© 2019, HarperCollins México, S.A. de c.v.
Publicado por HarperCollins México
Insurgentes Sur 730.
Colonia de Valle Norte.
03104, Ciudad de México.
El muro que ya existe. Las puertas cerradas de Estados Unidos.
Título original: We built the wall. How the US Keeps Out Asylum Seekers from Mexico, Central America and Beyond.
© Eileen Truax, 2018.
© Verso Books, 2018.
All rights reserved.
Diseño y formación de forros e interiores:
Music for Chameleons / Ana Laura Alba y Jorge Garnica
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ISBN: 978-607-8589-48-7
Edición Epub Octubre 2019 9786078589500
Primera edición: octubre de 2019
Impreso en México
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Contenido
- PRÓLOGO
Contra el muro, por Martín Caparrós - PRIMERA PARTE
La frontera - SEGUNDA PARTE
Exilio y asilo - TERCERA PARTE
La impunidad - CUARTA PARTE
Aquí estamos
Guide
A mis colegas periodistas en México.
A quienes han muerto por denunciar la injusticia,
y a quienes han sido perseguidos
y asesinados por contar sus historias.
A los abogados en Estados Unidos
que trabajan pro bono para salvar vidas.
H AY MANERAS y maneras de entender el periodismo –y así, de hacerlo. Hay quienes lo hacen para desentrañar secretos ignotísimos; quienes lo hacen para tratar de entender lo conocido; quienes para contar eso que nadie cuenta; quienes para contar eso que todos; quienes para tener una vida más interesante; quienes para ganársela mejor; quienes para jodérsela; quienes para buscar algún orden en las cosas; quienes para intentar desordenarlas; quienes para verse en las pantallas; quienes para esconderse; quienes para cumplir con el manual; quienes para cargárselo. Y están los que, sin perjuicio de ninguna de las maneras anteriores –que, por supuesto, se mezclan en variadas proporciones–, lo hacen porque eligieron una causa. Eileen Truax es una de ellas.
Truax lleva años y años trabajando una cuestión, su causa: los migrantes, la vida en la frontera, la frontera. Sus límites, sus injusticias, sus esperanzas, sus logros, sus abusos.
La migración es uno de los fenómenos distintivos de estos tiempos: los esfuerzos de miles, millones de personas por encontrar un lugar donde vivir mejor. O, dicho de otro modo: el enfrentamiento entre las mujeres y hombres que lo intentan y los estados que –muchas veces por presión de sus hombres y mujeres– intentan impedírselo.
Vivimos en estados: hay estados. No hay estados mucho más presentes, mucho más pesados que el de ese país que basa su idea de sí mismo en no darle mucho espacio al estado, ese país que los tiene en su nombre. Y no hay muchos lugares –las cárceles, quizás, un regimiento– donde la presencia, el poder de un estado se manifieste más que en la frontera.
La frontera es el lugar donde un estado empieza: donde te dice de aquí p’allá estoy yo, donde te dice no te creas; donde te dice mando. La frontera es la primera línea de defensa y de ataque de un estado. La frontera es un modelo de estos tiempos: una de esas creaciones arbitrarias, fruto de las fuerzas, que se empeñan en vendernos como algo natural, eterno. Otro efecto de la publicidad: de este lado estamos nosotros y allí, a unos metros, están ellos –y ellos son otros, radicalmente otros. Es sorprendente que la patraña de las patrias sea tan poderosa como para convencernos de esa farsa.
La frontera a la que Eileen Truax ha dedicado tantos años y esfuerzos es de las más potentes, de las más increíbles: divide un territorio que durante siglos fue el mismo territorio. Truax trabaja sobre un espacio que es uno y pretende no serlo: ni Estados Unidos ni México sino la mezcla de ambos, sus choques, sus encuentros.
Y, sin embargo, hay pocas fronteras con tanto poder del estado desplegado, tantas patrullas, tantas armas, tantas palabras, tantos muros y amenazas de muros, tanto llanto. Quizá porque es la frontera más larga, más accesible, más apetecible entre el mundo pobre y el mundo rico, la meta de miles y miles de desamparados: de tantos latinoamericanos que no encuentran trabajo en sus países, de tantos latinoamericanos que no encuentran paz en sus países.
Vivir mejor es un concepto amplio, ambiguo: propio de estos tiempos.
Vivimos en un continente que se escapa de sí mismo: que no hemos sabido construir para quedarse. Migra, huye, se desespera, se va a buscar sus esperanzas a otra parte. No hay mejor evidencia del fracaso de nuestras sociedades; no hay peor. La migración es la forma más terminante de decir que no hay futuro: que en ese sitio no hay futuro. La migración son miles y miles diciendo que en sus lugares no hay lugar para ellos; su partida es la consagración de la respuesta individual ante la opción colectiva. El migrante, al irse, dice no la puedo cambiar, no podemos cambiarla, no logramos producir el movimiento que nos permitiría mejorar nuestros países y quedarnos; solo podemos irnos, solos, cada cual por su lado, a probar suerte en otro lado.
Y son los más emprendedores, los más entusiastas –los que tienen la visión y la energía suficientes como para cambiarse de país–, los que aceptan que en sus lugares no hay lugar para su entusiasmo y es mejor partir. O los más emprendedores, los más entusiastas: los que intentaron con tanto ahínco mejorar sus lugares que las fuerzas de reacción los forzaron, violentas, a dejarlos.
En sus historias basa Truax sus trabajos: en mostrar cómo la lucha por la libertad –la libertad de hablar, de elegir, de educarse, de prosperar, de comer cada día– puede acabar con la libertad de los que luchan. Y cómo ese país que sostiene que la defiende a ultranza no siempre la defiende. Se defiende, más bien, de esos luchadores que ve como cuerpos extraños, molestos, peligrosos –y rechaza.
Levanta, por supuesto, muros. Ante las amenazas repetidas de construirlo, Truax muestra que ya existen; algunos tienen alambres o ladrillos; otros patrullas, legislaciones, depósitos privados de personas, barreras de prejuicios, embriones de odio.
(Todo esto, que en mis palabras suena a monserga fácil, se transforma en la prosa de Truax en historias, emociones, datos, comprensión. Conocí los primeros de estos textos hace ya cinco años, en el taller de libros periodísticos que organiza la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo en Oaxaca. Allí nos reunimos, cada año, ocho colegas distintos –y yo, que cambio– a discutir los trabajos en curso de cada uno de ellos; allí, aquella vez, Truax llevó algunos de estos materiales y nos contó las historias de los Reyes, del abogado Spector; esperamos, desde entonces, este libro. Ahora creo que estos años le han venido bien: que el tiempo ha completado sus potencias.)