Sharyn McCrumb
O que calle para siempre
Sick of Sadows (1984)
El Dr. Robert Gray Chandler y Sra. tienen el honor de invitarles al enlace de su hija Eileen Amanda con el señor Michael Satisky el sábado diecinueve de junio a la una de la tarde en casa de la novia: Long Meadow Farm Ruta Uno Chandler Grove, Georgia
31 de mayo
Querido Bill:
Muchas gracias por el regalo de graduación. Ha sido el único que he recibido, y lo conservaré como un tesoro.
No, todavía no he decidido qué voy a hacer. Hoy en día no se puede hacer gran cosa con una carrera de letras. Las del club de bridge de mi madre no paran de preguntarme cuándo me voy a casar, así que al menos están al tanto de la situación. ¡A quién se le ocurre cortar con Austin en el último año de universidad! Ahora tengo que decidir qué hacer. Me he dado de plazo hasta finales de verano.
¿Y tú cómo estás? ¿Te sigues durmiendo en la clase de derecho fiscal? Tu nuevo compañero de piso, Milo, parece interesante. ¿Cómo es? ¿Ganan mucho dinero los arqueólogos? ¿Qué aspecto tiene?
Como habrás visto, te mando una participación de boda de nuestra prima Eileen. Lo he hecho en parte a causa de la insistencia de mamá, y en parte como prueba de mi martirio.
Quieren que sea una de las damas de honor. Bueno, no es exactamente que «quieran». Creo que soy un mal necesario: la pobre prima obligada a ocupar el lugar de las amigas, ya que, por supuesto, Eileen no tiene ninguna amiga, a no ser que haya hecho nuevas amistades en Cherry Hill. Y además, tía Amanda jamás permitiría que la ceremonia se convirtiera en una reunión de enfermos mentales, aunque está claro que estando presentes todos los Chandler lo será de todos modos. Seguramente me tendrán que internar a mí también después de pasar una semana con todos ellos. Nunca he entendido por qué tuvieron que mandarla a un psiquiátrico, ¿y tú? Teniendo en cuenta cómo es la familia en general, hubiera sido más fácil acordonar la casa y enviar diez enfermeras. ¿Sabías que tía Amanda todavía se refiere a Cherry Hill como una «escuela para señoritas»?
El verdadero propósito de esta carta es apelar a tus mejores sentimientos (si es que los tienes) para convencerte de que me acompañes a este dichoso acontecimiento. No quiero sufrir en solitario. De hecho, creo que, siendo mayor que yo, deberías ser tú el sacrificado (por ser el primogénito, y todo eso), aunque me doy cuenta de que quedarías fatal como dama de honor.
Ya sé que no vas a hacer caso de esta carta, o bien me contestarás con alguna excusa, como que estás demasiado ocupado con tus clases de derecho. Bueno, te doy cuarenta y ocho horas para darme una respuesta, y después escribiré a tía Amanda diciéndole que «los dos» estamos encantados de asistir a la boda de nuestra querida prima Eileen.
Tu atávica hermana,
Elizabeth
2 de junio
Querido Bill:
Lo de las cuarenta y ocho horas iba en broma. No tenías por qué mandar un telegrama. En fin, el caso es que como soy tu hermana, me resulta difícil creer que tienes que ir al entierro de tu abuela. Por favor, dale las gracias a Milo por la descripción que hace de sí mismo, pero dile que no me ha parecido muy esclarecedora. Me deja bastante indiferente que tenga «una capacidad craneal de 1.350 centímetros cúbicos, el foramen magnum hacia abajo y un proceso mastoideo de forma piramidal». ¿Sigue dejando huesos desparramados por encima de la mesa de la cocina? La verdad es que sois tal para cual.
Mamá está preocupada por tus hábitos alimenticios. Me dijo que te preguntara si alguna vez comes algo verde en forma de hoja. (Papá levantó la vista del periódico y respondió: «Dinero».)
Por cierto, no pienso darle tu mensaje a Eileen. He buscado la cita de Hamlet, acto III, escena I, líneas 63-64: «¡He aquí una consumación devotamente deseable!» No tiene ni pizca de gracia. Tía Amanda aún no te ha perdonado por referirte a la salida de Eileen de Cherry Hill como «su presentación en sociedad».
