas y refinadas, un imán para los ladronzuelos, y había que mantenerlas bajo una vigilancia extrema.
Desde pequeña, Alison dominaba distintas lenguas extranjeras con una facilidad increíble, gracias a la variopinta gente con la que se había criado desde el día de su nacimiento.
Una vez que la compradora se llevó un bonito anillo de plata para ella y una trabajada hebilla para el cinturón de su marido, Alison se guardó las monedas. A continuación miró a un hombre que la observaba y preguntó:
—¿Os gusta algo?
El hombre, un burgués de la zona, se acercó a ella.
—En realidad, sí —afirmó.
La joven sonrió y, dispuesta a atenderlo, iba a hablar cuando él se le acercó más de la cuenta y la cogió del brazo.
—Me gustas tú —musitó—. ¿Qué tal si...?
No pudo decir más. Con una rapidez increíble, Alison se deshizo de su mano y, dando una vuelta sobre sí misma, hizo que el tipo cayera de bruces contra el suelo.
Gilroy suspiró al verlo. Como siempre, Alison haciendo amigos... Y entonces la oyó increpar a aquel, que la observaba con incredulidad:
—¡Tú, zarrapastroso saco de excrementos malolientes! Si no quieres que te corte las manos por haber tenido la osadía de tocarme sin mi permiso, ya puedes desaparecer de mi vista.
Sin dudarlo, el tipo se levantó a toda prisa y se alejó. Aquella mujer era una salvaje.
Las miradas de Alison y de Matsuura, otro de sus acompañantes, se encontraron. Ambos sonrieron por lo que acababa de ocurrir, y la muchacha, al ver que un joven rubio de ojos claros y aspecto agradable la observaba, sonrió y cuchicheó dirigiéndose a Gilroy:
—Mira que me llaman la atención los hombres de pelo y ojos claros...
El joven, que había sido testigo de lo ocurrido, al ver cómo ella lo miraba y le sonreía, se dio la vuelta en menos de dos segundos y se marchó. No quería problemas.
Gilroy soltó una risotada al verlo. La delicadeza femenina no iba con Alison y, mirándola, afirmó:
—Bicho..., creo que tu bonito vocabulario y tu arrolladora personalidad lo han asustado.
—Probablemente. —Gilroy meneó la cabeza y Alison resopló para luego añadir—: Bah..., si unas palabritas de nada lo asustan, no merece mi atención.
Instantes después, cuando una adinerada pareja se acercó al puesto, ella trató de dulcificar su expresión y los atendió con amabilidad. ¡Cuando quería podía ser un encanto!
Minutos más tarde, cuando aquellos se marcharon llevándose varias piezas creadas por ella, la joven se guardó las monedas y se dirigió de nuevo a Gilroy.
—Estupenda mañana la de hoy.
El pelirrojo asintió. Las joyas que Alison creaba eran verdaderas obras de arte.
Al poco, ella se tocó su talega y comentó:
—Voy a ir a ese puesto a comprar algunas hierbas que necesitamos, Gilroy.
—No me moveré de aquí —afirmó el pelirrojo.
Alison se echó el chal que llevaba por la cabeza y caminó hacia el puesto de hierbas. Durante un buen rato, con amabilidad y simpatía, departió con el hombre que las vendía sobre infusiones y cicatrizantes. La muchacha no solo entendía de joyas, sino que también sabía de hierbas y brebajes para sanar.
Una vez que se despidió de aquel, tras guardar en su talega lo que había comprado, regresó a donde estaba Gilroy, que sonreía a una mujer morena, y preguntó:
—¿Se sabe algo de tío Edberg?
Gilroy negó con la cabeza sin apartar los ojos de la mujer.
Saber aquello la inquietó.
—Quizá le surgió algo y... —dijo el pelirrojo mirándola.
—No —lo cortó Alison intercambiando una mirada con Matsuura, que, como ella, esperaba a Edberg—. Él nunca dejaría de venir a vernos, y lo sabes tan bien como yo.
Gilroy asintió, era consciente de que tenía razón, y cuando iba a decir algo, ella declaró preocupada:
—He oído hablar durante toda la mañana a muchas de las personas que se han acercado al puesto sobre la existencia de unas extrañas fiebres que hacen que las personas sangren por la boca hasta morir.
—Yo también lo he oído —musitó él—. Y por eso creo que no deberíamos estar aquí más de lo necesario.
Alison asintió, Gilroy tenía razón, pero como necesitaba saber sobre aquel al que esperaba, indicó:
—Me acercaré a su casa.
—¡Ni hablar!
La joven sonrió. Que le prohibieran hacer cosas era algo que nunca había llevado bien, y, tras pestañear con gracia para hacerlo reír, afirmó: