Oscar Ordoñez - Esa noche de verano. Parte 2
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- Libro:Esa noche de verano. Parte 2
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- Año:2014
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Esa noche de verano. Parte 2: resumen, descripción y anotación
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Esa noche de verano –segunda y última parte
Copyright 2014 Óscar Ordóñez
Publicado por Óscar Ordóñez
Nota del autor
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Muchas gracias.
Tabla de contenidos
Capítulo 7
Sonó el teléfono de la habitación. Lucas se estiró, arrastrándose hacia el otro lado de la cama. Le pareció que nunca llegaría a la mesilla.
– ¿Dígame? –contestó Lucas, con voz adormilada. Casi no era capaz de articular una palabra.
–Don Lucas, son las siete de la mañana –escuchó al otro lado del teléfono –Nos pidió que le despertáramos temprano –aseguraron desde recepción, en un perfecto inglés.
– Thank you –dijo Lucas. Y colgó.
Intentó abrir los ojos, pero se le cerraban de nuevo con facilidad. Le pesaban. Pulsó el interruptor que tenía justo encima de su cabeza, pegado a la pared, para encender la lámpara que tenía a su derecha. La luz le cegó, cerrando los ojos por reflejo. Pegó la cabeza contra la almohada. Tras concentrarse durante unos segundos, intentando despejarse, recordó que era el día de su entrevista. Se sobresaltó. Se incorporó, sentándose sobre la cama y, tras frotarse los ojos con las dos manos, descolgó el teléfono para pedir que le subieran café a la habitación. La tarea no le resultó tan fácil como esperaba. Primero pulsó el número de recepción y, desde allí le pasaron con cafetería para, después, a su vez, pasarle con el servicio de habitaciones, a los cuales pudo, al final, ordenar un café negro, sin azúcar y sin leche.
Colgó y volvió a dejarse caer en la cama, boca arriba. Necesitaba moverse, pero de verdad le costaba empezar a tener actividad sin el primer café del día. Lucas siempre decía, que el primer café de la mañana era el que necesitaba para poder andar y, que el segundo, era para poder pensar.
Mientras esperaba a que le trajeran el café, tomó una ducha y, después, se lavó los dientes. No aguantaba desayunar con la boca pastosa de toda la noche. Cogió una de las toallas y se la anudó alrededor de la cintura. Necesitaba un cigarrillo, así que pensó que podría fumárselo en la terraza de la habitación. No estaba permitido fumar en el hotel pero, al fin y al cabo, fumaría al aire libre, así que, tampoco podía hacer daño a nadie –se dijo.
Abrió las cortinas. El día era espléndido y soleado. Desde el décimo piso que ocupaba su habitación había unas vistas espectaculares del parque de Regent´s Park . Abrió la puerta que llevaba a la terraza, y sentó en una de las sillas blancas de plástico, que rodeaban a una mesa de igual material. Cogió uno de los cigarrillos y se lo llevó a la boca. No había cenicero, así que pensó qué podría utilizar como tal. Dejó el cigarrillo y se dirigió de nuevo al interior. Sacó del bolsillo de su abrigo el billete de avión, y formó un pequeño cenicero, a modo de cubo.
Llamaron a la puerta. Fue a abrir, llevándose una de las manos a la toalla, para evitar que pudiera caerse. Abrió, asomando la cabeza primero, y vio a la camarera.
–Buenos días –dijo Lucas, que abrió la puerta por completo.
–¿Café negro, sin leche y sin azúcar? –preguntó la camarera, en el umbral de la puerta. Lucas no sabía de dónde era pero, por su acento, entendió que no era inglesa.
–Sí, gracias –contestó Lucas, en inglés, dejándola paso al interior.
La camarera, cogió la bandeja de encima del carro que llevaba para transportar las bebidas, y la dejó en el interior de la habitación, encima de la mesa que había enfrente de la cama.
–Gracias –dijo Lucas, sin soltar la toalla en ningún momento.
–Que tenga un buen día –se despidió la camarera que echó, de manera discreta, un vistazo al torso de Lucas antes de salir de la habitación.