Voy a ir sola a la boda, a la que de ahora en adelante denominaré La Odisea. Mamá quería ir, pero papá dijo que antes preferiría que le ataran con estacas a un hormiguero. Así que tendré que ir en autobús. Si vinieras tú también, podríamos ir en coche.
Espero que se te caigan encima todos los libros de derecho.
Elizabeth
2 de junio
Querida tía Amanda:
Nos ha hecho mucha ilusión la noticia de la boda de Eileen. Gracias por proponerme que sea una de las damas de honor. Acepto encantada, pero me temo que voy a ser la única MacPherson que podrá asistir.
Papá y mamá ya lo habían arreglado todo para ir a una convención de vendedores en Columbia, y Bill está terriblemente apenado por no poder asistir, pero es que esa misma semana tiene exámenes en la universidad. Llegaré el miércoles a mediodía, a eso de las dos y media, a la estación de autobuses de Chandler Grove.
Tengo muchas ganas de veros a todos.
Elizabeth
P.D.: Creo que tendréis que arreglarme el vestido de dama de honor. No he engordado tanto como pensabais, de modo que mi talla no es la 44.
La estación de autobuses de Chandler Grove era una sala de espera cochambrosa y pintada de amarillo cuyo horario de apertura y cierre parecía venir dictado por la programación televisiva. Las moscas rondaban indolentemente por la puerta de rejilla rasgada, y algunas se acercaban a una máquina de bebidas destartalada, cuyas abolladuras demostraban su dudosa fiabilidad. Cerca del mostrador había un anaquel con folletos de viaje que Elizabeth tendría que consultar si no venía alguien a buscarla pronto. Cogió el menos polvoriento (el de Florida, por supuesto) y se sentó en una silla de plástico a esperar.
Llegó a la conclusión de que sería decepcionante que el primer círculo del infierno no fuera una estación de autobuses en la que esperas eternamente a gente que no te cae bien y que de todas formas no va a venir a buscarte.
Su maleta azul reposaba a pocos centímetros de sus pies, por si el criminal de turno, que según tía Amanda siempre merodeaba por las estaciones de autobuses, irrumpía en la sala de espera, se la arrebataba y salía huyendo con ella. De ser así, esperaba que el vestido le sentara bien y, con un poco de suerte, que aceptase ocupar su lugar en La Odisea.
Echó un vistazo a la maleta e imaginó las arrugas imperecederas que se estarían formando en el vestido amarillo de dama de honor. ¡Amarillo! O bien tía Amanda recordaba que a Elizabeth le sentaba de pena ese color, o bien lo sospechaba. Aunque lo más probable era que ni siquiera se le hubiese pasado por la cabeza. Los Chandler no iban a tener en cuenta a su provinciana sobrina a la hora de escoger los colores para la boda de la querida Eileen.
«De manera que aquí estoy -pensó Elizabeth-, el cordero sacrificado del clan MacPherson, expedida a Chandler Grove y vestida de amarillo palúdico para ver cómo Eileen se casa con Dios sabrá quién.»
Al menos sería distraído. Cualquier cosa antes que sufrir la depresión posparto resultante de obtener una licenciatura en sociología y no vislumbrar perspectivas de trabajo. Su padre quería que hiciera algún curso de posgrado, pero aún no era capaz de enfrentarse a semejante decisión. Tenía la sensación de que seguir estudiando era una forma de aplazar la vida. Se puso a contemplar los folletos de viaje… siempre le quedaba la opción de marcharse como voluntaria al Tercer Mundo. De repente, la idea de reconciliarse con Austin por puro pánico le pareció peligrosamente atractiva.
A fin de cuentas, Austin estaba a punto de terminar la carrera de arquitectura. Pronto estaría tan bien situado que Elizabeth podría posponer indefinidamente cualquier decisión importante. Claro que casarse con él ya sería una decisión vital que la recluiría para siempre en un mundo de fiestas y picnics en clubes de campo. «Austin es de los que siempre lleva un trozo de cocodrilo en alguna parte del cuerpo», decía Bill. Pero ella había logrado pasar por alto su aspecto convencional; a los rubios esbeltos y bronceados se les perdonan muchas cosas.
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