P RÓLOGO
Este libro tiene su origen en la memoria de síntesis que realicé al finalizar los estudios de grado (o bachiller) en Teología. En dicho trabajo debía dar cuenta de los principales puntos de la teología cristiana estudiados a lo largo de los tres años del grado desde una categoría elegida por mí. La categoría funcionaba como la «lente» con la que debía mirar los distintos tratados teológicos, de manera que estos se abordaban teniendo esa perspectiva como hilo conductor.
Mi categoría o lente fue la de «humildad». La elegí porque resultó ser el concepto que, pese a sus limitaciones, mejor expresaba mi manera de entender la vida gracias a lo que la teología me había aportado. La humildad me parecía una clave para aproximarnos a nosotros mismos, a nuestra relación con las demás personas, a nuestra relación con Dios, y todo ello posibilitado por la manera de ser de Dios mismo tal y como se nos ha revelado en Cristo. Podría decir que es una de las claves principales que he encontrado para entender los temas antropológicos, filosóficos y teológicos de fondo.
El título de la memoria, que es el mismo que he utilizado para este libro, está inspirado en el v. 16 del capítulo 12 de la carta de san Pablo a los Romanos, que difiere según las traducciones. Yo opté por la de la Biblia de Jerusalén: «Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría» (Rom 12,16).
Y es que no concibo al ser humano al margen de su deseo constante, que es uno de sus grandes motores (si no el principal); y entiendo que ese deseo nos habla de lo que anhelamos para ser plenamente humanos: el amor, la comunión, la relación buena con uno mismo, con los otros y con Dios; llámeselo como se quiera. Esa salida de sí para encontrarse con el otro, según creo, no es posible si no se vive desde la humildad . De ahí la elección de Rom 12,16, que aúna ambos polos: la atracción o deseo («atraídos») y la humildad que hace posible el amor («por lo humilde»).
En este escrito intento transmitir esa manera de verme a mí misma, de ver el mundo que me rodea y de ver a Dios, mediada por el concepto de humildad y a la que fui dando forma gracias al mencionado trabajo. Con todo, el trabajo fue solo la cristalización de un camino personal recorrido a lo largo de varios años y favorecido por el estudio de la filosofía primero y la teología después.
Por eso pido que, en la medida de lo posible, el libro se lea así: como un camino no terminado, y no como una propuesta definitiva ni como una especie de «demostración» o argumentación de los principales puntos de la fe cristiana. Se trata de una convicción personal que ha ido tomando forma, pero a la que aún le faltan años de estudio, oración y maduración. Mi objetivo con este pequeño ensayo es solo compartir mis reflexiones con quien esté interesado en vislumbrar por dónde transcurre este camino que voy haciendo al pensar y al orar.
El recorrido que propongo comienza con una profundización en el deseo humano y su apertura a Dios y desarrolla después cómo la humildad es la vía para abrirse a quien puede colmarlo. Puesto que Dios es el sentido del ser, el máximo bien que anhelamos, la verdad total y la belleza plena, me acercaré a distintas dimensiones de la fe cristiana a través de estos atributos divinos (Ser, Bien, Verdad y Belleza).
El capítulo sobre el Ser aborda la cuestión del ser humano ante Dios; con el Bien nos asomaremos a la vida moral; la Verdad será el hilo conductor del capítulo sobre la fe y la Iglesia, y con la Belleza propondremos una comprensión sacramental del mundo. Finalmente, a raíz de nuestro anhelo de eternidad, nos asomaremos a la cuestión de la salvación y la escatología y recapitularemos todo el recorrido en el breve epílogo.
Los temas están tratados desde una perspectiva más bien espiritual, que pretende invitar a la reflexión personal sobre la propia vida. No obstante, tienen su fuente en el estudio y meditación de la teología, por lo que también pueden ayudar a una profundización más objetiva y teológica. Recomiendo aunar ambas perspectivas, pues es precisamente esa integración la que me ha llevado hasta las reflexiones que aquí ofrezco.
Aunque el lector no encuentre muchas citas ni referencias a otros autores, quisiera señalar que lo aquí compartido es fruto del estudio y del aprendizaje de lo que muchos han pensado antes que yo. Con todo, para evitar un estilo academicista y favorecer el buen ritmo del discurso, no he querido abusar de referencias externas. Quien sea buen conocedor de la Biblia y la tradición cristiana podrá detectar algunas de las ideas y fuentes que han hecho posible este texto. A pesar de no siempre nombrarlos explícitamente, agradezco a todos esos sabios que nos han precedido que me hayan orientado en el camino.
También doy gracias especialmente a todos aquellos que me han ac ompañado en este camino personal e intelectual, y en concreto a quienes han contribuido a que intente dar forma a algunas de esas intuiciones en el presente libro. A Nurya, por acompañar la búsqueda y ayudarme a ser fiel a mí misma a la hora de plasmarla; a mi madre, por hacerme consciente de la importancia que ha tenido este tema en mi vida; a mi padre, por leer la memoria y animarme a continuar por esta vía de profundización; a Cris y Luis, por ayudarme a hacer el tránsito del trabajo académico a este escrito, más espiritual y divulgativo, y por su constante ánimo e interés en mi trabajo; a Adri, por la revisión del epílogo y por compartir parte de este itinerario teológico-espiritual; a María Luisa, por sus consejos para el capítulo sobre moral; a Bea, por animarme a frenar y descansar ante el bloqueo mental y «escriturístico»; a Fernando, por ayudarme a superar el momento de sequía inspiracional y por sus valiosas sugerencias; a Tibi, por su generosa revisión estilística y lingüística del texto; a Eva, mi «consejera legal», que siempre compartió conmigo la pasión por la lectura y la escritura, por acompañarme tan de cerca que habla de esta obra como «nuestra». A todas las personas que caminan conmigo en la vida, porque, cada una a su manera, son maestras de humildad, y en concreto a Rober por mostrármela en su entrega servicial de cada día.
« A TRAÍDOS...»
Todos tenemos deseos. Las cosas nos gustan, las personas nos atraen, perseguimos el éxito, queremos conseguir aquello que nos llama la atención o que creemos que va a colmar un anhelo que experimentamos. Y rara vez nos contentamos con alcanzar aquella meta u objeto que queríamos, porque acto seguido ponemos la meta más allá o nos buscamos un objeto de deseo nuevo. Siempre que creemos estar satisfechos nos damos cuenta de que, en realidad, no es así. Volvemos irremediablemente a desear.
Este dinamismo no solo se percibe en nuestra vida personal; se refleja en todas las dimensiones de la vida social. Se nos ofrece seguir ascendiendo en el trabajo, mejorar cada vez más nuestras condiciones de vida, tener cosas más bonitas o aparatos más eficientes... Todo a nuestro alrededor se aprovecha de ese mecanismo del «siempre más». La publicidad da una vuelta más de tuerca convenciéndonos de que esos deseos son, en realidad, necesidades, y con ello nos aboca a consumir para satisfacerlos.
Estamos tan metidos en esta dinámica que a veces nos cuesta parar a preguntarnos por qué deseamos lo que deseamos, por qué nunca dejamos de querer más y, más interesante todavía, si lo que nos quita el sueño es lo mejor que podemos buscar y lo que más felices nos va a hacer.
N ECESIDAD Y DESEO
Lo primero que nos deberíamos plantear es si, como nos quiere hacer creer la publicidad, es lo mismo desear que necesitar. En parte depende de cómo entendamos cada uno de los términos.