Violet Pollux
Más que solo amigos
No me dejes ir: Libro I
First published by Violet Pollux in 2017
Copyright © Violet Pollux, 2017
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Epígrafe
Cuando estás bien, estás mal -Diego Morales
Dedicatoria
A Belén, por darme el impulso necesario para decidir escribir esta historia.
Prólogo
Supe lo que quería hacer el resto de mi vida a los seis años.
O, bueno, en sí no era qué quería hacer, sino con quién lo quería pasar…
Estábamos en la sala de mi casa; mi padre se encontraba durmiendo en el sofá, y mi madre, aún viva, estaba en la cocina. Max y yo nos hallábamos en el suelo, sentados, con restos de comida por la cara y la ropa. Probablemente nuestros padres nos matarían al vernos, pero, en ese momento, lo único que nos importaba era la película que estaban pasando en el televisor.
—¿Te gusta eso? —le pregunté a mi mejor amigo.
Era una comedia romántica —después supe— de las que tanto amaba mi madre mientras seguía viva. Esta la había puesto para verla con papá, pero, en vista de que tuvo que ir a hacer algo en la cocina, nos dejó solos a los tres. Ella le dijo a mi padre que cambiara cuando llegaran escenas cursis —¡Ya sabes que los niños después piensan que viven en esas películas y hacen lo que ven allí, Christian!—, pero, en vista de que se durmió, pudimos ver las escenas que tanto ella detestaba que miráramos.
Aunque, en realidad, no las veíamos por mí.
A mí me daban igual.
Sin embargo, sabía que a Max le llamaba la atención todo eso…
Lo sabía porque los ojos le brillaban más.
En la película, un hombre con vestimenta que parecía de pingüino entró a un sitio donde había mucha gente elegante, con alfombra roja, en la que estaba una mujer al fondo con un gran y largo vestido blanco, mientras parecía a punto de llorar de felicidad.
—Sí —respondió él—. Me gusta.
Sonreí y le besé la frente. Papá siempre hacía eso conmigo y decía que era por cariño, y como yo quería mucho a Max, me parecía lo normal —y, en sí, lo correcto. Me levanté y fui a la cocina.
—¡Mami! —chillé agarrándole la tela del pantalón.
Ella sonrió de inmediato y se alejó de la nevera. La estaba lavando.
—¿Sí, pequeñín?
—¿Por qué se casan?
—¿Quiénes se casan, amor?
—¡Las personas, mami! ¿Por qué se casan?
Sonrió de nuevo.
—Porque quieren estar juntas para siempre… Porque se quieren.
Sonreí de inmediato, pensando en mi mejor amigo.
—¿Me puedo casar?
Mi madre abrió los ojos como platos, exclamó una risa rápida y negó con la cabeza.
—Aún eres muy joven para eso, amor.
Hice una mueca de disgusto y me revolvió el pelo.
—Pero… podrías hacer una promesa —comentó con una sonrisa sutil.
—¿Una promesa?
—¡Claro! A fin de cuentas, los casamientos son promesas.
Sonreí tanto que pensé que se me iba a romper el rostro; una idea atravesó mi mente y solté una pequeña risa.
—¿Por qué sonríes tanto, West? —preguntó frunciendo el ceño, claramente interesada.
Negué con la cabeza repetidas veces.
—¡Por nada! —Agité mis manos y salí corriendo de la cocina—. ¡Adiós!
—¿Pero qué…? —inquirió y me siguió a la sala, tardándose de más porque tenía las manos enjabonadas, pero dándome el tiempo justo para hacer lo que quería.
—¡Max! —grité—. ¡CORRE!
Mi mejor amigo abrió los ojos al verme, impresionado, y se dispuso a levantarse con prontitud; le indiqué que me siguiera al jardín y, cuando llegamos a dicho sitio, señalé la casa del árbol. Ambos subimos a la vez que oíamos un ¡CHRISTIAN, ¿QUÉ TE DIJE DE DEJAR QUE LOS NIÑOS VIERAN ESO?!, al que estallamos en carcajadas.
