Neïra - April, Adam Y La Trayectoria De Los Planetas
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- Libro:April, Adam Y La Trayectoria De Los Planetas
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April, Adam Y La Trayectoria De Los Planetas: resumen, descripción y anotación
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Sinopsis
¿Alguna vez has soñado con desaparecer? Adam, sí. No deja de hacerlo. Cuando se levanta, cuando se acuesta, cuando respira. Cada segundo de su existencia en el que se da cuenta de que Ella ya no está́.
¿Alguna vez has vivido como si todo fuera un sueño? April, sí. No deja de hacerlo. Cuando hornea galletas para el grupo de terapia del señor Campbell, cuando observa a su hermano Otto crear música con una simple lata, cuando ve a Adam por primera vez.
¿Pueden tener algo en común un chico que solo vive entre sueños y una chica que solo sueña despierta? ¿Y una chica que cree tener el don de romper el corazón a los demás y un chico que lo tiene de piedra?
Quizá aún haya esperanza para ellos; quizá, juntos, sean capaces de matar monstruos de la mano y de conseguir que los planetas dejen de girar.
April, Adam y la trayectoria de los planetas
Andrea Longarela - Neïra
Para Judith, por ser hogar, calor y color
siempre que lo necesito.
1. ¿Por qué me gustan las medusas? No lo sé. Las encuentro bonitas. Antes, mientras las miraba, he pensado una cosa. Escucha, lo que nosotros vemos es solo una pequeña parte del mundo. Damos por hecho que esto es el mundo, pero no es del todo cierto. El verdadero mundo está en un lugar más oscuro, más profundo, y en su mayor parte lo ocupan criaturas como las medusas. Eso nosotros lo olvidamos. ¿No te parece? Dos terceras partes del planeta son océanos, y lo que nosotros podemos ver con nuestros ojos no pasa de ser la superficie del mar, la piel. De lo que verdaderamente hay debajo no sabemos nada.
H ARUKI M URAKAMI,
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
El mundo está lleno de personas rotas.
La diferencia radica en que algunas saben que
lo están y otras aún no.
April tenía un don. Lo había descubierto una tarde, quince años atrás, cuando el coche de su madre con todas sus pertenencias dentro había recorrido por última vez Marshall Street y había observado el rostro desencajado de su vecino, Cory Graham, haciéndose cada vez más pequeño hasta desaparecer. Lo supo justo cuando su cara comenzaba a desdibujarse. Fue un boom, un aguijón clavado en sus tripas, un destello fugaz de algo que solo podría definirse como dolor, un rayo que atravesó el cuerpo del chico e implosionó contra el iris atigrado de ella. ¿Alguna vez habéis tirado un globo de agua desde una ventana? Pues esa fue la última imagen que tuvo April de Cory antes de mudarse de Morgan City y no volver a verlo nunca más: la de su corazón rompiéndose.
Cinco años después, hubo un acto que se lo confirmó de nuevo. Estaba jugando a pintar estrellas en la pared del pasillo. Pretendía que estas iluminaran la casa cuando su hermano Otto se levantase a hacer pis por las noches y, de ese modo, su miedo a que un monstruo lo engullera desapareciese, pero su madre, en vez de agradecerle la idea, la había castigado y obligado a borrarlas con un viejo cepillo de dientes y una pieza de jabón de glicerina mientras Otto lloraba en una esquina abrazado a sus rodillas. En realidad, las lágrimas no se veían, pero April sabía que su hermano estaba llorando por dentro; lo hacía continuamente, pero los adultos estaban tan ciegos que rara vez podían verlo. O, aún peor, porque la triste verdad era que no querían hacerlo.
En aquel momento, April estaba tan enfadada con su madre que cuando los astros desaparecieron del todo y las paredes volvieron a ser planos muertos a su alrededor, se plantó con los puños cerrados por la ira frente a ella y le dijo las palabras que pusieron su don a funcionar por segunda vez en su vida.
—Te odio. Y no lo hago por haberme hecho borrar los dibujos, ni porque me escuezan los dedos, ni porque me importe que pienses que solo hago tonterías. Te odio porque no lo comprendes, ni siquiera lo intentas. Te odio porque es tan fácil como leer en sus ojos, en sus manos, en sus pasos. Otto no es un problema matemático, mamá. Ni un acertijo. Otto solo es... como esos mundos de fantasía de los cuentos, pero ¿cómo vas a entenderlo si no crees en él?
Los hombros de su madre se debilitaron, como si hubiera recibido un golpe fuerte, y sus ojos le dijeron a April que lo había vuelto a hacer, que su don seguía funcionando. Y es que April no solo era especialista en leer a su hermano, sino que también tenía una facilidad asombrosa para hacerlo con los demás. Eso sí, para ella no era un don, sino una especie de castigo, ya que solía conocer más de la gente de lo que deseaba y eso no siempre era bueno. La hacía sentirse una ladrona de pensamientos, de sueños, de secretos que no le correspondían.
Pasaron otros cinco años antes de que el don despertase de nuevo. Como si hubiera establecido una especie de rutina, de período de descanso para activarse con más fuerza que nunca una vez por lustro. O eso pensaba April. En aquella ocasión estaba en un parque, bajo la sombra de un sauce. El calor se le pegaba a las mejillas, y los puestos de la calle le traían el olor de las palomitas y de masa para gofres. Jason Newell estaba frente a ella con las manos en los bolsillos de los vaqueros y la cabeza gacha. Su pelo rubio estaba rizado por la nuca debido al sudor y apretaba los dientes con furia, pero April intuía que no era por la inminente despedida, sino porque estaba haciendo serios esfuerzos por no llorar. Le pidió perdón de nuevo, aunque April pensaba que no había que disculparse por no querer a alguien, que los sentimientos no tenían razón de ser y, por lo tanto, no responsabilizaban a nadie de nada, pero, aun así, creyó que aquello haría sentir mejor al que había sido su novio durante treinta y tres días y nueve horas. Se habían dado la mano veintitrés veces y se habían besado unas doce. Y ahora estaban ambos estrenándose en el marcador de las rupturas. Jason asintió y se marchó, pero April vio sobrevolando su don como si fuera una mano gigante que cubrió al chico y que lo guio de vuelta a la feria como si de una marioneta se tratase.
Había sido difícil, aunque no tan duro como los adultos siempre contaban que resultaban las rupturas, al menos para ella, y respiró tranquila, porque tenía una nueva tregua con el destino durante los próximos cinco años.
Volvió a sumergirse en las calles ajetreadas de Nueva Orleans y se compró un batido de fresa. Después caminó hacia su casa despacio, disfrutando del sabor dulce y ajena a lo que la rodeaba, totalmente obnubilada con sus pensamientos. Dándole vueltas a lo de siempre, preguntándose por qué, de entre todos los dones posibles que la vida le había podido otorgar, a ella le había tocado precisamente ese. Cuestionándose, sin obtener respuesta alguna, el motivo de tener la capacidad de romper el corazón de los demás.
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