Alejandra Rodríguez - Con a de amarte (Bilogía Sara nº 2) (Spanish Edition)

Ciertamente mis sueños se habían vuelto de lo más aburridos, que conste, que no echaba de menos aquellos aterradores sueños del año pasado, esos en los que no hacía más que huir corriendo de algo a lo que nunca pude ponerle nombre, pero no estaría mal que fueran un poquito más interesantes, solo un poco.

Eso sí, mis despertares se habían vuelto de lo más especiales. Vulcan me devolvía a la realidad con sus lametones cada mañana y la brisa marina que entraba por mi ventana apaciguaba a todos mis demonios. Y eso que seguían siendo muchos.

Ahora me ofrecían exponer mis obras con bastante frecuencia, tanto, que casi no me daba tiempo físico para poder hacer una colección completa que enseñarles a mis fieles seguidores, cada vez tenía más.

Aún no era una aerografista reconocida y estaba bastante lejos de serlo, pero me iba abriendo paso y mis ansias de devorar lienzos en blanco iba en aumento, así que la cosa había mejorado con creces.

Vendía mis cuadros por internet y, tras cada exposición, volvía a casa con algún cuadro de menos. Cosa que fomentaba un poco más mi actual situación económica, que era, como poco, nefasta.

Sí, ya no trabajaba en el “Súper Burger”, la Sara amarrada al ancla en la que se había convertido mi queridísima cueva del demonio ya se había esfumado. No existía.

Y es que claro, después de haber descubierto que mi mente viajaba muchísimo más allá de lo que yo jamás pude imaginar, de que me despertara día tras día con el miedo a aparecer en otra dimensión más aterradora y lejana si cabía, me había hecho llegar a la conclusión de que mi vida debía llegar a su fin en algunos aspectos.

Finalizar mi vida vacía en el bar, un lugar que no me aportaba absolutamente nada, mis muros mentales, mis “y sí…” todo eso que me amarraba al suelo. Yo ahora quería volar.

Que mi mente fuera libre del todo, desatarme las cadenas que me ahogaban a diario y luchar contra viento y marea para conseguir mi propósito, mi gran sueño.

A veces, solo a veces, echaba de menos ir a trabajar, ver las horas pasar, sonreír a medias y que mi vida tuviera un horario fijo. Esto de no mirar el reloj nunca no era tan bueno, se te van los días volando, nunca llegas a la hora que habías quedado porque simple y llanamente no vives en el mismo espacio —tiempo que el resto.

Ellos se mueven por horarios, por costumbre, por rutina y yo no tenía de eso. Ya no.

Yo me levantaba cuando el sol quisiera despertarme, o Vulcan se empeñase en que jugase con él en la playa, pintaba cuando me venía la magia, que cada vez era más a menudo, y hacía prácticamente lo que se me pasaba por la mente.

Rectifico, vivía como Dios.

Sí, lo siento, pero estaba en el momento más pletórico de mi vida y a veces aún seguía pellizcándome por las mañanas para asegurarme de no haber viajado en sueños a otra realidad paralela.

Pero seguía aquí, en mi sitio, en mi hogar.

Creo que se me hace tarde, no estoy segura, pero el incesante pitido del móvil a punto estaba de confirmármelo.

Fui hasta él y lo cogí sin más.

— ¡Diga!

—Pero ¿En qué mundo vives? Explícamelo porque no lo entiendo. ¿Se puede saber dónde demonios estás metida? —gritaba la voz al otro lado del teléfono.

— ¿Qué hora es? ¡Si es que no tengo reloj!

—Que ¿Qué hora es? ¿En serio? Te mato ¡Te juro que te mato!

— ¡Joder! Ya voy, ya voy.

Colgué el teléfono y corrí como alma que lleva el diablo a vestirme porque sí, aún estaba en pijama. Cosa que no podía contarle a la persona que acababa de llamarme porque, como muy bien había dicho, me mataría.

