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West - La torre de Babel

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West La torre de Babel
  • Libro:
    La torre de Babel
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  • Año:
    2010
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La torre de Babel: resumen, descripción y anotación

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Morris West La torre de Babel En memoria de STANLEY L BARTLETT Mi - photo 1
Morris West
La torre de Babel
En memoria de

STANLEY L. BARTLETT

Mi primer editor y mi querido amigo. Un hombre amable y poco común. Muerto en 1966.

RECONOCIMIENTO
Muchos amigos generosos de varios países me dieron parte de su tiempo, me comunicaron sus conocimientos y me aconsejaron mientras estaba escribiendo este libro.

Hay muchos que no puedo nombrar. Otros han sufrido mucho. Todos deben permanecer en el anonimato.

Les doy a todos las gracias en público y les ofrezco mi oración para que haya paz en sus hogares.

MORRIS L. WEST
Después dijeron: Vamos a edificarnos… una torre con la cúspide en los cielos… Bajó Yaveh a ver… la torre que habían edificado los humanos y dijo Yaveh: He aquí que todos son un mismo pueblo con un mismo lenguaje… Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo… Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Yaveh el lenguaje de todo el mundo.

(Génesis, XI, 49)

Capítulo primero

Sha'ar Hagolan… Octubre, 1966

El vigía de puesto en lo alto de la colina, se apoyó en el tronco nudoso de un olivo, probó la radio, desplegó el mapa sobre sus rodillas, enfocó los anteojos de campaña y se puso a examinar lenta y meticulosamente el panorama desde el extremo sur del lago Tiberíades hasta la punta de Sha'ar Hagolan, en la que el río Yarmuk dobla hacia el Sur para unirse al Jordán. Eran las once de la mañana. El cielo estaba claro y el aire fresco y seco después de las primeras y escasas lluvias del otoño.

Examinó la sierra hacia levante. Siguió de Norte a Sur la línea sinuosa que servía de límite entre Siria y la zona desmilitarizada de Israel. Los cerros se alzaban pardos y desiertos desde el lindero hasta el mismo borde de la sierra. No había pastores. Ni ovejas ni cabras. Tampoco podía advertirse la menor señal de vida en la aldea que se apretujaba contra la ladera como un montón de rocas blancas. Observó largo rato las ruinas que había bajo la aldea: los sirios solían apostar un destacamento dispuesto a barrer el valle con fuego de ametralladora. Las ruinas estaban vacías. Y también las trincheras próximas; aquella larga cicatriz laberíntica que rompía el extremo Sur y que los australianos habían construido durante la guerra de 1918. Quedaban dentro del territorio israelí; pero a veces los invasores las utilizaban como punto de apoyo para incursiones nocturnas contra el kibbutz.1 Un pequeño grupo de gamos pacía tranquilamente entre la línea superior y la inferior de las trincheras. Observó largo tiempo a los gamos; seres asustadizos que se inquietan al menor ruido

o movimiento. Dirigió entonces sus anteojos a las viñas del extremo sur del valle; pero, éstas, que se secaban ya al sol de la tarde de otoño, no ofrecían refugio alguno a hombres ni animales.

Al norte de las viñas quedaban las dos zonas de tierra labrada, separadas por una estrecha franja de terreno cubierta de hierbas. No podía cultivarse aquella franja: debido a uno de tantos desatinos de los cartógrafos y elaboradores del armisticio, nunca se la calificó como tierra cultivable; por tanto cavar en ella o meramente cruzarla, podía significar exponerse al fuego de los tiradores apostados al lado sirio de la frontera. Yigael trabajaba en aquel instante en la primera zona. Conducía el nuevo tractor, roturando el suelo y levantando una alta nube de polvo gris en el aire quieto. Yigael era su hermano y, a mediodía, reemplazaría al vigía mientras otro hombre se haría cargo del tractor. Más hacia el Norte estaban las plantaciones de plátanos que daban vida y verdor a una franja de tierra que se extendía casi hasta la orilla misma del lago. De noche se convertían también en zona peligrosa: ofrecían abrigo suficiente. Pero de día los cerros de atrás resultaban demasiado desnudos y expuestos aun para las guerrillas más temerarias… Así pues, todo parecía indicar que se trataba de otra jornada tranquila en el valle de Sha'ar Hagolan. Bebió un gran sorbo de agua de la cantimplora. Puso el transmisor en funcionamiento y pasó informe negativo al puesto del ejército situado poco más allá de la zona desmilitarizada.