—¡Tengo una idea! —le dije cuando dejamos de reír. Max me miró a los ojos con sumo interés—. Mañana, en el jardín, en la mañana.
—¿Qué haremos, West? —preguntó con ese brillo en las pupilas que tanto me gustaba.
No obstante, a pesar de que quería abrazarlo, porque se veía adorable, puse mi dedo sobre mis labios después de un shhhh.
—¡Sorpresa! —le expliqué.
—¡No es justo! —Gruñó y se cruzó de brazos, frunciendo el ceño a la vez que en sus mejillas aparecía un rubor por el enojo. Le volví a besar la frente.
—¡Te va a gustar! ¡Lo prometo!
Alzó la vista, extendiendo su meñique.
—¿Por la garrita?
Asentí y entrelacé mi meñique con el suyo.
—Por la garrita.
Nos despedimos y, al llegar a casa, después de soportar el regaño de mi madre —tanto por la ropa manchada de comida como por haber visto esa película romántica cursi que no le enseñaba nada bueno a un par de niños de seis años—, subí a la habitación de mi hermana menor, Alanna.
—¡FUERA! —exclamó ella al instante.
—¡No te quitaré ningún juguete!
—¿Entonces qué quieres?
—Necesito un favor.
—¿Es difícil?
—Te explicaré todo con detalles.
Llegó el siguiente día. Mi hermana y yo estábamos en el jardín. Mis padres aún no estaban despiertos, porque se habían quedado el día anterior hasta tarde haciendo cosas de adultos, según nos dijeron, así que estaban cansados y, por lo tanto, no había probabilidades de que nos atraparan.
—¿Te lo aprendiste? —inquirí—. ¡Quiero que sea perfecto!
—¡Sí! —chilló Alanna—. Tranquilo; todo está bajo control.
—Claro, ¿no lo va a estar? ¡Si te prometí mi pudín de chocolate a cambio de esto! —murmuré viendo al suelo. Nos quedamos un rato en silencio hasta que llegó mi mejor amigo.
—¡Max! —exclamó de inmediato mi hermana—. ¡West quiere preguntarte algo!
Le dediqué una mirada asesina, ante la cual ella simplemente rió por lo bajo.
¡Quería matarla!
Había estado nervioso desde que me había levantado ese día, pero, en ese momento, con mi hermana diciéndole eso, era como si mi corazón fuera a salirse de mi pecho.
—¿Sí, West? —inquirió él—. ¿Qué me quieres preguntar?
Le tomé las manos, tal como había visto en un montón de películas esas que tanto le gustaban, y lo miré a los ojos.
—Qui-Qui-Quieres… —Tomé aire—. Max, ¿quieres ser mi mejor amigo por siempre?
Sonrió y sus ojos se iluminaron con ese brillo que tanto amaba.
—¡Sí! —Me guindó los brazos al cuello, abrazándome—. ¡Sí quiero!
Sonreí cual tonto de las películas y le dije a mi hermana que podía comenzar.
—Yo, Alanna…
—¡Espera! —interrumpió Max—. ¿Qué es esto? ¿Por qué ella está aquí?
—¡Es como en la boda que vimos ayer! —expliqué—. ¡Ella nos va a declarar mejores amigos por siempre!
Los ojos verdes del chico más lindo de la Tierra se abrieron como platos, y su dueño asintió en mi dirección.
—Sigue —indicó, y Alanna prosiguió:
“En la salud y en la enfermedad…”
“En la pobreza y la riqueza…”
“Hasta que la muerte los separe…”
—Acepto —dije.
—¿Y tú, Max?
“En la salud y en la enfermedad…”
“En la pobreza y la riqueza…”
“Hasta que la muerte los separe…”
Vi su rostro. Era el más hermoso del mundo.
Tenía suerte de que fuera mi mejor amigo.
—Acepto —anunció, lo cual hizo que mi corazón volviera a querer salirse de su lugar.
Y cuando estábamos a punto de…
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