Me puse un maxi vestido azul marino, unas sandalias beige y me maquillé lo más aprisa y acertadamente que pude, que no fue mucho.

Y volvió a sonar mi móvil.

— ¡Qué ya voy! —grité sin mirar si quiera quién llamaba.

—Buenos días para quien los tenga…

— ¿Cris? —separé el móvil de mi oído y miré el identificador de llamada. — ¡Lo siento! Es que tu amiga me pone de los nervios, ¡Qué llego tarde dice! —gritaba mientras cogía el bolso de mano y me despedía de Vulcan.

— ¿Tarde? No tienes ni idea de qué hora es ¿Verdad?

—Otra con lo mismo… ¡Qué no tengo reloj!

—Sara… Llevamos una hora esperándote, Vanesa está histérica, no, histérica no, ¡Es un gremlin recién mojado! Por favor dime que estás al llegar…

—Cinco minutos, dame cinco minutos.

Colgué el teléfono y corrí todo lo aprisa que me permitía el vestido hasta llegar al coche.

¿Dije que mi vida era pletórica? Mentí. Aquí estaba la prueba de que seguía siendo un desastre. Sobre todo, con mi vida social que, aunque era mucho más movidita que antes, descuidaba bastante.

Tardé veinte minutos en llegar a la boutique donde me esperaba el apocalipsis a medio formar. Y digo medio porque Cristina aún era capaz de retener las ganas de lanzarse a mi yugular por llegar tan tarde.

— ¡Ya estoy aquí! —proclamé a los cuatro vientos para quitarle un poco de hierro al asunto.

— ¿Qué ya estás aquí? ¿Qué ya estás aquí? ¡Ven acá que te voy a …!

—Vale ¡Vale! Lo siento, pero ya estoy aquí vamos a ver qué has elegido ya que se nos hace tarde.

— ¡Y se atreve ella a hablar de tardanzas! Joder con la pintora bohemia de las narices… —gritaba Vanesa caminando sin tino de atrás a delante.

—Me lo merezco, pero ahora céntrate. ¿Has visto algo? —pregunté poniendo mi cara más angelical esperando su perdón.

— ¡No! No he visto nada porque tú no estabas aquí y todos me hacen gorda y rechoncha y fea y ¡Dios! ¿Quién me mandaría a mí a meterme en estos berenjenales?

—Vane, estás esquelética, eres altísima, y ¿Fea? ¿De verdad? Vamos… ¡Algo has tenido que ver! ¿Cris? —la miré buscando su ayuda.

—Es una caprichosa, todos le quedan estupendamente, pero ella le encuentra defecto hasta al vestido de cenicienta.

— ¡Ahora me quieren vestir de cenicienta! ¿Azul? ¿En mi boda? —gritó Vanesa haciendo aspavientos con los brazos.

—Aún no me creo que vayas a casarte… —la miré con dulzura. —Tú, la Drama Queen, probándose vestidos de novia… Si es que es tan surrealista…

—No me lo creo ni yo… ¿Aún estoy a tiempo de parar esta locura verdad? ¡Díganme que estoy a tiempo!

Definitivamente las pobres dependientas de la última boutique de novias que nos quedaba por ver de toda la isla iban a echarnos y vetarnos la entrada para siempre.

No había quién aguantara a Vanesa berreando al natural y si ya era a lo histérica pre – boda ya era el acabose del pánico para el sector de atención al público y demás presentes.

Recuerdo el día en el que se comprometieron, fue tan bonito y tan estúpido que sólo podría tratarse de un capítulo más en la catastrófica historia de Marcos y Vanesa, el diario de un tira y afloja, podría llamarse la película si alguien estuviese dispuesto a hacerla.

Estábamos tirándonos en paracaídas, sí, tachando uno de mis puntos en la lista de deseos. Lo bonito fue que estábamos todos para presenciar el momento y lo estúpido fue que Marcos se lo pidió justo antes de que Vanesa se tirara con el monitor de paracaidismo al vacío.