El tractor atravesaba una y otra vez el campo y el valle retumbaba al hipnótico golpear del motor. La nube de polvo resplandecía al sol como la niebla de la mañana. El último viraje acercó el tractor a la franja de hierba seca. Al girar se inclinó un poco de costado, cayó a una zanja y, por un momento, pareció que iba a volcar. Pero Yigael era un buen tractorista. Aceleró el motor, giró a fondo el volante en dirección contraria y enderezó el vehículo. Pero le hizo cruzar por el centro de la zona de hierba. El vigía tragó saliva y se puso de pie esperando los disparos. No hubo ninguno. Yigael conducía el tractor a toda velocidad por la estrecha franja hacia la otra zona labrada. Aún no disparaban. Dentro de cinco segundos estaría a salvo.

Y entonces explotó la mina. El depósito de petróleo del tractor se incendió estallando luego. Y

Kibbutz: centro agrícola comunal, en Israel.

Yigael voló por el aire como un muñeco desarticulado, con el pelo y la ropa ardiendo…

Tel Aviv

El teniente general Jacob Baratz, director del servicio de inteligencia militar, estaba sentado en su amplio y frío despacho del cuarto piso del edificio central de operaciones. Estudiaba el informe sobre el incidente de Sha'ar Hagolan que le acababa de llegar de Tiberíades. Pidió a su ayudante que hiciera las anotaciones pertinentes en el mapa. Este dibujó una pequeña cruz roja rodeada de un círculo y después agregó un dato a la lista que tenía en la mano.

Es el cuarto incidente en el sector de RevayaSha'ar Hagolan, señor. Sabotaje en un oleoducto, en una estación de bombeo, en tres viviendas y en una bomba de agua. Y ahora esto.

El teniente general precisó en el informe:

–Cuatro incidentes en nueve meses. Quieren provocarnos. Buscan que adoptemos medidas militares en la zona desmilitarizada.

–¿Y qué hacemos ahora, señor?

–¿Nosotros? Nada.

Habla en tono irónico y triste.

–Kaplan ha telefoneado desde Tiberíades y ya ha escrito a la comisión mixta de armisticio de las Naciones Unidas. Mañana acusarán recibo del memorándum y la comisión mixta iniciará una investigación en regla. Dentro de un mes o de seis semanas, la comisión emitirá informe oficial: una mina de características no identificadas, puesta por uno o varios desconocidos en la franja de tierra llamada Green Finger de la zona de Sha'ar Hagolan, hizo explosión bajo un tractor israelí. El tractor estalló. Conclusión: la persona o personas desconocidas son responsables del acto ilegal de poner una mina en zona desmilitarizada y un israelí, lamentablemente muerto, cometió la acción ilegal de penetrar en zona prohibida. Actuación que se aconseja: Ninguna.

–Y nos culparán a nosotros, como siempre.

–Como siempre -le dijo Baratz, secamente-. Pero dentro de la más estricta legalidad -y la comisión de armisticio es un organismo muy legalista- nosotros somos los únicos identificables. Tenemos un muerto en el umbral de nuestra casa.

Hizo una larga pausa y agregó después, en tono más sereno:

–Pero el precio se está elevando excesivamente. Desde agosto del año pasado hasta octubre de éste, hemos sido objeto de cuarenta y siete actos de sabotaje. Tenemos también nuevo Gobierno en Jerusalén. Muy pronto, alguno empezará a gritar pidiendo que actuemos. No puedo culparlos… Pero aún no es el momento; todavía no.

–¿Y cuándo será, señor?

Baratz sintió piedad del otro. Era demasiado joven e inquieto. Pero carecía de experiencia en el frío cálculo militar y la maniobra política.

–¿Cuándo? Nosotros no lo decidimos, capitán. Lo decidirá el primer ministro en Jerusalén junto con el gabinete y los jefes del estado mayor. Nosotros sólo podemos ofrecerles informaciones, cálculos y opiniones sobre las probables consecuencias… Y esperar a que Dios nos permita acertar en la mitad de ellas. Pero si me pregunta qué puede forzarnos a tomar represalias, debo decirle que nada de lo que sucede, por ejemplo… aquí…

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