Lucas llegó puntual a la entrevista. Eran las nueve de la mañana cuando estaba frente a las puertas del edificio de oficinas en el que le habían citado. No conocía a la persona con la que tenía que entrevistarse, ya que, cuando le contactaron en Madrid, la llamada fue hecha por uno de los ejecutivos de la agencia. Uno de esos que se encargan de hacer el primer filtro –bajo aprobación definitiva de su superior– para después, cuando has sido seleccionado, y han dado luz verde a tu candidatura, ponerte en contacto directo con el director de la agencia, que será el que decida si eres válido o no para poder entrevistarte con el cliente. Así que lo único que sabía es que tenía que ir allí, y preguntar por un tal Estévez.
Atravesó las puertas giratorias del edificio, y preguntó en recepción en qué piso se situaba la empresa cazatalentos.
–Octavo piso, señor. ¿Quién pregunta? –dijo el recepcionista.
–Lucas, Lucas Martínez.
Pulsó el botón de llamada, en el panel situado junto a las puertas de los ascensores. Mientras observaba cómo los números que indicaban el piso dónde se encontraba el ascensor, iban descendiendo, desde la planta número quince hasta la planta baja, se preguntaba cómo afrontaría la entrevista, y qué sería lo que le iban a contar. A esas alturas, seguía sin tener claro qué decidiría, así que, decidió tomárselo como un ejercicio de escucha, para ver qué era lo que tenía que contarle el señor cazatalentos.
Las puertas del ascensor se abrieron. Tras dejar salir primero a unas quince personas, entró. Pulsó el botón del octavo piso y se ajustó la chaqueta. Sonó la campana que indicaba que había llegado a su destino, seguido de una voz femenina en inglés, que comunicaba el número de piso, y que las puertas se estaban abriendo.
Salió del ascensor y, tras haber cruzado un pequeño pasillo, atravesó la entrada acristalada de la oficina a la que se dirigía. Tras ésta, había una mesa de recepción, con dos secretarias atendiendo el teléfono. Se acercó esperando que alguien le atendiera, pero las dos secretarias, estaban ocupadas en ese momento hablando por teléfono.
– Buenos días –dijo una de ellas, tras haber terminado su conversación telefónica.
–Buenos días. Soy Lucas Martínez. Tengo una entrevista a las nueve y media.
–¿Con quién? –preguntó la recepcionista.
–Con el señor Estévez –aclaró, Lucas.
–Un momento por favor.
La recepcionista descolgó el teléfono y, aunque Lucas no podía alcanzar a oír lo que decía, parecía estar comunicando su visita.
–Espere ahí si no le importa –dijo después de colgar, señalando a unas sillas que había pegadas a la puerta principal–. Enseguida estará con usted –dijo la recepcionista.
–Muchas gracias –contestó Lucas, amable.
Mientras esperaba, echó un vistazo a su alrededor. A su izquierda, tenía un pasillo que llevaba hacia otras partes del piso. Solo alcanzaba a ver, lo que parecían ser despachos o salas de reuniones. A su derecha veía lo mismo.
Vio entonces acercarse a un hombre que vestía de manera muy informal: pantalones vaqueros, camisa negra y unas zapatillas de deporte blancas. Tenía perilla y el pelo bastante alborotado. Lucas se preguntó si no sería un creativo o, cualquier otro tipo de persona relativa al mercado publicitario, que estuviera allí por la misma razón que él.
– Hola, ¿Lucas? –preguntó el hombre de la perilla, dubitativo.
–Sí. Soy yo –respondió Lucas, levantándose de la silla para darle la mano.
–Hola, Carlos Estévez. Encantado. ¿Me acompañas? –dijo.
Lucas no salía de su asom bro. Esa persona que había visto tan sólo hacía un momento, con aspecto de creativo y vestido de manera informal, era el que iba a hacerle la entrevista. No es que tuviera algo en contra de los creativos, o de las personas que no vestían de traje, pero había imaginado que le haría la entrevista el típico ejecutivo gris –pensó.
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